Una noche para la eternidad
Por Robyn Grady
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Sophie Gruebella estaba encantada con su vida de soltera… hasta que oyó a sus amigas hablar de los motivos por los que aún seguía soltera. ¿Qué mejor motivo para acabar en la cama con un hombre que era su completo opuesto en todo?
Cooper Smith era tan ambicioso como atractivo. Había planeado su vida detalladamente: una carrera brillante, un magnífico apartamento… La noche que pasó con la sexy Sophie fue increíble, pero ambos estaban de acuerdo en que no debía repetirse.
Tres meses después una prueba de embarazo le confirmó a Sophie que esperaba un bebé… ¡y Cooper quiso casarse con ella de inmediato!
Robyn Grady
Robyn Grady has sold millions of books worldwide, and features regularly on bestsellers lists and at award ceremonies, including The National Readers Choice, The Booksellers Best and Australia's prestigious Romantic Book of the Year. When she's not tapping out her next story, she enjoys the challenge of raising three very different daughters as well as dreaming about shooting the breeze with Stephen King during a month-long Mediterranean cruise. Contact her at www.robyngrady.com
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Una noche para la eternidad - Robyn Grady
Capítulo Uno
–Por favor, las jóvenes solteras al centro del salón. ¡La novia va a lanzar el ramo!
Sophie Gruebella, cruzando las manos sobre el regazo de su vestido verde esmeralda, miró al maestro de ceremonias y luego a las chicas que se hacían sitio para atrapar el ramo de novia.
No, de eso nada. Aunque estaba contenta de que su amiga hubiera encontrado al hombre perfecto, ya que Wendy y Noah hacían una pareja fabulosa… particularmente en aquel momento, mientras él la besaba en los labios y Wendy apartaba la cola de su vestido blanco, preparándose para lanzar el ramo a las emocionadas jovencitas, para Sophie aparecer en la boda había supuesto un enorme esfuerzo.
Prácticamente todo el mundo sabía que la habían dejado plantada tres meses antes. Su auto-medicación había consistido en sobredosis de cualquier cosa que llevara chocolate y un ciclo de comedias románticas en DVD, cuyos finales felices la deprimían aún más. Había engordado cinco kilos… y eso sólo bajo los ojos.
La humillación y el dolor de ser plantada por una mujer más joven, más delgada y más guapa empezaban a ser soportables; ya no estaba enamorada de Ted, afortunadamente. Pero siendo una persona más tímida que segura de sí misma, el golpe para su autoestima había sido devastador. Y la idea de que pudiera volver a enamorarse o ponerse a la cola para atrapar un ramo de novia la hacía sentir enferma.
Una musiquita romántica sonaba por todo el salón de baile, decorado con manteles de lino blanco, flores y candelabros de cristal.
–Última oportunidad, señoritas –anunció el maestro de ceremonias–. ¿Quién atrapará el ramo? ¿Quién será la siguiente?
Sophie suspiró. ¿Sería ella algún día tan feliz como lo eran Wendy y Noah aquel día? ¿Podría arriesgar su corazón de nuevo? Aunque le dolía admitirlo, no lo creía. Y ninguna boda, por extravagante que fuera, garantizaba un final feliz.
Mientras pensaba todo eso, una atractiva figura masculina pasó delante de ella. Y, por un momento, la sensación de vacío en el estómago desapareció. Guapo estilo 007, el hombre se detuvo a su derecha. La chaqueta del esmoquin destacaba la anchura de sus hombros mientras sacaba un móvil del bolsillo. Las piernas separadas, la expresión decidida, el hombre miró su reloj, sacudió la cabeza y, después de murmurar algo indescifrable, cortó la comunicación.
¿Una llamada de trabajo? Raro una noche de sábado y en medio de una boda. Sophie miró alrededor. Su novia debía de estar en el grupo de las que esperaba atrapar el ramo. Porque los hombres tan guapos como él siempre tenían novia… y no especímenes bien rellenitos como ella precisamente.
Sophie apartó su copa.
De hecho, era hora de marcharse.
Pero mientras guardaba en el bolso unos bombones de chocolate en forma de corazón, oyó un grito colectivo y, de repente, algo cayó sobre su regazo. Sophie lo miró, atónita.
¿Cómo podía haber caído allí el ramo de Wendy? Y, sobre todo, cielos, ¿dónde podía esconderse?
Con todos los ojos clavados en ella, Sophie se encogió en la silla mientras el maestro de ceremonias gritaba:
–¡Buen lanzamiento, Wendy! Vamos a darle un aplauso a la tímida jovencita.
Escuchando los aplausos, Sophie intentó sonreír, incluso logró saludar con la mano. Cuando por fin terminó el espectáculo y las parejas empezaron a reunirse, sus amigas Penny Newly y Kate Tigress se acercaron a la mesa.
Penny, con un vestido de lentejuelas con escote de vértigo, hizo un puchero.
–No lo entiendo. ¿Por qué querrías tú atrapar el ramo?
Kate le dio un manotazo.
–No seas mala.
Penny hizo una mueca, frotándose el brazo dolorido.
–Sólo quería decir que ahora mismo está soltera. Es un desperdicio.
Desde el instituto, Penny había sido conocida por su hermosa melena rubia, sus generosos pechos y su falta de tacto. En cualquier caso…
Sophie suspiró.
–Tienes razón. No creo que yo vaya a ser la siguiente en casarme.
Kate apretó su mano.
–Encontrarás a alguien, Soph. Ya lo verás. Un hombre que será prácticamente tu gemelo.
–¿Podré encontrar un gemelo sin michelines y sin estos pelos?
Y, preferiblemente, con un cuerpazo, claro.
Sophie observó entonces como el agente 007 a su derecha cruzaba unos impresionantes brazos sobre un igualmente impresionante torso. ¿Dónde estaría la novia?
Como la buena peluquera que era, Kate rescató un rizo que había escapado de su moño.
–¿Qué pelos? Estos rizos son preciosos. Y si te cortas un centímetro, te mato. Deberías lucir lo que tienes en lugar de intentar esconderlo.
–Y cuando la ropa vuelva a quedarte bien –intervino Penny, tan delicada como siempre–. En fin, siempre has sido bastante guapa.
Mientras Kate la fulminaba con la mirada y la música volvía a sonar, sus respectivos novios, dos hermanos a los que habían conocido un mes antes, aparecieron para llevárselas.
Sophie se mordió los labios, intentando contener las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. Kate tenía buenas intenciones, pero ella no quería compasión. Y, francamente, estaba harta de sentirla por sí misma.
Sí, recientemente la habían dejado plantada. No, no era Miss Universo. La verdad era que seguramente nunca encontraría el amor, pero mucha gente no lo encontraba nunca. A lo mejor, en lugar de encontrar campanas de boda lo que debería hacer era encontrarse a sí misma.
Y seguramente no sería tan malo. Mirando hacia atrás, podía ver que la Sophie que había estado con Ted era una pálida imitación de la mujer que ella quería ser. Había sido una sombra, un apéndice que decía que sí a todo y nunca discutía nada. La historia de su vida, en realidad.
Pero eso se había terminado. Empezando en aquel mismo instante. Lo último que necesitaba era un marido que le pusiera límites, reglas.
Decidida, Sophie se levantó de la silla. Estaba harta de preocuparse por lo que pensaran los demás.
No había dado dos pasos hacia la salida cuando alguien la tomó del brazo. Sorprendida, se dio la vuelta y, cuando levantó la cabeza, su estómago hizo una pirueta al ver unos ojos azules clavados en ella.
El hombre del móvil, de los hombros y del torso, puso el ramo de novia en su mano.
–Se te ha caído.
Mientras ella absorbía el calor de sus dedos, esa voz ronca, una mezcla de acero y visón, vibró por todo su cuerpo. Y cuando miró su boca, el suelo pareció abrirse bajo sus pies.
Afortunadamente, antes de que pudiese hacer el más completo de los ridículos, el cerebro de Sophie decidió ponerse a funcionar otra vez.
Sólo estaba siendo amable devolviéndole el ramo, pensó.
–Quédatelo tú. Para tu novia.
«O tu mujer».
–No tengo novia –él tomó el ramo y lo dejó sobre una mesa–. De hecho, estaba preguntándome si te gustaría bailar conmigo.
Sophie parpadeó, estupefacta. ¿Bailar con él? ¿Bailar con el agente 007? ¿Sería una broma? Pero cuando lo miró a los ojos de nuevo la vibración sexual que había empezado cuando rozó su mano empezó a viajar por sus venas como un incendio.
Enganchada a esos ojos azules, levantó un hombro y luego lo dejó caer.
–Estaba a punto de marcharme.
Él tomó su mano.
–Entonces, afortunadamente, he llegado a tiempo.
Cuando llegaron a la pista de baile, sin decir una palabra, puso una mano en su espalda y empezó a bailar.
Consciente de cómo se movían sus pies, como programada para seguirlo, Sophie intentó relajarse contra el duro torso masculino.
«No te emociones demasiado. Es sólo un baile».
–Llevas un vestido precioso –dijo él, con su voz aterciopelada.
Con la mejilla prácticamente apoyada en su hombro, Sophie se derritió un poco más.
–Hacía mucho tiempo que no me lo ponía –murmuró, intentando no pensar que parecía el gigante verde de las latas.
Pero le había gustado el vestido, pensó. ¿Habría cambiado su suerte? ¿Y hasta qué punto? Estaba segura de no haberlo visto antes. ¿Habría mencionado Noah a aquel hombre alguna vez? ¿Sería un compañero del banco, quizá?
¿Y por qué estaba haciéndose tantas preguntas? Supuestamente, había renunciado a los hombres.
Al menos, recordaba haber pensado algo por el estilo…
–Un vestido de fiesta no es algo que la gente se ponga todos los días.
No, pero…
–El esmoquin te sienta de maravilla –se atrevió a decir.
–No había ido a una boda en mucho tiempo, pero lo desempolvo de vez en cuando –sonrió él–. Ha sido una boda bonita, ¿verdad? La ceremonia, los brindis… el vals de los novios.
Sí, todo perfecto.