Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Desde $11.99 al mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Quién eres tú para juzgar?: Cómo distinguir entre verdades, medias verdades y mentiras
Quién eres tú para juzgar?: Cómo distinguir entre verdades, medias verdades y mentiras
Quién eres tú para juzgar?: Cómo distinguir entre verdades, medias verdades y mentiras
Libro electrónico300 páginas5 horas

Quién eres tú para juzgar?: Cómo distinguir entre verdades, medias verdades y mentiras

Calificación: 4.5 de 5 estrellas

4.5/5

()

Leer vista previa

Información de este libro electrónico

Hemos perdido la capacidad para juzgar al mundo porque hemos perdido la habilidad de juzgarnos a nosotros mismos. Un libro que trata acerca del discernimiento, la capacidad para distinguir entre lo falso y lo verdadero, o mejor todavía, para diferenciar la verdad de la verdad a medias. El autor nos invita a explorar cómo distinguir entre verdades y mentiras, cómo juzgar a los falsos profetas y las apariencias.

[This is a book about discernment: the ability to distinguish the lie from the truth; or better, the lie from the half-truth. Christians have a responsibility to make wise judgements in a nonjudgemental world]
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 abr 2015
ISBN9780825479847
Quién eres tú para juzgar?: Cómo distinguir entre verdades, medias verdades y mentiras
Autor

Erwin W. Lutzer

Dr. Erwin W. Lutzer is Pastor Emeritus of The Moody Church, where he served as the senior pastor for 36 years. He is an award-winning author and the featured speaker on three radio programs that are heard on more than 750 national and international outlets. He and his wife, Rebecca, have three grown children and eight grandchildren and live in the Chicago area.

Relacionado con Quién eres tú para juzgar?

Libros electrónicos relacionados

Cristianismo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Quién eres tú para juzgar?

Calificación: 4.666666666666667 de 5 estrellas
4.5/5

6 clasificaciones2 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Muy buen autor, lo recomiendo si lo lee no quedará defraudado.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Excelente libro. Lo recomiendo, grandemente. El último capítulo estuvo genial. Necesitamos más libros así donde se nos enseñe sana doctrina.

Vista previa del libro

Quién eres tú para juzgar? - Erwin W. Lutzer

Título del original: Who are You to Judge?, © 2002 por Erwin W. Lutzer y publicado por Moody Press, Chicago, Illinois 60610.

Edición en castellano: ¿Quién eres tú para juzgar?, © 2004 por Erwin W. Lutzer y publicado por Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de cualquier forma sin permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves en revistas o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina–Valera 1960, © Sociedades Bíblicas Unidas. Todos los derechos reservados.

Traducción: John Alfredo Bernal

EDITORIAL PORTAVOZ

P.O. Box 2607

Grand Rapids, Michigan 49501 USA

Visítenos en: www.portavoz.com

ISBN 978-0-8254-0531-0 (rústica)

ISBN 978-0-8254-0791-8 (Kindle)

ISBN 978-0-8254-7984-7 (epub)

Realización ePub: produccioneditorial.com

Dedicado a John Armstrong.

Mentor y compañero de oración,

mas por encima de todo, un amigo.

Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros.

Filipenses 1:3

CONTENIDO

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Antes de comenzar

1. ¿Por qué tenemos miedo de juzgar?

2. No juzguéis, para que no seáis juzgados: ¿Deberíamos dejar de pronunciar juicios?

3. Cómo juzgar acerca de doctrinas. ¿De verdad importa qué creemos?

4. Al juzgar a los profetas falsos. ¿Cómo podemos reconocerlos?

5. Cómo juzgar los milagros. ¿Son de Dios o de Satanás?

6. Cómo juzgar el entretenimiento. ¿Qué tanto de Hollywood deberíamos permitir en nuestro hogar?

7. Cómo juzgar las apariencias. ¿Cuál es la relación entre belleza y felicidad?

8. Cómo juzgar el paganismo contemporáneo. ¿En qué punto la fantasía se convierte en realidad?

9. Cómo juzgar acerca de fantasmas, ángeles y lugares sagrados. ¿Cuál es la interpretación correcta del mundo espiritual?

10. Cómo juzgar la Conducta. ¿Podemos ponernos de acuerdo acerca de qué es bueno y qué es malo?

11. Cómo juzgar el carácter. ¿Cuáles son las marcas de la integridad?

ANTES DE COMENZAR

Hubo un tiempo en el que la verdad importaba mucho. De hecho, en ciertas situaciones la verdad llegaba a importar tanto que el amor escaseaba. Si usted lee algunos escritos de los reformadores se convencerá de que con demasiada frecuencia la verdad eclipsaba la caridad y tener la razón era siempre más importante que ser amables. A veces me pregunto qué habría sucedido si Juan Knox hubiera mostrado a María la reina de los escoceses un poco más de cortesía y compasión durante sus diálogos con ella. Por supuesto no podemos saberlo, pero es posible que su corazón se hubiera inclinado hacia la fe de la Reforma y se habrían suavizado los conflictos amargos que entablaron. Podemos decir lo mismo acerca del debate acalorado entre Lutero y Zwinglio, así como del rencor entre Calvino y Servet, quien murió quemado en el cadalso de Ginebra. Un poco de entendimiento habría endulzado estos conflictos.

En nuestra época nos hemos desviado hacia el extremo opuesto. El amor ha reemplazado a la verdad mientras que la unidad se ha vuelto más importante que cualquier doctrina, incluido el evangelio. Hoy día se prefiere tolerar la herejía al riesgo de parecer poco amorosos ante el mundo. De este modo, bajo el estandarte de la unidad se tolera casi todo tipo de extravíos doctrinales, mientras las transgresiones morales se obvian y perdonan con rapidez.

Tal vez no nos guste siempre la actitud de los reformadores, pero su ejemplo es un antídoto necesario para nuestra actitud y estilo de vida permisivos. Ellos nos dirían que nadie ha llegado al cielo por el simple hecho de ser amoroso. Si uno quiere entrar al cielo, la verdad es lo que se necesita. También nos advertirían que es posible alcanzar cierta unidad con base en el error. Jesús demostró que un espíritu de amor no es incompatible con advertencias acerca del error y hasta la denuncia de maestros falsos.

Ahora bien, ¿dónde trazamos la línea? ¿En qué momento tenemos que decir ya es suficiente? Por cierto, no queremos dividirnos por asuntos no esenciales ni tratar a otros creyentes con una actitud de superioridad espiritual, como si fuéramos los únicos que estamos en lo correcto. Al mismo tiempo, debemos sonar la trompeta y hacer un llamado a la iglesia para que se distinga del mundo. Debemos atesorar y defender la verdad, así corramos el riesgo de no ser comprendidos o de causar una ruptura en la comunión personal.

Este es un libro acerca del tema del discernimiento, aquella capacidad para distinguir entre lo falso y lo verdadero, o mejor todavía, entre la verdad y la verdad a medias. Por supuesto, no espero que todos los cristianos estén de acuerdo conmigo sobre los asuntos diversos que se tratan en las siguientes páginas, pero me gustaría pensar que este libro abrirá canales para el diálogo necesario acerca de estos temas. Mi mayor satisfacción sería que consideráramos de qué manera las dimensiones religiosas y morales de nuestra cultura han afectado a la iglesia y qué debería hacerse al respecto. Esta es la tarea a la que hemos sido llamados.

Por regla general, no he mencionado en mi discusión los nombres de aquellos que han optado por las ocurrencias personales y lo que llaman profecías en lugar de la doctrina sana. Mi intención ha sido suministrar los principios básicos necesarios para esta evaluación. Siempre habrá diferentes tipos de evangelistas, pastores, ministros de sanidad por fe y profetas, pero la Palabra de Dios permanece inmutable por la eternidad.

Únase a mí en este recorrido. Exploremos juntos para encontrar la manera de trazar otra vez esas líneas limítrofes que distinguen a la iglesia del mundo. Realicemos con amor la tarea de advertir, exhortar e instruirnos unos a otros con la esperanza de recuperar el terreno precioso que se ha perdido al habernos dejado inundar por el espíritu del mundo.

La tarea es urgente. Pidamos a Dios fortaleza para hacer lo que se necesita.

ERWIN LUTZER

IGLESIA MOODY, 2002

1

¿POR QUÉ TENEMOS MIEDO DE JUZGAR?

EL FUTURO ESTÁ AQUÍ

La iglesia debe estar en el mundo como un barco en el océano, pero tan pronto el océano entra al barco, este se encuentra en graves problemas. Temo que el barco del cristianismo evangélico ha permitido la entrada de demasiada agua. El mundo ha entrado a la iglesia con tanta rapidez que bien podríamos preguntarnos si la embarcación puede mantenerse a flote. La iglesia, que ha sido llamada a influenciar al mundo, se encuentra ahora influenciada por el mundo.

Si nosotros como representantes de Cristo a duras penas nos mantenemos a flote, ¿cómo se puede esperar que vayamos a rescatar a una sociedad que naufraga a nuestro alrededor? Hemos adoptado los valores del mundo y le hemos creído a su entretenimiento, sus valores morales y sus actitudes. También hemos adquirido su tolerancia, su insistencia en que nunca deberíamos cuestionar las creencias privadas de los individuos, tanto fuera como dentro de la iglesia. Ante las presiones culturales nos hemos visto confundidos, indecisos para actuar e incapaces de dar un testimonio amoroso pero también convincente al mundo.

Por supuesto, también hay muchos síntomas esperanzadores en nuestra cultura. Existen iglesias e individuos que ejercen una gran influencia para la causa del evangelio, y por eso estamos agradecidos. No obstante, la gran mayoría de los cristianos nos hemos conformado con un estilo cómodo de cristianismo que exige muy poco y en consecuencia, hace muy poca diferencia en la cultura general. Tan pronto el mundo da un paso en nuestra dirección, debemos acogerlo del todo sin que nos afecte la conciencia, pero una iglesia que opte por estar en paz con el mundo es incapaz de cambiarlo.

En la actualidad existe el mito de que el mundo es más tolerante que antes porque se aceptan ambos puntos de vista. Si usted se para en una esquina en cualquier ciudad de los Estados Unidos y pregunta: ¿cuál es su opinión acerca de Jesucristo?, es probable que obtenga una respuesta favorable. Las personas le describirían como un buen maestro o como una persona que nos enseñó acerca del amor, pero podemos estar seguros de que el mundo habla bien de Él porque no entiende quién es y por qué vino a la tierra.

Escuche sus propias palabras: Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece (Jn. 15:18-19). El mundo en general tiene una opinión favorable de Jesucristo por la simple razón de que no sabe cómo interpretarlo.

Recuerde este axioma: cuanto mejor entienda el mundo el propósito de la venida de Jesús, más lo aborrecerá. Lo que el mundo valora es despreciado por Cristo, lo que Él ama es aborrecido por el mundo. Años atrás F. B. Meyer escribió: Entre cosas tan opuestas e irreconciliables como la iglesia y el mundo, no puede haber más que antagonismo y contienda. Cada uno está dedicado a fines que se oponen por completo a los intereses más estimados del otro.[1] Ahora considere lo siguiente: la mayoría de los cristianos consideran que es posible seguir a Jesús ¡sin dar la espalda al mundo!

Varias generaciones atrás escuchábamos sermones que aludían al tema de la separación bíblica, es decir, sermones acerca de la creencia de que debemos separarnos de todo aquello que desagrada a Dios y consagrarnos a los valores y las convicciones de las Escrituras. Muchos de nosotros oímos advertencias de cosas como las películas, el alcohol, el tabaco y un puñado de otros pecados. Esta clase de instrucción tenía sus limitaciones porque la piedad se definía con mucha frecuencia en términos de las cosas que se suponía no debíamos hacer, pero por lo menos se nos enseñó que algunas cosas eran correctas y otras eran erróneas. Así no haya sido perfecto, se hizo el intento de distinguir a la iglesia del mundo.

Mi generación afirmó ser más sabia que la de nuestros padres. Dijimos que la lista de pecados mundanales era de fabricación humana y que nos tocaba tomar nuestras propias decisiones sobre estos asuntos. Los cristianos de mayor edad que conocían su corazón mejor que nosotros el nuestro, nos advirtieron que si comenzábamos a tolerar la mundanalidad, como quisiera definirse, iniciaríamos una caída en dominó y llegaría el día en el que la iglesia se llenaría de creyentes mundanos.

Ese día ya ha llegado.

Las encuestas de opinión muestran que la diferencia entre la iglesia y el mundo no puede notarse en muchos sentidos. Los pecados que cunden en el mundo también están en la iglesia: divorcio, inmoralidad, pornografía, entretenimiento atrevido, materialismo y apatía frente a lo que crean los demás. Nuestra creencia oficial es que las personas están perdidas si no confían en Jesús como Salvador, pero de manera no oficial actuamos como si lo que las personas creen y cómo se comportan no importa en realidad. No sorprende que nuestra luz se haya reducido a un pabilo y nuestra sal haya perdido su sabor.

Muchos creen que no tenemos derecho de juzgar el estilo de vida o las creencias de nadie. Nuestro compromiso con el individualismo radical y la privatización de la fe nos ha llevado a estar dispuestos a vivir y dejar vivir sin discusión, evaluación ni reprensión alguna. Hemos perdido la capacidad para juzgar al mundo porque hemos perdido la habilidad de juzgarnos a nosotros mismos. Afirmamos ciertas creencias y luego actuamos como si no importaran en realidad.

Tampoco sorprende que el versículo más citado de la Biblia haya dejado de ser Porque de tal manera amó Dios al mundo (Jn. 3:16), y ahora es No juzguéis, para que no seáis juzgados (Mt. 7:1). Incluso en círculos evangélicos oímos con frecuencia: ¿Quién eres tú para juzgar? La implicación clara de la pregunta es que no tenemos derecho alguno para decir: Este estilo de vida es incorrecto o esto es una herejía, o este predicador es un maestro falso. La expresión que describe mejor a nuestra cultura es: ¡lo que te plazca!

¿Cómo llegamos aquí?

¿Por qué nos resulta tan difícil decir que algunas opiniones religiosas son incorrectas o que algunas conductas son pecaminosas? ¿Por qué permitimos que Hollywood se introduzca tanto a nuestro hogar y afirmamos que nosotros y nuestra familia no nos dejamos influenciar mucho por la industria del entretenimiento? ¿Por qué permitimos que abunden y prosperen tantos maestros y profetas falsos sin advertir al pueblo de Dios? ¿Por qué se practican diversas formas de ocultismo? Estas son solo algunas de las preguntas que discutiremos en los capítulos que siguen.

Antes de comenzar nuestro recorrido, debemos tener un entendimiento mejor de la manera como las ideas prevalecientes de nuestra cultura han influenciado a la iglesia. Tal vez descubramos que somos más afectados por el mundo de lo que nos damos cuenta. Por eso, antes de hablar acerca de nuestra responsabilidad como miembros de la iglesia, dediquemos unos momentos a entender los retos que confrontamos en el mundo que nos rodea.

Todos hemos oído que vivimos en una sociedad postmoderna, pero ¿qué significa esto? Además, ¿qué clase de influencia tiene el postmodernismo en la iglesia? Cada generación debe pelear sus propias batallas. Algunas veces los puntos de presión para una generación son los mismos de la generación anterior, pero con frecuencia los asuntos son muy diferentes. No obstante, cada generación debe confrontar al mundo, bien sea para cambiarlo o para ser cambiada por él.

Hoy día nuestros retos son únicos porque ninguna generación ha sido influenciada por la tecnología como la nuestra. Somos bombardeados por la televisión, la revolución del vídeo y la red informática global. Quizás ninguna generación ha tenido tantas oportunidades como la nuestra, ni tantos fracasos. En medio de la gran potencialidad que tenemos a disposición, temo que nos hemos desviado de lo bueno hacia lo trivial y hasta irracional. En nuestro tiempo se ha dado un cambio gigantesco en la manera de pensar. Esta generación percibe la realidad de una manera muy diferente a como lo hicieron generaciones pasadas. Sí, las personas en general no ven la vida como se había acostumbrado hacerlo, y los cristianos no somos la excepción.

Hagamos un recorrido breve por aquello que se denomina la mentalidad postmoderna para que podamos entender mejor los retos que tenemos ante nosotros. Después nos preguntaremos cómo hemos sido influenciados por el mundo y qué puede hacerse al respecto.

DESCENSO A LA DECADENCIA

La verdad ha desaparecido y pocos han notado su ausencia. Ante nuestros propios ojos se han derribado las formas anteriores de pensamiento, y en su lugar encontramos nuevas maneras de ver el mundo y nuestra experiencia del mismo. Algunos de nosotros crecimos con presuposiciones que ahora son desechadas y se han reemplazado con presupuestos nuevos que están en oposición directa al evangelio cristiano. Quizás no es demasiado fuerte decir que se ha declarado la guerra al pasado para favorecer un futuro nuevo y excitante.

No podemos entender el postmodernismo si no entendemos qué fue y qué es el modernismo. El modernismo era la creencia en que la razón tenía el poder de dar sentido al mundo. Se pensaba que la mente humana tiene la capacidad de interpretar la realidad y descubrir los valores predominantes. Era una mentalidad optimista porque creía en el progreso. Las personas creían que la ciencia y la historia podían conducirnos a varias verdades que nos ayudarían a interpretar la realidad. El modernismo atacó la religión en general y el cristianismo en particular porque creía que el cristianismo estaba lleno de supersticiones, pero al menos el modernismo creía que la verdad existía como tal y no tenía temor alguno de afirmarlo.

Ahora se ha impuesto el posmodernismo.

La noción contemporánea es que la razón fracasó en su intento de dar sentido al mundo y a la existencia. En efecto, se dice que el modernismo no tiene los bloques necesarios para construir un sistema de verdades que pueda aplicarse a todas las culturas. Por esa razón el presupuesto antiguo de que la verdad objetiva existe debe ser reemplazado con la noción de que en realidad no existe la verdad, si con esa palabra quiere aludirse a valores que se aplican a todas las culturas en todos los tiempos. Si la verdad existe en absoluto, no se encuentra allá afuera a la espera de ser descubierta, sino más bien corresponde a mi propia respuesta personal a los datos que la realidad me presenta. El individuo no descubre la verdad, sino que es la fuente misma de la verdad.[2]

Mientras que el modernismo atacó a la religión como superstición, el postmodernismo acepta todas las religiones y rinde tributo a toda clase de supersticiones. La espiritualidad en todas sus manifestaciones se acepta hoy día sin que sea necesario afirmar que un punto de vista sea erróneo y otro correcto. Puesto que la verdad se define ahora como mi propia opinión personal acerca de la realidad, los seres humanos contamos con cualquier número de verdades, y este puede equivaler a la cantidad de individuos que hay en el planeta.

El postmodernismo dice en teoría que no existe un parámetro independiente sobre el bien y el mal, ningún criterio independiente para determinar qué es verdad y qué es error. No obstante, debido a que somos seres morales, ni siquiera los posmodernistas pueden descartar todos los juicios morales. Siempre que ellos ven algo que no les gusta, inventan nuevas maneras de describir lo que ven y fabrican nociones que reemplazan el concepto de verdad del momento.

Estas nuevas modalidades de pensamiento han cambiado el diálogo en nuestro mundo moderno. Si vamos a retar a nuestra cultura, tenemos el deber de entenderla.

La imparcialidad reemplaza a la verdad

Como se mencionó, hubo un tiempo en el que las personas creían que la verdad existía así no se pusieran de acuerdo en qué era. En la actualidad, una creencia no es evaluada con base en su carácter falso o verdadero, sino con una respuesta subjetiva a la pregunta: ¿es imparcial?

Piense en lo que esto significa para los que creemos en el evangelio. Es indudable que la idea de que la salvación venga solo a través de Cristo no parece muy imparcial, en vista de la multiplicidad de religiones diferentes en el mundo. Por esta razón nuestro mensaje se declara inaceptable sin importar cuánta evidencia se presente en respaldo de su veracidad. De hecho, nos dicen que lo que creemos está basado en prejuicios estrechos y el cristianismo es descartado como el sesgo particular de los cristianos.

Este mismo método se aplica en la evaluación de la moralidad. Los posmodernistas dicen que la moralidad, si acaso existe en absoluto, es un ejercicio psicológico. Si usted y yo dijéramos: yo creo que esto es inmoral, la mente moderna nos oye decir: yo tengo este prejuicio. Todos hemos oído que las organizaciones que luchan para favorecer los derechos de los homosexuales se refieren a los que creen en el matrimonio tradicional como personas fanáticas y obcecadas. En otras palabras, la moralidad no es un asunto de objetividad, sino de preferencia y opinión personal.

Quizás resulte útil la siguiente ilustración tomada del béisbol. Alguien dijo que un árbitro del pasado habría dicho: "Según lo que sean, yo determino si los lanzamientos del pitcher son a favor o en contra de su equipo. Por otro lado, un árbitro moderno diría: Según lo que yo vea, yo mismo determino si los lanzamientos no bateados son a favor o en contra del bateador. En cambio, un árbitro postmoderno diría: Los lanzamientos son buenos o malos según se me antoje juzgarlos". De igual forma, en asuntos de religión y moralidad, la verdad es lo que yo diga que sea.

Ahora la virtud nacional por excelencia consiste en practicar el arte de ser inofensivos. Por eso, si usted piensa que tiene la verdad, las reglas de cortesía le exigen que se abstenga de expresar sus pensamientos. Como buen ciudadano, usted debería tener la urbanidad suficiente para guardar silencio acerca de las convicciones que usted mantiene en privado (es decir, sus prejuicios). Hasta la libertad de expresión debe limitarse para no extender juicios morales acerca de la conducta de otras personas.

Dicho de otro modo, en la Constitución de los Estados Unidos se ha definido un nuevo derecho: ¡nadie tiene por qué escuchar algo con lo cual no esté de acuerdo! Nunca debería obligarse a alguien a oír algo que le ofenda, por eso la legislación sobre delitos de odio se presenta como una defensa de aquellos grupos que al parecer han sido objeto de distinciones injustas para que se les trate con intransigencia como a delincuentes. Aunque estas leyes tienen méritos en ciertos casos, debemos ser conscientes de que la meta general consiste en declarar el lenguaje ofensivo como un delito execrable motivado

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1