Pontormo Dibujos
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Pontormo Dibujos - Kosme de Barañano
Capponi
Pontormo en sus dibujos
PABLO JIMÉNEZ BURILLO
Pontormo es un pintor y dibujante que se sitúa entre el Renacimiento florentino y un manierismo que huye del clasicismo y busca nuevas formas de expresión más espirituales y más próximas a sentimientos y emociones. El ser, además, un artista solitario, inconformista, en perpetua búsqueda, siempre en pos de nuevas posibilidades que encontraba en sí mismo y en su propia imaginación, lo acercó muy especialmente a una manera moderna de entender el arte como una introspección y como un empeño íntimo. Su carácter retraído —Vasari lo retrata como stravagante— hacen de él un personaje melancólico, de personalidad obsesiva y atormentada, neurótico e insatisfecho, en el que se ha querido ver un antecedente especialmente significativo del artista moderno: independiente e introvertido, cuando no directamente perdido en los caminos de la locura y el delirio, pero poseedor de una verdad auténtica, original y trascendente, no contaminada por la civilización y la prosaica vida hacendosa.
Ese es el Pontormo que nos llega, el de la película de Giovanni Fago (Pontormo. Un amor herético) que nos lo presenta ante los frescos para la capilla de San Lorenzo, inacabados y después destruidos, como un personaje paranoico y obstinado. Sus propios coetáneos no entendieron su propósito ni su búsqueda de expresión de un universo más emocional. Así Vasari le reprocha la falta de orden, composición, medida, tiempo, variedad en las figuras, diversidad en los colores de la piel, etc. Para resumir, Vasari, echa en falta cualquier regla, proporción o ley de la perspectiva, ya que precisamente en esas obras sólo ve grupos de desnudos que únicamente se justifican por la propia singularidad del artista, que les otorga un orden personal y distinto, por su manera, que es como decir por su estilo. Pero un estilo, una construcción personal, que si bien es capaz de dar coherencia al conjunto, lo conducen a la melancolía hasta el punto —nos dice Vasari— de no terminar su trabajo, lo que para él, como pintor, es uno de los peores pecados.
Se ha ido construyendo una imagen de Pontormo muy del gusto moderno que fascinó, precisamente por su originalidad y su intensidad, a Bernard Berenson y que se ha ido consolidando como una estrella especialmente brillante y solitaria en esa constelación que marca el camino y advenimiento de lo moderno.
Pero lo cierto es que cuando contemplamos su trabajo desde esta perspectiva moderna no nos decepciona. No sólo en sus últimas obras, cada vez más fragmentarias y misteriosas, sino que ya en sus primeros frescos es fácil advertir una fuerte impronta personal, un afán de búsqueda que, poco a poco, se va abriendo hacia un universo de rostros cada vez más alargados, de personajes y composiciones sinuosos en los que las curvas se imponen a las líneas verticales sacrificando la sensación de armonía y de estabilidad.
Todo esto que hace de Pontormo un personaje singular y sobre todo un pintor más que notable, cautivador y emotivo, se hace más evidente y más palpable en sus dibujos. Los dibujos de Pontormo, tal y como era normal en la época, no estaban considerados como obras de arte. Para el Renacimiento el dibujo, il disegno, era aquello que había antes del arte. De esta manera es antes de la arquitectura, antes de la escultura y antes de la pintura donde hay que situarlo, en un lugar intermedio entre el ideal, el pensamiento puro, la imagen inestable e inmaterial y su realización, su existencia como algo compartido y algo físico. El dibujo es el lenguaje de las búsquedas, de la expresión de afanes y de incertidumbres, en ellos están los aciertos y las rectificaciones, las huellas de un proceso, las insistencias, todo aquello que luego queda disimulado en la obra definitiva, perdido tras una configuración final. Eso hace que el dibujo, cuando lo contemplamos, nos acerque a un sentimiento de cierta intimidad con el artista, podemos seguir sus trazos, su búsqueda y se nos muestra más vulnerable, más cercano como a un prestidigitador que de pronto evidenciara sus trucos, pero manteniendo la intensidad, la sensación de maravilloso en el resultado.
Por eso es muy comprensible la fascinación que los dibujos de Pontormo produjeron y la que siguen produciendo. Se trata de obras llenas de una emoción muy especial, de una gran intensidad. Ante ellas nos olvidamos por completo de que se trata de obras preparatorias, incluso cuando se refieren a la misma escena que se va transformando, afianzando y simplificando en los perfiles y las formas. Aún entonces cada dibujo parece encontrar un por qué, cada uno nos transmite algo más que la plenitud de una obra en sí misma: la sensación de que ante nuestros ojos lo que hay es un momento, una parte de la vida del artista. En sus dibujos es donde mejor está ese Pontormo que encantó a los modernos, ese artista que se inscribe en la estela de los que vivieron y trabajaron en medio de la incomprensión general y que encontraron en su interior, en su introspección, caminos que los llevaron a nuevas maneras de acercarnos a los sentimientos y a las verdades sencillas del mundo y de la vida.
Desde que en 1996 Carlo Falciani presentara su Pontormo. Disegni degli Uffizi, no se había realizado una exposición de sus dibujos y desde entonces su prestigio se ha afianzado de manera más que notable constituyendo una referencia para exquisitos, para auténticos connaisseurs que podían disfrutar de su singularidad y su intensidad, de su delicadeza y de lo que tienen de viaje al infierno, de viaje hacia las regiones donde la razón se pierde.
Todo ello hace de esta exposición algo realmente singular, sin duda una de las experiencias estéticas más exquisitas que es posible gracias a una colaboración muy especial con los Uffizi de Florencia que conserva, entre sus fondos, casi 400 dibujos de Pontormo y que forman el grueso de esta exposición. Una exposición que hemos querido completar con la primera traducción al castellano del diario de Pontormo que escribió entre 1554 y 1556, es decir durante los últimos años de su vida y que supone un testimonio sorprendente de su soledad, de su continua introspección y la inquietud sobre su salud. Muchas veces son simples anotaciones sobre sus comidas con un detalle realmente insólito (indica los gramos de pan o de pescado), otras notas con algunos pequeños dibujos en el margen sobre la marcha del trabajo de los frescos de San Lorenzo.
Es cierto que en la obra de Pontormo se puede establecer un hilo cronológico que va desde su formación con Leonardo y especialmente con Andrea del Sarto que le dan un equilibrio y un clasicismo muy de la época, al que añade su lectura personal de los grabados de Durero. Su época llamada de madurez es la que coincide con sus trabajos en torno a la capilla Capponi en Santa Felicita, en la que ya le ayuda su único y querido discípulo, Bronzino. Después la influencia de Miguel Ángel es la que le permitiría irse adentrando en un estilo cada vez más personal, con composiciones fragmentarias que no gustaron a la mayoría de sus coetáneos que no entendieron que pudiera haber otros caminos que los del orden, la composición y las grandes narraciones. Pontormo, en estas últimas obras en las que se pierde el sentido de la perspectiva y se va adentrando por caminos cada vez más simbólicos, culmina una obra en la que los personajes siempre tuvieron un aspecto algo fantasmal y las composiciones algo de precario equilibrio.
Sin embargo todo ello es más difícil encontrarlo en sus dibujos; en Pontormo el dibujo tiene siempre una enorme intensidad ya sea más formal o más inventivo. La pasión de sus búsquedas, su capacidad imaginativa y el desdén por los detalles, confieren a cada uno de sus dibujos una emoción muy especial que se impone al propio discurso de la cronología. Porque tal vez una de las cosas más evidentes de esta exposición es cómo los dibujos de Pontormo componen un corpus coherente y suficiente en sí mismo para mostrarnos el universo misterioso de ese gran artista. Es lo que hemos querido propiciar en el montaje de los mismos, en el que favorecemos una visión por grandes temas para, precisamente, insistir en lo que hay en ellos de común, en la manera en la que la propia personalidad de Pontormo aflora.
Tendemos a pensar que el dibujo, hasta la llegada de Goya o Delacroix, y especialmente en el Renacimiento, era un instrumento del orden, una manera de salvaguardar los ideales de un clasicismo proporcionado que sometía la realidad a una serie de principios que le conferían medida y equilibrio. El mundo se ordenaba así, gracias al dibujo. Sin embargo Pontormo pone el acento en todo lo contrario, en el dibujo como algo especialmente apto para escenificar nuestros miedos, nuestras incertidumbres e inseguridades. El dibujo nervioso y expresivo que se abre hacia el mundo interior y parece despertar fantasmas, poner en pie pesadillas y olvidar la manera clara y razonable.
De Pontormo sabíamos sus rarezas, su existencia introvertida; que vivía en una casa extraña, descuidada y en la que preservaba su intimidad. Sabemos de su lugar en la historia como uno de los grandes primeros manieristas, la influencia que tuvo su manera de hacer y la importancia de su redescubrimiento no sólo para establecer una genealogía de la modernidad y del artista moderno, sino sobre todo para mostrarnos que siempre hay otras vías, otras maneras de mirar y de hacer, otros puntos de vista que enriquecen y mantienen su intensidad intacta hasta que, desde otros lugares, se pueden rescatar. Ahora con sus dibujos todo eso lo podemos sentir.
Jacopo Pontormo, Autorretrato, detalle, 1523-1525, sanguina sobre papel, 281 x 195 mm, British Museum, Londres
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer a todas las personas que a lo largo de muchos años me han apoyado en este proyecto que se remonta a la Universidad Heidelberg, donde el Profesor Peter Anselm Riedl me acogió en su departamento y me aconsejó que estudiara los dibujos de Pontormo. Un año después el Profesor Alexander Perrig, entonces en Marburg, me animó a profundizar en el Kennerurteil, a revalorar la connoisseurship con argumentos explícitos y no sólo intuición. Mi agradecimiento a los estudiantes de la Universidad, en el País Vasco y en Altea, y en el IUAV de Venecia que con sus preguntas me han obligado a perfilar cuestiones o a explicarlas con otras palabras. Mi agradecimiento al Rector de la Universidad Miguel Hernández de Elche, Jesús T. Pastor, y a Eva Aliaga, Vice-rectora de Personal, que en esta época de crisis me han permitido una licencia sabática para redactar estas líneas. Mi agradecimiento infinito a Ludovica Sebregondi, que domina el arte de temperar las relaciones humanas, tanto museísticas como eclesiásticas, y claro está en el camino a Mario Rufini y a su música amigable.
El trazo convulso:
Pontormo
KOSME de BARAÑANO
FIG. 1
Retrato de Jacopo Pontormo en
Le vite dei più eccellenti pittori, scultori ed architettori
de Giorgio Vasari, edición de 1568, xilografía
Solitario y marginado por voluntad propia, Pontormo (Jacopo Carrucci, 1494-1557) demuestra claramente en toda su obra su maniera, su carácter tan obsesivo como singular. Su arte se apoya en una extraordinaria capacidad para el dibujo, y sus distorsiones y alargamientos extremos de la figura humana se basan en un dominio absoluto de la anatomía y del estudio directo del natural, tal y como podemos apreciar en su obra de juventud, el fresco de tema mitológico Vertumno y Pomona (en la villa medicea de Poggio a Caiano), considerada por los pintores del denominado primer manierismo el modelo de la naturaleza interpretada. Los dibujos preparatorios para Poggio nos permiten visualizar la evolución conceptual de Pontormo, que parte de una idea retórica del tema —al estilo clásico heroico miguelangelesco— para terminar en una solución sencilla, casi en una escena de género, en la que los dioses parecen simples campesinos descansando en un día de verano.
Su talento como dibujante no lo ha cuestionado nadie. Pontormo pertenece a esa escasa docena de artistas de la Historia del Arte cuyo dibujo es diferente al de todos los demás y se reconoce al primer golpe de vista, como el de Durero, el de Rembrandt, el de Tiepolo, el de Poussin, el de Goya o el de Giacometti. Cuando el escritor Benedetto Varchi le preguntó sobre la primacía de la escultura o de la pintura dentro de las Bellas Artes, Pontormo escribirá con cierta ironía y buen estilo sobre el paragone de las artes respondiendo «perché una cosa sola c’è che è nobile, che è il suo fondamento: e questo si è il disegno» [solo una cosa es noble, que es el fundamento (de las artes), y esto es el dibujo].
RAZÓN Y SENTIDO DE LA EXPOSICIÓN
A partir de 1996, los dibujos de Pontormo se han expuesto siguiendo la clasificación establecida por Carlo Falciani en su estudio Pontormo. Disegni degli Uffizi, en la que presentó 131 dibujos¹. Dejando de lado la clasificación tradicional, que seguía el orden cronológico, Falciani los agrupó en series temáticas y dividió el corpus dibujístico de Pontormo en nueve partes: los autorretratos; los retratos; los ejercicios del natural; los de imaginación; los dibujos rápidos; los ejecutados con más detenimiento; los estudios de composición; los que define «regola né proporzione, né alcun ordine di prospettiva»; y finalmente los dibujos realizados para el coro de la iglesia de San Lorenzo en