Investigación sobre el entendimiento humano
Por David Hume
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David Hume
David Hume wird 1711 in Edinburgh geboren. Im Alter von 12 Jahren beginnt er das Studium der antiken Philosophie, Literatur und Jura an der dortigen Universität. 1735 geht Hume für zwei Jahre nach Frankreich, wo Ein Traktat über die menschliche Natur entsteht. Es stellt den ehrgeizigen Versuch dar, die Grundlegung einer umfassenden empirischen Wissenschaft von der Natur des Menschen zu konzipieren. Das Werk findet zeitgenössisch nur wenig Beachtung, was ihn dazu zwingt, als Brotberuf auf Erzieher- und Sekretärsstellen zurückzugreifen. Erst als 1748 die Untersuchung über den menschlichen Verstand erscheint, wird Hume schlagartig zu einem der bekanntesten europäischen Philosophen und mit Locke und Berkeley zu einem Hauptvertreter des klassischen englischem Empirismus. Wieder nach Schottland zurückgekehrt, ermöglicht ihm eine Stelle als Bibliothekar an der Universität von Edinburgh intensive historisch-politische Studien, aus welchen die Geschichte Großbritanniens hervorgeht. 1769 zieht sich Hume aus der Öffentlichkeit zurück, um seine Schriften zu überarbeiten. Er stirbt nach langer Krankheit 1776 in Edinburgh.
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Investigación sobre el entendimiento humano - David Hume
HUMANO
Sección 1
De las distintas clases de filosofía
La filosofía moral, o ciencia de la naturaleza humana, puede tratarse de dos maneras distintas. Cada una de ellas tiene su mérito particular y puede contribuir al entretenimiento, ilustración y reforma de la humanidad. La primera considera al hombre primordialmente como nacido para la acción y como influido en sus actos por el gusto y el sentimiento, persiguiendo un objeto y evitando otro, de acuerdo con el valor que estos objetos parecen poseer, y según el modo en que se presentan; y puesto que la virtud, según opinión común, es, entre todos los objetos, el más valioso, esta clase de filósofos la pinta con los colores más agradables, valiéndose de la poesía y de la elocuencia, desarrollando su tema de una manera sencilla y clara, la más indicada para agradar a la imaginación y movilizar nuestros sentimientos. Eligen los casos y observaciones más llamativos de la vida cotidiana, contrastan adecuadamente caracteres opuestos y, atrayéndonos a los caminos de la virtud con visiones de gloria y felicidad, dirigen nuestros pasos por estos caminos con los preceptos más sensatos y los ejemplos más ilustres. Nos hacen sentir la diferencia entre el vicio y la virtud, excitan y regulan nuestros sentimientos y así, no pueden sino inclinar nuestros corazones al amor de la probidad y del verdadero honor. Con ello piensan haber alcanzado plenamente el objetivo de todos sus esfuerzos.
La otra clase de filósofos consideran al hombre como un ser racional más que activo, e intentan formar su entendimiento más que cultivar su conducta. Consideran a la naturaleza humana como un tema de especulación, y la estudian con minucioso escrutinio para encontrar los principios que regulan nuestro entendimiento, excitan nuestros sentimientos y nos hacen aprobar o censurar cualquier objeto, acción o comportamiento concreto. Consideran un descrédito para cuanto se ha escrito que la filosofía aún no haya fijado indiscutiblemente el fundamento de la moral, de la razón y de la crítica artística y literaria, y en cambio hable constantemente de verdad y falsedad, vicio y virtud, belleza y deformidad, sin ser capaz de precisar la fuente de estas distinciones. Mientras intentan esta ardua tarea, no se dejan vencer por dificultad alguna, sino que, remontándose de casos concretos a principios generales, prosiguen sus investigaciones en busca de principios aún de mayor generalidad, y no quedan satisfechos hasta alcanzar los principios primordiales por los que, en toda ciencia, ha de estar limitada la curiosidad humana. A pesar de que sus especulaciones parezcan abstractas, e incluso ininteligibles para lectores normales, se proponen conseguir la aprobación de los doctos y de los sabios, y se consideran suficientemente compensados por el esfuerzo de toda su vida si pueden descubrir algunas verdades ocultas que contribuyan a la ilustración de la posteridad.
Es indudable que, antes que la filosofía precisa y abstracta, será la fácil y asequible la que disfrutará de la preferencia de la mayor parte de la humanidad, y será recomendada por muchos no sólo como más agradable, sino también como más útil que la otra. Tiene mayor papel en la vida cotidiana, moldea el corazón y los sentimientos y, al alcanzar los principios que mueve a los hombres, reforma su conducta y los acerca al modelo de perfección que describe. Por el contrario, la filosofía abstrusa, al exigir un talante inadecuado para el negocio y la acción, se desvanece cuando el filósofo abandona la oscuridad y sale a la luz del día y, por tanto, no pueden sus principios tener influjo alguno sobre nuestra conducta y comportamiento. Los sentimientos de nuestro corazón, la agitación de nuestras pasiones, la intensidad de nuestros sentimientos debilitan sus conclusiones y reducen al filósofo profundo a un mero plebeyo.
Se ha de reconocer asimismo lo siguiente: que la lama más duradera, así como la más merecida, ha recaído sobre la filosofía fácil, y que los razonadores abstractos parecen por ahora haber disfrutado sólo de una reputación momentánea, debida al capricho o ignorancia de su época, pero no han sido capaces de mantener su prestigio en una posteridad más ponderada. Es fácil para un filósofo profundo cometer una equivocación en mis razonamientos sutiles; y una equivocación es necesariamente progenitura de otra, cuando el filósofo desarrolla las consecuencias, y no deja de aceptar una conclusión a pesar de la apariencia extraña de esta última, o de su oposición a la opinión común. Sin embargo, el filósofo que no se propone más que representar el sentido común de la humanidad con los más bellos y encantadores colores, si por un accidente cae en el error, no avanza más, sino que, renovando su apelación al sentido común y a los sentimientos naturales de la mente, vuelve al camino correcto y se pone a salvo de peí i prosas ilusiones. La fama de Cicerón florece en la actualidad, pero la de Aristóteles está totalmente en decadencia. La Bruyére cruza los mares y aún conserva su reputación, pero la gloria de Malebranche se limita a su propia nación y a su propia época. Y Addison será leído con placer cuando Locke esté totalmente olvidado.
El mero filósofo es un tipo humano que normalmente no goza sino de poca aceptación en el mundo, al suponerse que no contribuye nada ni a la utilidad ni al placer de la sociedad, ya que vive alejado del contacto con la humanidad y está envuelto en principios igualmente alejados de la comprensión de ésta. Por otra parte, el que no es más que un ignorante es aún más despreciado, y no hay nada que se considere señal más segura de carácter estrecho en una época y nación donde las ciencias prosperan que el estar totalmente desprovisto de afición por estos nobles entretenimientos. Se piensa comúnmente que el carácter más perfecto se halla entre estos dos extremos: un carácter dotado de la misma habilidad y gusto para libros, vida social y negocios, que muestra en el trato el discernimiento y finura debidos a las Bellas Letras, y en los negocios la integridad y precisión, resultado natural de una filosofía correcta. Para difundir y cultivar un carácter tan logrado, nada puede ser más útil que ensayos de estilo y desarrollo sencillos que no se apartan demasiado de la vida, que no exigen aplicación profunda o recogimiento para ser comprendidos, y que devuelven al estudioso a la humanidad imbuido de nobles sentimientos y sabios preceptos, aplicables a cualquier exigencia de la vida. Gracias a estos ensayos la virtud resulta amable; la ciencia, agradable; la vida social, instructiva, y la soledad, entretenida.
El hombre es un ser racional, y, en cuanto tal, recibe de la ciencia el alimento y la nutrición que le corresponde. Pero tan escaso es el alcance de la mente humana que poca satisfacción puede esperarse en este punto, ni del grado de seguridad ni de la extensión de sus adquisiciones. El hombre es un ser sociable, no menos que un ser racional; pero tampoco puede siempre disfrutar de una compañía agradable y divertida, o mantener la debida apetencia de ella. También el hombre es un ser activo, y por esta disposición, así como por las diversas necesidades de la vida humana, ha de someterse a los negocios. Pero la mente requiere alguna relajación, ya que no puede soportar siempre su inclinación hacia la preocupación y la faena. Parece, por tanto, que la naturaleza ha establecido una vida mixta como la más adecuada a la especie humana, y secretamente ha ordenado a los hombres que no permitan que ninguna de sus predisposiciones les absorba demasiado, hasta el punto de hacerlos incapaces de otras preocupaciones y entretenimientos. «Entrégate a tu pasión por la ciencia —les dice—, pero haz que tu ciencia sea humana y que tenga una referencia directa a la acción y a la sociedad. Prohíbo el pensamiento abstracto y las investigaciones profundas y las castigaré severamente con la melancolía pensativa que provocan, con la interminable incertidumbre en que le envuelve a uno y con la fría recepción con que se acogerán tus pretendidos descubrimientos cuando los comuniques. Sé filósofo, pero en medio de toda tu filosofía continúa siendo un hombre.»
Si la mayoría de la humanidad se contentara con preferir la filosofía fácil a la abstracta y profunda, sin lanzar contra ésta su desprecio y censura, no sería incorrecto, quizá, conformarse con esta opinión general y permitir a cada hombre que disfrutase, sin impedimento, de su propio gusto y sentimiento. Pero como frecuentemente se lleva la cuestión más lejos, hasta el punto de rechazar todo razonamiento profundo o lo que vulgarmente se llama metafísica, ahora procederemos a considerar lo que, con fundamento, se puede alegar en su favor.
Podemos comenzar observando que una ventaja considerable que resulta de la filosofía rigurosa y abstracta es su utilidad para la filosofía fácil y humana, que sin la primera no puede alcanzar un grado suficiente de exactitud en sus sentimientos, preceptos o razonamientos. Las Bellas Letras no son sino un retrato de la vida humana en diversas actitudes y situaciones. Nos inspiran distintos sentimientos de elogio o censura, admiración o ridículo, de acuerdo con las cualidades del objeto que nos presentan. Un artista está mejor preparado para triunfar en este esfuerzo si, además de un gusto delicado y una rápida aprehensión, posee un conocimiento preciso de la textura interna y las operaciones del entendimiento, del funcionamiento de las pasiones y de las diversas clases de sentimiento que distinguen vicio y virtud. A pesar de lo penosa que pueda parecer esta búsqueda o investigación interior, se hace en alguna medida imprescindible para quienes quieran describir con éxito las apariencias externas e inmediatas de la vida y costumbres. El anatomista expone los objetos más desagradables y horribles, pero su ciencia es útil al pintor incluso cuando dibuja una Venus o una Helena. A pesar de que éste utilice los colores más ricos de su arte y confiera a sus figuras un aire agraciado y encantador, aun así ha de atender a la estructura interna del cuerpo humano, la posición de los músculos, la textura de los huesos y la utilidad y forma de todos los miembros y órganos. La precisión es siempre ventajosa para la belleza, y el razonamiento riguroso para el sentimiento refinado. Vanamente exaltaríamos el uno despreciando el otro.
Además, podemos observar en todo oficio y profesión, incluso en aquellos que más conciernen a la vida o la acción, que el afán de exactitud, cualquiera que sea el modo en que se haya adquirido, los acerca a su perfección y los hace más beneficiosos para los intereses de la sociedad. Y aunque un filósofo pueda vivir alejado de los negocios, el espíritu de la filosofía, si fuera cuidadosamente cultivado por varios, debe difundirse gradualmente a través de la sociedad entera y conferir semejante precisión a todo oficio y profesión. El político adquirirá mayor capacidad de previsión y sutileza en la distribución y el equilibrio del poder; el abogado, mayor método y principios más depurados en sus razonamientos; el general, mayor regularidad en la disciplina y más precaución en sus proyectos y operaciones. La estabilidad de los gobiernos modernos con respecto a los antiguos y la precisión de la filosofía moderna han mejorado, y probablemente aún continuarán haciéndolo en grados parejos.
Incluso si no se pudiera alcanzar otra ventaja de estos estudios que la satisfacción de una curiosidad inocente, aun así no se deberían despreciar, al tratarse de una vía de acceso a uno de los pocos placeres seguros e inocuos que han sido concedidos a la raza humana. El más dulce e inofensivo camino de la vida conduce a través de las avenidas de la ciencia y del saber. Y quien pueda eliminar un obstáculo en este camino o abrir una perspectiva debe ser considerado un benefactor de la humanidad. Y aunque estas investigaciones puedan parecer penosas y fatigosas, ocurre con algunas mentes como con algunos cuerpos, que estando dotados de una salud vigorosa y robusta, requieren un ejercicio intenso y encuentran placer en lo que para la mayoría de la humanidad resultaría trabajoso y pesado. La oscuridad es efectivamente penosa para la mente, como lo es para el ojo, pero sacar la luz de la oscuridad, por el esfuerzo que sea, ha de ser deleitable y producir regocijo.
Pero esta oscuridad de la filosofía profunda y abstracta es criticada no sólo en tanto que penosa y fatigosa, sino también como una fuente inevitable de error e incertidumbre. Aquí, en efecto, se halla la más justa y verosímil objeción a una considerable parte de la metafísica: que no es propiamente una ciencia, sino que surge, bien de los esfuerzos estériles de la vanidad humana, que quiere penetrar en temas que son totalmente inaccesibles para el entendimiento, bien de la astucia de las supersticiones populares que, siendo incapaces de defenderse lealmente, levantan estas zarzas enmarañadas para cubrir y proteger su debilidad. Ahuyentados del campo abierto, estos bandidos se refugian en el bosque y esperan emboscados para irrumpir en todas las vías desguarnecidas de la mente y subyugarla con temores y prejuicios religiosos. Incluso el antagonista más fuerte, si por un momento abandona la vigilancia, es reducido. Y muchos, por cobardía y desatino, abren las puertas a sus enemigos y de buena gana les acogen con reverencia y sumisión como sus soberanos legítimos.
Pero ¿es ésta razón suficiente para que los filósofos deban desistir de sus investigaciones y dejar que la superstición aún siga adueñada de su asilo? ¿No es correcto llegar a la conclusión contraria y admitir la necesidad de llevar la guerra a los reductos más alejados del enemigo? Vanamente esperamos que los hombres, gracias a sus frecuentes decepciones, abandonen finalmente ciencias tan etéreas y descubran el ámbito propio de la razón humana. Pues, además de que muchas personas encuentran un interés demasiado explicable en resucitar constantemente estas cuestiones, además de esto, digo, el motivo de la desesperanza ciega no puede nunca tener un lugar en las ciencias, pues, por muy infructuosos que los inventos previos pudieran haber resultado, aún puede esperarse que la laboriosidad, la buena suerte o el aumento de sagacidad de generaciones venideras quizá logren descubrimientos desconocidos en épocas anteriores. Todo genio aventurero se lánzala en busca de la difícil recompensa y se encontrará estimulado, más que desanimado, por los fracasos de sus predecesores, pues espera que la gloria de realizar una aventura tan difícil le está reservada a él solo. La única manera de liberar inmediatamente el saber de estas abstrusas