PLANES ROTOS
Por Sarah Morgan
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Sarah Morgan
Sarah Morgan is a USA Today and Sunday Times bestselling author of contemporary romance and women's fiction. She has sold more than 18 million copies of her books and her trademark humour and warmth have gained her fans across the globe. Sarah lives with her family near London, England, where the rain frequently keeps her trapped in her office. Visit her at www.sarahmorgan.com
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PLANES ROTOS - Sarah Morgan
Capítulo 1
IBA ERGUIDA cual amazona a lomos de su caballo, con el pelo brillando como oro líquido bajo el ardiente sol de Argentina.
Nada más verla, había reaccionado con irritación, en parte, porque el caballo iba galopando con furia a pesar del calor, pero sobre todo, porque había ido allí en busca de soledad, no de compañía. Y si había una cosa que las Pampas argentinas ofrecían en abundancia era eso, la oportunidad de estar solo.
No obstante, la irritación se había transformado en preocupación al ver que el caballo y su jinete se acercaban, y cuando reconoció al animal.
Se sintió enfadado con la persona que le hubiese permitido a aquella mujer montar ese caballo en particular ella sola, y se dijo que tendría que encontrar al culpable. Y luego, se le olvidó el enfado y empezó a examinar las delicadas líneas de la mujer.
Había pasado toda la vida rodeado de mujeres excepcionalmente bellas, todas mucho más acicaladas que aquella chica y, no obstante, no lograba apartar la mirada de su rostro. Tenía la piel fina y delicada, y su cuerpo era una apetitosa combinación de miembros esbeltos y perfectas curvas. Era como si hubiese sido creada por los dioses y lanzada a la Tierra con el único propósito de tentar a los hombres.
La piel cremosa y las mejillas sonrojadas le daban un aire de inocencia que le hizo sonreír, sorprendido de ser capaz de reconocer aquella cualidad a pesar de haberla encontrado en muy pocas mujeres.
De hecho, se había vuelto tan cínico que nada más verla en el horizonte, había pensado que estaba allí porque lo había seguido, pero no, su presencia allí sólo podía ser fruto de la coincidencia.
Una feliz coincidencia, pensó mientras fijaba la mirada en sus suaves labios. Una muy feliz coincidencia.
El caballo estiró las orejas, arqueó el lomo y se sacudió de modo tan violento que Faith habría perdido el equilibrio si no hubiese apretado los dientes y hubiese permanecido pegada a la silla.
-Estás de muy mal humor hoy, Fuego. No me extraña que todo el mundo te tema -murmuró-. No pienso caerme. Estamos muy lejos de casa. Así que iré adonde tú vayas.
Hacía mucho calor y alargó la mano para buscar la botella de agua que había llevado. Se quedó helada al ver con el rabillo de ojo que algo se movía. Giró la cabeza y se quedó sin aliento al descubrir que un hombre la observaba.
Era el hombre más guapo que había visto desde que había llegado a Argentina, y eso que había conocido a unos cuantos. Tenía el cuerpo delgado y fuerte, los hombros anchos y poderosos, pero lo que había hecho que se le acelerase la respiración era un extraño halo de sensualidad que parecía rodearlo.
-Me estás mirando fijamente.
Su voz profunda, masculina, le recorrió las venas como una droga. Faith sintió que perdía la fuerza en las piernas.
El caballo debió de notar la falta de concentración y escogió aquel momento para volver a sacudirse. Faith salió volando por los aires y fue a aterrizar con el trasero en el suelo.
-¡Eso por gritar! -sintió dolor y se quedó un momento sentada, comprobando si se había roto algo-. Este caballo necesita un psiquiatra.
Un par de manos fuertes le rodearon la cintura y la pusieron de pie sin ningún esfuerzo.
-Lo que necesita es un hombre en la silla -contestó él mirándola a los ojos.
-No hay nada malo en mi manera de montar. La culpa es tuya por haber aparecido de repente, sin avisar… -dejó de hablar al verlo entrecerrar aquellos ojos tan bonitos y sensuales.
-Di por hecho que me habías visto. Es difícil esconderse entre la hierba.
-Estaba concentrada en el caballo.
-Ibas demasiado deprisa.
-Eso díselo al caballo, no a mí. Supongo que es por eso por lo que lo llaman Fuego -Faith apartó la mirada de su rostro con la esperanza de conseguir así calmar su corazón-. No he sido yo quien ha elegido el ritmo. No me esperaba que fuese a ir tan rápido -se preguntó qué le estaba pasando, por qué se sentía aturdida, con el cuerpo como aletargado.
Enseguida se dijo que debía de ser el calor.
-¿Te estás alojando en la estancia La Lucía? -preguntó él mirando hacia donde estaba la elegante casa colonial, a pesar de encontrarse a una hora de camino de allí-. No deberías haber salido sola. Deberías estar con un mozo de cuadra.
-Oh, por favor -contestó ella, tenía mucho calor y le dolía la espalda, así que le lanzó una mirada de advertencia-. No estoy de humor para machitos argentinos.
-¿Machitos argentinos? -repitió él, arqueando una ceja.
-Ya sabes a lo que me refiero -dijo mientras se sacudía el polvo de los pantalones-. Al comportamiento machista. La forma de comunicarse consiste en echarse a la mujer encima del hombro.
-Interesante descripción -comentó él riendo-. Esto es Sudamérica, cariño. Y los hombres saben cómo ser hombres.
-Ya me he dado cuenta. Desde que bajé del avión he estado rodeada de tanta testosterona que estoy empezando a volverme loca.
-Bienvenida a Argentina -le dijo en tono burlón.
De pronto, Faith se sintió incómoda, tímida y eso la enfadó todavía más, siempre había pensado que era una persona segura de sí misma.
-¿Trabajas aquí?
Él dudó un momento.
-Sí.
-Qué suerte -dijo ella, imaginando que sería un gaucho, un vaquero que trabajaba con las novecientas cabezas de ganado que pastaban en aquella tierra.
Apartó los ojos de los suyos y se preguntó por qué aquel hombre tenía ese efecto en ella. Sí, era guapo, pero había conocido a muchos hombres guapos desde que había llegado a Argentina.
No obstante, había algo en él…
-Hablas muy bien inglés.
-Eso es porque a veces hablo con las mujeres antes de echármelas encima del hombro -contestó él estudiándola durante unos segundos. Parecía seguro de sí mismo, estaba muy cómodo en aquel lugar. Luego, bajó la vista a sus labios y la dejó allí, como decidiendo si hacía o no hacía algo.
A Faith el calor empezó a resultarle insoportable y la química entre ambos era tan intensa que, sin querer, sintió que se balanceaba hacia él.
Estaba desesperada por que la besara, algo que la sorprendía, ya que desde que había llegado a Buenos Aires no había dejado de espantar hombres como si fuesen moscas. Había ido allí a trabajar, a estudiar y a aprender, no a conocer hombres. Pero, de repente, sintió un cosquilleo en los labios y se sintió atrapada por sus atractivos ojos. Él parecía estar saboreando aquel momento, era como si pudiese leerle el pensamiento. Faith sintió una excitación sexual desconocida hasta entonces para ella.
Esperó casi sin aliento, sabiendo que estaba a punto de vivir algo excitante, y que aquel hombre iba a cambiarle la vida para siempre.
Pero él, en vez de besarla, sonrió y se volvió a mirar al caballo.
-Tu caballo necesita agua.
Liberada de la fuerza de su mirada, Faith sintió que su cuerpo se debilitaba y que se ponía roja.
-Mi caballo necesita muchas cosas.
¿Qué había pasado? ¿Había sido todo imaginación suya?
No, no se lo había imaginado, pero aquel hombre no era ningún adolescente, sino un hombre de verdad, desde la punta de su pelo moreno, pasando por la fuerte mandíbula, hasta los poderosos músculos de su cuerpo. Parecía un tipo bien, sofisticado y experimentado y parecía tan seguro de sí mismo que Faith estaba segura de que estaba jugando con ella.
Se mordió el labio y deseó poder deshacerse del cosquilleo que recorría todo su cuerpo.
Enfadada consigo misma, y con él, levantó la barbilla y lo siguió con paso firme hacia el río, decidida a no dejar que se diese cuenta de cuánto la afectaba.
-Tengo que volver -dijo agarrando las riendas de Fuego y subiendo a la silla, satisfecha por el modo en que él le miraba los esbeltos muslos.
No se había imaginado que había química entre ellos. No era ella la única que se sentía violentamente atraída.
-Espera -le pidió él agarrando las riendas de Fuego para que el animal no se moviese-. Me has dicho que te alojas en la estancia. ¿En calidad de qué? ¿Trabajas en la zona de invitados?
-Estás volviendo a mostrar tus prejuicios -contestó ella-. Todos los hombres argentinos que he conocido por el momento piensan que el lugar de las mujeres está en… -se calló justo a tiempo.
Él arqueó una ceja, parecía divertido.
-¿Qué decías? ¿Que todos los hombres argentinos pensamos que el lugar de una mujer está en…?
Era tan atractivo que, por un momento, Faith sintió que no podía ni hablar. Además, no quería terminar una frase que llevaría la conversación hacia un terreno muy peligroso.
-En la cocina -añadió.
Él sonrió todavía más.
-¿En la cocina? Si piensas así es que todavía no sabes cómo piensan los machos, en general, en Sudamérica.
Faith se enfureció, no soportaba que la sonrisa de aquel tipo, su encanto y masculinidad, la afectasen tanto.
-La verdad es que me da igual lo que piensen los machos -comentó con dulzura-. A no ser que se trate de un caballo.
-¿Es eso lo que te ha traído a Argentina? ¿Nuestros caballos?
Faith miró a su alrededor, a aquella interminable extensión de hierba que los rodeaba.
-He venido porque he leído acerca de Raúl Vázquez.
El hombre se quedó callado un momento.
-¿Has viajado miles de kilómetros para conocer a Raúl Vázquez? -preguntó con frialdad-. ¿No será que quieres cazar a un multimillonario?
Faith lo miró sorprendida antes de echarse a reír.
-No, claro que no. No seas ridículo. Los multimillonarios no son mi tipo, de todas formas. Y nunca llegaré a conocerlo. Está en Estados Unidos, haciendo algún prometedor negocio, o algo así. Y debe de tener miles de empleados. No creo que nuestros caminos se crucen nunca.
Él la estudió con inquietante intensidad.
-¿Y eso te decepciona?
-Me parece que no me has entendido. No me interesa el hombre, sino sus caballos y cómo los entrena para que jueguen al polo. Leí un artículo en el periódico, escrito por Eduardo, el jefe de sus veterinarios, y contacté con él. Trabajar aquí es para mí un