San Benito, Padre de Europa: Colección Santos, #9
Por F.A. Forbes
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Este libro contiene uno de los secretos mejor guardados de nuestro tiempo: para entender Europa, es imprescindible conocer la vida de San Benito y la Regla monástica que escribió. Quizá, más que un secreto, podría considerarse un olvido intencionado por parte de una época que idolatra la acción y ya no conoce el valor de la contemplación. A fuerza de perseguir el progreso, hemos olvidado los cimientos en los que se asienta nuestra cultura.
En una gruta perdida en Subiaco y en la altura abandonada y arrasada por los bárbaros de Montecassino, Benito vivió una vida dedicada a la oración y al trabajo manual. Su silencio y ocultación, sin embargo, tuvieron un impacto más profundo y duradero en la cultura de Occidente que las políticas, batallas y decretos de emperadores y reyes.
Milagros, visiones y dones excepcionales de Dios salpican la vida de un santo que, a través de su ejemplo y de su Regla, inspiraría a los monjes que conservaron durante siglos la cultura occidental y transformaron Europa.
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Comentarios para San Benito, Padre de Europa
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hermosísimo relato!! Un deleite leer este libro. Lo caracteriza una claridad impresionante en el relato de los hechos y una gran delicadeza.
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San Benito, Padre de Europa - F.A. Forbes
San Benito
Padre de Europa
F.A. Forbes
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Editorial Vita Brevis
2016
Índice
San Benito
Prólogo del editor
Capítulo I: Roma en el siglo V y la llegada de los bárbaros
Capítulo II: La juventud de Benito
Capítulo III: La estancia en el yermo y el primer monasterio
Capítulo IV: Mauro, Plácido y los doce monasterios en Subiaco
Capítulo V: Benito acaba con la idolatría en Montecassino
Capítulo VI: La construcción de la abadía y los discípulos de San Benito
Capítulo VII: La Regla de San Benito
Capítulo VIII: El don de conocer los corazones de los hombres
Capítulo IX: Los hijos de San Benito extienden la Orden por Europa
Capítulo X: La oración de San Benito y de Santa Escolástica
Capítulo XI: La muerte de San Benito y lo que su Orden ha aportado al mundo
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Prólogo del editor
En la historia de salvación que corre paralela a las crónicas de los historiadores y vuela por encima de ellas, a menudo los últimos son los primeros y los primeros últimos. Así fue en el caso de nuestro santo.
Benito de Nursia era un noble romano, en la época en la que Roma, a pesar de haber perdido su poderío militar ante los ataques de los bárbaros, seguía siendo en la mente de todos el centro de la civilización y de todo lo que importaba en el mundo. Benito, sin embargo, dejó Roma, su fortuna y una carrera prometedora para abrazar la pobreza y dedicarse a la oración en un lugar perdido, rodeado por los parajes más agrestes y apartados que pudo encontrar: la gruta de Subiaco. Como explicaría San Gregorio Magno, el joven actuó así soli Deo placere desiderans, queriendo agradar únicamente a Dios.¹
Paradójicamente, este abandono del mundo cambiaría por completo la historia del mundo. Al dejar la sociedad influyente de su época, Benito adquiriría una influencia espiritual que trascendería los siglos y los confines políticos y geográficos. Al retirarse de la sociedad de la época, atraería junto a sí a multitud de hombres y mujeres que abrazarían su misma vida en pobreza, castidad y obediencia. Una vez más, la debilidad de Dios demostró ser más fuerte que los hombres y la locura divina se reveló más sabia que la sabiduría humana.
La vida monacal había surgido en Oriente, donde había transformado de raíz la sociedad. Tras el fin de las persecuciones, los cristianos sedientos de santidad comenzaron a marchar al desierto para dejar comodidades y distracciones y vivir solamente para Dios. La vida eremítica primero y los monasterios después florecieron en toda la parte oriental del Imperio, siguiendo el camino trazado por grandes santos como San Pablo el ermitaño, San Antonio abad o San Pacomio.
En Occidente, sin embargo, la vida monástica oriental no podía imitarse sin más, sino que era necesaria una adaptación a un clima, una sociedad y unas costumbres diferentes. Esta adaptación se llevó a cabo por medio de uno de los libros más influyentes de toda la historia de la humanidad: la Regla de San Benito.
La vida de los monjes benedictinos organizada por la Regla se resume en una frase que su fundador tomó de San Cipriano de Cartago: no anteponer nada al amor de Cristo. Con esta primacía de Dios se fundó la civilización cristiana. Como dijo Pablo VI, San Benito cimentó la unidad espiritual de Europa, en virtud de la cual los pueblos divididos desde el punto de vista lingüístico, étnico y cultural se dieron cuenta de que formaban parte del único pueblo de Dios y esta unidad, gracias al esfuerzo constante de los monjes que siguieron a tan insigne maestro, se convirtió en la característica distintiva de la Edad Media
.²
La semilla plantada por San Benito dio frutos abundantísimos. Los monjes benedictinos lograron conservar, casi en solitario, la cultura grecolatina durante las edades oscuras de las invasiones bárbaras, que acabaron con el Imperio romano de Occidente. Pacientemente, los monjes copiaron a mano las grandes obras de la antigüedad, tanto las cristianas como las paganas, y las preservaron para la posteridad.
También cultivaron tierras baldías, construyeron iglesias, puentes y acueductos, educaron a innumerables personas en las técnicas agrícolas, practicaron la orfebrería, la música, la pintura, la escultura, la talla e inventaron las vidrieras policromadas. Sus escuelas monacales dieron lugar, con el tiempo, a las universidades.
Frente a la decadencia en la que cayó Europa en los siglos VI y VII, los monjes benedictinos enarbolaron el estandarte teocéntrico y litúrgico de la reforma social, propugnada por San Benito
.³ Sin San Benito y sus monjes, la civilización occidental habría completado su descenso al barbarismo y, probablemente, con el tiempo habría desaparecido por completo. Por ello, San Benito de Nursia, considerado como el Padre del monacato occidental, fue nombrado patrono de Europa por el Papa Pablo VI en 1964. No es posible entender lo que es Europa sin conocer a San Benito, su obra y, sobre todo, su Regla.
Benedicto XVI resaltó la importancia especial de conocer, meditar e imitar la vida de San Benito en un momento en que Europa, recién salida de un siglo herido profundamente por dos guerras mundiales y después del derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de su propia identidad
.⁴
Este libro recoge la vida oculta de un pobre monje en lo alto de una montaña perdida de Italia, que cambió la historia del mundo por el sencillo procedimiento de abandonar ese mundo y dedicarse a Dios.
Capítulo I: Roma en el siglo V y la llegada de los bárbaros
El gran Imperio romano estaba agonizando. Tenía dos milenios de historia. Una nación tras otra se habían inclinado ante su poder y habían reconocido su dominio. Sus ciudadanos hablaban de la Roma eterna, porque parecía que la antigua civilización había de durar para siempre. ¿Es que no había probado mil veces la Roma pagana que su fuerza era invencible y su poder indomable? ¿Cómo podría cambiar eso?
La respuesta a esa pregunta vendría de su interior. Roma no había permanecido fiel a los viejos ideales que eran su fuerza. Hundida en el orgullo y el materialismo, había aprendido a vivir holgadamente y buscando únicamente los placeres. Con obstinación, se había negado a aceptar la fe de Cristo y había perseguido sin descanso a sus seguidores, sin querer saber nada de un Dios crucificado. Durante cuatro siglos, se había esforzado por destruir la religión que elevaba los corazones de los hombres por encima de las cosas de este mundo y, con cada golpe, sólo había conseguido fortalecerla. Sin embargo, cuando el cristianismo triunfó al fin con la conversión de Constantino el Grande, Roma había caído demasiado bajo como para entender el mensaje cristiano, porque las semillas de la muerte ya habían germinado en su corazón.
¿Por qué nos impones esta idea del pecado?
exclamaba el mundo pagano ante San Agustín. Lo que nos importa es que crezca la riqueza. Los reyes deberían atender a la obediencia de sus súbditos y no a su moralidad. Edifíquense casas suntuosas, celébrense ricos convites y haya fiestas día y noche. Ténganse por verdaderos los dioses que proporcionen estas cosas al pueblo
.⁵
Una nueva Roma debía resurgir de las ruinas de la antigua, una Roma destinada a ser el baluarte de la fe que iba a regenerar el mundo, un imperio espiritual que extendería sus fronteras mucho