Trastornos literarios
Por Flavia Company
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Flavia Company, que en su anterior libro de cuentos, Con la soga al cuello, ya demostró ser una autora arriesgada, deja claro con Trastornos literarios que la distancia que separa la utilidad didáctica y la exigencia literaria de la mordacidad y la reflexión se recorre a caballo de la inteligencia. Trastornarse así es un placer.
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Trastornos literarios - Flavia Company
Flavia Company
Trastornos literarios
Flavia Company, Trastornos literarios
Primera edición digital: mayo de 2016
ISBN epub: 978-84-8393-544-6
© Flavia Company, 2011
© De la ilustración de cubierta: Carolina Cazón, 2011
© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016
Voces / Literatura 162
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Inma, para ti,
ahora que por fin estás aquí
TRASTORNOS LITERARIOS
Textos de ficción basados en una figura retórica
Presunta confesión
Me lo he dicho todos los días, a todas horas, durante todo este tiempo: tengo que llamarla y contarle que hace más de cinco meses que me tiro a su novio. Siempre hemos hablado claro. Y además ahora estoy embarazada y queremos tenerlo, así que no queda otra alternativa. Tiene que enterarse. Javier se desentiende, que se lo diga yo, dice, y que ya tendría que haberse dado cuenta ella solita. Que le ha dado pistas suficientes. Los hombres siempre tan generosos. El muy... Cojo el teléfono, pues, y marco, despacio, todos los números, uno detrás del otro. Pienso que ojalá no se acabaran, y mientras lo pienso, el teléfono, claro, suena, y al otro lado se oye su voz, la voz de la que hasta este momento había sido mi mejor amiga, así que hago acopio de fuerzas, me aclaro la garganta y digo, textualmente: Hola, que soy... Te llamaba para... En realidad no sé cómo he podido..., quiero decir que, vamos, que..., puedes llamarme lo que te dé la gana, no sé en qué estaría pensando, pero... en fin, estuvimos de acuerdo, claro que yo..., aunque hay que tenerlo todo en cuenta, al fin y al cabo tú..., sin embargo, los principios..., a veces una no es..., quiero decir que una a veces es..., hay cosas que..., quizás el destino... Mi tía abuela decía..., da igual. No te puedes imaginar las veces que he intentado..., te juro que..., y hoy me he dicho..., y ya ves, aquí me tienes, por fin, no sabes el peso que me quito de encima, aunque... Ya sé que no tengo perdón, tampoco lo pretendía, solo quería que supieras... que lo supieras. Ahora ya está, gracias a Dios.
Diagnóstico: Aposiopesis (Figura retórica que consiste en la interrupción brusca del discurso con un silencio porque se sobreentiende lo que se quería decir, por discreción, por prudencia, por desviarse del tema, etcétera).
La despedida
A quienes me encuentren:
El mundo nada sabe de justicia y, por norma general, el fuerte abandona al débil. Y esa ha sido, para mi desgracia, la sentencia que se demuestra con mi vida. Sin embargo, mi muerte vendrá a torcer semejante afirmación. Es el débil, esta vez, quien va a abandonaros. Os apartasteis de mí poco a poco, con la valentía que muestran los afortunados. Me dejasteis solo, arrinconado... ¡Ah, qué clase de amigos he admitido a mi alrededor! Pero debo confesaros que me alegra vuestra miseria: se aprende más de la derrota que de la victoria. Gracias a vosotros, he aprendido a mostrar indiferencia tanto ante el ignorante como ante el soberbio. Habéis sido crueles conmigo. ¿Por qué? A buen seguro mi amor por la verdad y por la coherencia han resultado espejos demasiado duros para vuestra superficialidad. ¡Cuántas veces huisteis de mis palabras! El enemigo más feroz de la cobardía es un lenguaje desatado. Pero cuando el tiempo pasa, pasa para siempre. Ya no recibiréis mis llamadas, ni mis visitas, ni mis cartas. Mi muerte será vuestro olvido en mí y mi recuerdo en vosotros. Alto es el precio de la ingratitud. Este ya tan cercano disparo en la sien será para mí el inicio del último viaje, qué duda cabe. Solo el silencio de la tumba puede recoger mis más profundos anhelos. Pero dado que me voy el primero, sabed que vosotros moriréis aún más solos que yo. Sinceramente dolido. Adiós.
Diagnóstico: Apotegma (Sentencia breve y concisa de carácter doctrinal que enuncia una norma sin ninguna argumentación).
En la sala de urgencias
Quizás si no hubiese estado dale que te pego con el móvil esto no habría sucedido, pero llego, veo que todo está oscuro, intento encender la luz con una mano mientras con la otra aguanto el teléfono de las narices, pero en el camino hacia el interruptor vuelco un jarro lleno de agua, sin flores, resbalo al pisarla, me cojo de un picaporte, lo arranco de un estirón, mi hermano, al otro lado del teléfono, oye mi grito, pregunta qué pasa, cualquiera contesta, el móvil ha caído a unos metros de mí, que me quedo paralizada en el suelo sin saber qué hacer, suerte que la vecina, que es una cotilla, oye el estruendo, baja a ver, se encuentra con la puerta abierta, oye voces, es la mía solamente, que no he parado de hablar ni un minuto, por no ponerme más nerviosa, lo mismo que hice el día ya lejano de mi boda, fíjese usted, que no dejé de hablar en voz baja mientras el cura decía su sarta de tonterías, total que de repente estaba casada sin haber dado mi consentimiento, le puedo asegurar que el sacerdote no oyó un sí de mi boca, de mi corazón, de mis higadillos, dijo os declaro a él marido, vale, pero a mí mujer, como si yo no hubiese sido mujer hasta ese día, cada vez que me acuerdo me entra la mala leche, ahora más aún, esto de caerme ha sido una señal, romperse la pierna es signo de inestabilidad, claro, si mi vida está hecha un desastre, me estoy divorciando, he perdido el trabajo, no, no, no me diga nada, déjeme llorar, si total, ya ve usted qué cruz, ah, que se va, que le toca a usted, por cierto, ni siquiera le he preguntado qué le pasa...
Diagnóstico: Asíndeton (Figura retórica que consiste en la supresión del elemento de unión de dos palabras, de dos proposiciones que se encuentran en una relación de coordinación).
No poder ir ni con ruedas
Ya no puedo más. Lo he intentado de todas las maneras, pero no hay quien se entienda con esta gente. Los he hecho todos, yo, de esfuerzos. Pero, para decirlo sin embudos, desde que he llegado a este país, tengo la sensación de que me están tomando el número. Hable con quien hable, parecen todos tocados del ala. No me lo acabo. Es como si no me sintieran hablar. Y eso que intento hacer los ojos grandes, pero esta incomprensión me duele más que un ojo de pollo. Y no es que pretenda que vayan todo el día haciéndome besos, solo faltaba, pero lo cierto es que no resulta agradable que la gente que te rodea te mire como si no entendieran ni un copo. Y eso que yo me presto a todo, que estoy siempre dispuesta a hacer todos los papeles del auca. Pero no hay nada que hacer. He pensado muchísimo con todo esto, y no he conseguido sacar el agua clara. De golpe y vuelta, me he cansado de ver a la gente hacer mudos y a la jaula cada vez que me dirijo a ellos. De modo que, después de abatir las cartas una y otra vez, he decidido tocar el dos a pie de gato. Ya pueden hacer el mejillón, que yo me iré por donde vine, sin decirle a nadie ni asno ni bestia. Al cabo y a la fin, soy una persona sensible, y hace demasiado tiempo que, por culpa de todo este asunto, no puedo dormir como el yeso, tanto como me gusta. No hago más que pensar con este problema. Pero bueno, como dicen los refranes, que son siempre muy sabios, tal harás, tal encontrarás, y también, tal día hará un año. Esto se acabó. Y he aquí un gato y he aquí un perro y he aquí que el cuento ya se ha fundido.
Diagnóstico: Barbarismo (Falta de lenguaje cometida por quienes adaptan a la lengua que pretenden hablar palabras o expresiones de otro idioma).
El hombre marcado
Todo empezó cuando era pequeño. Me obligaban a hacer las mismas cosas varias veces, las mismas cosas exactamente: recitar el poema que me había aprendido en la escuela, tocar la única pieza que me sabía entera al piano, hacer aquella mueca tan graciosa... una vez tras otra y otra y otra. No acababa nunca. Por eso estoy resignado a que no me toque la maldita primitiva, aunque juegue todas las malditas veces a los mismos malditos números, una vez tras otra y otra y otra. No acabará nunca. Nunca. Mi abuelo, mi pobre abuelo, que había jugado toda la vida al mismo número de lotería, al mismo siempre, tampoco sacó nunca ni un duro. Y antes de morir me dijo: tú insiste, repite, no te canses, que si no me tocó a mí, a ti seguro. Pero nada. En fin, que tengo que dejar de hacerme ilusiones, esas ilusiones que enturbian mi mente de trabajador asalariado con sueños de lujos imposibles, como por ejemplo una bañera redonda, sí, una bañera redonda y rosada llena de espuma y alguien que me frote la espalda de arriba abajo, de arriba abajo, y de fondo una música suave, suave y sublime, pero no de disco compacto, no, sino en directo, toda una orquesta de cámara en el cuarto de baño, entre los vapores calientes de esa agua llena de espuma. De espuma y dinero. Dinero. Y todo el dinero tenerlo a mi lado, ahí mismo, ahí mismo exactamente, en mis maletines, a la vista, al alcance de las manos mojadas por las aguas vaporosas de mi bañera rosada, y guardias de seguridad alrededor de toda mi mansión para protegerme a mí y a mi fortuna incalculable. Solo de pensarlo se me pone la carne de gallina. De gallina y de gallina.
Diagnóstico: Batología (Repetición innecesaria de vocablos que se hace al hablar o al escribir).
Vida de guía
Me llamo Julio César. Julio César es un nombre romano. Los romanos fueron sabios en retórica y la retórica no es más que la manera de organizar un discurso. Un discurso es lo que me veo obligado a dar cada día delante de los turistas que visitan este parque. Este parque es el más famoso de América y el que más clases de árboles posee. Posee además cien fuentes naturales que nunca han dejado de manar hasta ahora. Ahora que les cuento todo esto, me doy cuenta de que lo he hecho de carrerilla, como siempre, pero será mejor que no me interrumpan porque si lo hacen perderé el hilo y tendré que volver a empezar otra vez por el principio. El principio de mi trabajo como guía comenzó en este parque. Este parque es el más famoso de América y el que más especies de árboles posee hasta ahora. Ahora que les cuento todo esto, les diré que lo hago para confesarles que estoy buscando otro trabajo. Otro trabajo que me permita organizarme la cabeza de otro modo, porque si no me volveré loco. Loco por ti, nena, ya sabes que me muero por tus huesos. Tus huesos son la razón de mi existencia. Mi existencia está condicionada por mi trabajo, y mi trabajo por esta forma de memorizar lo que tengo que decir. Lo que tengo que decir me lo enseñó mi hermano y también me enseñó el truco para no olvidarlo. Olvidarlo no he podido ni en mi vida de cada día. Cada día pienso que debo hacer algo. De algo se enterarán, ustedes, así que no duden de hacérmelo saber por cualquier medio. Medio parque sufrió un incendio en el año mil novecientos...
Diagnóstico: Concatenación (Figura de dicción que consiste en la repetición de la palabra o palabras finales de una frase al inicio de la siguiente).
Mi matrimonio
Mi marido, el pobre, se ha hecho viejo antes que yo. Viejo de la cabeza. Después de tantas cosas como hemos vivido juntos, tantos proyectos como habíamos hecho para la tercera o cuarta edad, me encuentro ahora con que, en lugar de compañero, tengo al lado una especie de niñito indefenso y caprichoso. Lo peor de todo es que, con el fin de no herir su creciente y enorme susceptibilidad, me las veo y me las deseo para que no se dé cuenta de que tengo que repetirle las cosas veinte mil veces, que si no, las olvida. Pero ni así. Solo para que se acuerde de subir el pan –y no se lo pido porque no pueda bajar yo, que acabaríamos antes, sino para que se sienta útil–, tengo que hacer mil y un malabarismos: «Cuando pases por la panadería, pregúntale a doña María si le debemos algo». Al cabo de un rato: «Por cierto, a ver si está hoy el pan más bueno, porque lo que es ayer...». Luego, mientras tomamos un café descafeinado: «Si te encuentras con Paco en lo de doña María, podrías preguntarle por lo de la excursión». Más tarde: «Esta salsa que estoy haciendo hoy va a conseguir que te acabes la barra de pan». Un poco después: «Me ha dicho la del quinto que van a subir el pan no sé cuántos céntimos». Y por fin, antes que salga de casa: «Con la hora que se ha hecho, si ya no le quedan de cuarto normal, tráete una sin sal». Aún así, a veces vuelve sin el pan –pero con una escoba nueva, por ejemplo– y me toca bajar a mí. En ocasiones he llegado a pensar que se burla de mí, que se está vengando de algo. Pero no. Es que está viejito, mi Pedro.
Diagnóstico: Conmoración (Figura retórica por la cual se insiste en alguno de los puntos tratados, para grabarlo más profundamente en el espíritu del lector u oyente).
La decisión
«Reconócelo, pensabas que era diferente a los demás, pero también te ha fallado. Se fija en otras. Habla con ellas» –se retuerce las manos, camina de un lado a otro de la habitación–. «Es normal, no puede dejar de relacionarse con todo el mundo» –entrecierra los ojos, mira su imagen reflejada en el espejo–. «Pretendes engañarte. Tienes que cortar antes que sea demasiado tarde. No puedes permitir que suceda lo mismo por séptima vez...». –mueve la