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Es la historia de Michel Eyquem de Montaigne [miʃɛl ekɛm də mõ'tɛɲ] (Castillo de Montaigne, Saint-Michel-de-Montaigne, cerca de Burdeos, 28 de febrero de 1533 - ibíd., 13 de septiembre de 1592) fue un filósofo, escritor, humanista y moralista del Renacimiento, autor de los Ensayos y creador del género literario conocido en la Edad Moderna como ensayo. Ha sido calificado como el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos. Su obra fue escrita en la torre de su propio castillo entre 1580 y 1588 bajo la pregunta "¿Qué sé yo?". Montaigne es el hermano de Juana de Montaigne, casada con Richard de Lestonnac y por lo tanto el tío de Santa Juana Lestonnac.
Stefan Zweig
Stefan Zweig (Viena, 1881 – Río de Janeiro, 1942) fue uno de los escritores más polifacéticos de la primera mitad del siglo XX. De origen judío, estudió en Berlín y Viena, tras lo cual acabó viajando gran parte de su vida. Durante la primera guerra mundial se trasladó a Zurich, donde se adhirió a las causas pacifistas del escritor francés Romain Rolland. Más tarde volvió a su país, concretamente a Salzburgo, pero el nazismo le obligó a exiliarse en 1934. Así Zweig y su segunda esposa se instalaron primero en Londres y más tarde en Brasil, donde, profundamente desilusionados por el ambiente bélico que imperaba en todo el mundo, se suicidaron en 1942. Zweig cultivó todos los géneros literarios, aunque destacó especialmente como narrador (Primera experiencia, 1923; Confusión de sentimientos, 1926; La impaciencia del corazón, 1938) y ensayista (Verlaine, 1905; Tres poetas de sus vidas, 1932). Tras algunas décadas en las que sus obras se vieron inexplicablemente ignoradas, Zweig ha sido recuperado y actualmente goza del prestigio y la popularidad que por justicia literaria le correspondía.
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Comentarios para Montaigne
5 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Apr 16, 2020
Excelente, la biografía de Stefan Zweig, como todos sus trabajos.
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Montaigne - Stefan Zweig
Stefan Zweig
Montaigne
Stefan Zweig
MONTAIGNE
Greenbooks editore
ISBN 978-88-99637-51-4
Edición Digital
Mayo 2016
ISBN: 978-88-99637-51-4
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de Simplicissimus Book Farm
Indice
PREFACIO
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
PREFACIO
decorationSin duda, la actualidad de los grandes autores, como Montaigne, es permanente y múltiple. Pero Stefan Zweig, en la hora más trágica que ha vivido Europa, fijó su atención en un elemento que resulta fundamental en el autor de Los ensayos: el esfuerzo por salvar su independencia en una sociedad cada vez más brutal y gregaria. Seguramente, hay otros muchos Montaigne dignos de interés: el impenitente pintor de su propio carácter, el filósofo naturalista, el pensador conversacional, el autor irónico… Sin embargo, a Zweig, en Brasil, en los últimos meses de su vida, se le revela imprescindible éste: el hombre que pugna por seguir siendo él mismo, simplemente él mismo, en medio de una catarata de fanatismo y destrucción.
El texto de Zweig sobre Montaigne no es, claro está, un frío estudio destinado a especialistas; es una obra emocionada y vibrante dirigida al público habitual del autor vienés, al lector mundano, al curioso, al inquieto. Zweig no llegó a concluirlo, porque antes se quitó la vida (el 23 de febrero de 1942), además, lo compuso con un equipaje erudito más bien precario: el que le imponía su exilio en Brasil. Montaigne es citado a veces en francés, no siempre literalmente, parece que sobre todo a partir de un trabajo de Fortunat Strowski (Montaigne. Sa vie publique et privée, París, 1938); otras veces es parafraseado en alemán; Zweig lo cita, en ocasiones, incluso en inglés, a partir de un libro de Marvin Lowenthal (The Autobiography of Michel de Montaigne, Boston-Nueva York, 1935). Pero la inexactitud filológica es compensada con creces por otro tipo de rigor: el de quien se enfrenta al gran dilema de la vida o la muerte, y no sólo de su propia persona, también de la civilización de la que se siente heredero y actor.
Al inicio de uno de los capítulos de Los ensayos («La libertad de conciencia», II, 19), Montaigne hace referencia a la destrucción que el fanatismo causa cuando alcanza el poder; más grave aún, según él, que la producida por las invasiones bárbaras. En el trasfondo de esta reflexión se encuentra una turbadora página de Maquiavelo, en la que el florentino explica que las nuevas sectas triunfantes se esfuerzan ante todo por extinguir la memoria de lo antiguo. Montaigne abre algunas brechas en la muralla del olvido impuesto, por ejemplo, rehabilitando la figura de Juliano, llamado el Apóstata, en ese mismo capítulo.
Pero Zweig, cansado y deprimido, parece haber renunciado a luchar. En su carta de despedida escribe simplemente: «Saludo a todos mis amigos. ¡Ojalá alcancen aún a ver la aurora tras la larga noche! Yo, demasiado impaciente, parto antes que ellos». El autor vienés recordó a menudo, en el último tramo de su vida, unas palabras de inspiración senequiana que Montaigne dedica al suicidio: «La muerte más voluntaria es la más hermosa. La vida depende de la voluntad ajena; la muerte, de la nuestra» (II, 3). Sin embargo, lo cierto es que Michel de Montaigne, aunque a veces se afirme lo contrario, es, en lo fundamental, un autor esperanzado. En más de una ocasión advierte contra el desprecio de uno mismo: «Y, entre nuestras enfermedades —escribe en III, 13—la más salvaje es despreciar nuestro ser». En medio de las tinieblas que ensombrecieron Francia durante tantos años, entrevé la posible llegada de una edad augusta gracias a Enrique de Navarra: «Hunc saltem euerso iuuenem succurrere saeclo I ne prohibete [Por lo menos no impidáis que este joven socorra a nuestro trastornado siglo]» (III, 12). A pesar de sufrir una dolorosa enfermedad, inscribe en las últimas páginas de Los ensayos una declaración de radical optimismo cósmico: «Todo bueno, [Dios o la naturaleza] lo ha hecho todo bueno» (III, 13). En vista de la fuerza de este hermoso libro, ¿podemos interpretar que la esperanza del perigordino prevalece también en Zweig, pese a su cansancio personal, y que el gran escritor vienés muere confiado en que Europa, en efecto, vivirá una nueva aurora?
J. B. B.
I
decorationHay escritores, pocos, que son accesibles a cualquier persona de cualquier edad y en cualquier época de la vida —Homero, Shakespeare, Goethe, Balzac, Tolstoi—, y hay otros que sólo despliegan todo su significado en un momento determinado. Entre estos últimos se encuentra Montaigne. No se puede ser demasiado joven, ni tampoco carecer de experiencia y desengaños, para poder apreciarlo como es debido, y su pensamiento libre e imperturbable es aún más beneficioso cuando se muestra a una generación que, como la nuestra, ha sido arrojada por el destino a una catarata mundial de proporciones catastróficas. Sólo aquel que tiene que vivir en su alma estremecida una época que, con la guerra, la violencia y las ideologías tiránicas, amenaza la vida del individuo y, en esta vida, su más preciosa esencia, la libertad individual, sabe cuánto coraje, cuánta honradez y decisión se requiere para permanecer fiel a su yo más íntimo en estos tiempos de locura gregaria, y sabe que nada en el mundo es más difícil y problemático que conservar impoluta la independencia intelectual y moral en medio de una catástrofe de masas. Sólo cuando uno mismo haya desesperado y dudado de la razón y de la dignidad humanas, puede alabar como una proeza el hecho de que un individuo se mantenga ejemplarmente íntegro en medio de un caos mundial.
Que sólo el hombre experimentado y puesto a prueba pueda apreciar la sabiduría y la grandeza de Montaigne, lo he constatado yo mismo. Cuando me cayeron en las manos por primera vez, a los veinte años, sus Ensayos, el único libro en que nos ha legado su propia persona, no supe —lo digo con toda franqueza— qué partido tomar. Es cierto que yo poseía suficientes conocimientos literarios para reconocer, con todos los respetos, que allí se manifestaba una personalidad interesante, un hombre de especial clarividencia y perspicacia, un hombre encantador que además era un artista capaz de conferir a cada frase y a cada sentencia su impronta personal. Pero mi alegría era literaria, de anticuario, le faltaba la chispa del entusiasmo apasionado, la descarga eléctrica que pasa de un alma a otra. La misma temática de los Ensayos me parecía bastante fuera de lugar y en gran parte incapaz de conectar con mi propia existencia. ¿Qué me importaban a mí, un joven del siglo XX, las prolijas digresiones de sieur de Montaigne sobre la Cérémonie de l’entrevue des rois [La ceremonia de la entrevista entre reyes] o sus Considération sur Cicéron [Consideración sobre Cicerón]? Me parecía escolar y anacrónico aquel zurcido de francés ya un poco ennegrecido por el tiempo con citas latinas, y ni siquiera encontraba yo relación con su suave y templada sabiduría. Había llegado demasiado pronto. Pues, ¿de qué servía el intento de Montaigne de advertir al lector del peligro de las ambiciones y los afanes, de involucrarse con demasiada pasión en el mundo exterior? ¿De qué servía su sosegado anhelo de templanza y tolerancia a una edad impetuosa que no quiere sufrir desilusiones y no busca tranquilidad,