Un millonario enamorado
Por Marion Lennox
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Molly Farr entendía por qué el millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia". Era guapo, encantador y rico... , y Molly tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él?
Molly no lo sabía..., pero Jackson sí.
Marion Lennox
Marion Lennox is a country girl, born on an Australian dairy farm. She moved on, because the cows just weren't interested in her stories! Married to a `very special doctor', she has also written under the name Trisha David. She’s now stepped back from her `other’ career teaching statistics. Finally, she’s figured what's important and discovered the joys of baths, romance and chocolate. Preferably all at the same time! Marion is an international award winning author.
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Un millonario enamorado - Marion Lennox
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Marion Lennox
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Un millonario enamorado, n.º 1791 - septiembre 2014
Título original: A Millionaire for Molly
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4708-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Capítulo 1
LIONEL eligió el peor momento para escapar...
El área de recepción de Bayside Property estaba llena de gente y había mucho ruido. Los empleados de la limpieza se habían quejado de que los perros de una de las propietarias eran peligrosos y no querían acercarse a su terreno. Sophia, una de las propietarias que más apreciaba Molly, estaba furiosa porque hubieran criticado a sus perros. Jackson Baird estaba reunido con el jefe de Molly. Y entonces...
–Lionel se ha escapado –dijo Molly, sin dejar de mirar la caja vacía y con un tono de voz que hizo que todos se callaran–. Angela, ¿has...?
–Solo se la enseñé a Guy. Pasó a tomar café y no se creía que tuvieras una rana en tu escritorio.
–Pero volviste a ponerle la tapa, ¿verdad?
Angela contuvo la respiración. Cada vez estaba más nerviosa.
–Se la estaba enseñando a Guy cuando entró Jackson Baird. ¡Era Jackson Baird!
Estaba todo dicho. Jackson Baird... ¡Bastaba con que aquel hombre entrara en una habitación para que todas las mujeres se olvidaran hasta de cómo se llamaban! ¿Qué tenía aquel hombre?
Era muy atractivo, alto y fuerte. Además, tenía la piel bronceada. Y la expresión de su rostro no era arrogante, sino dulce como la de un cachorro. Era una cara de «llévame a casa y quiéreme», con unos alegres ojos grises y una maravillosa sonrisa.
¿Llévame a casa y quiéreme? Molly leía las páginas de sociedad de los periódicos y sabía que eso era justo lo que hacían las mujeres. Aquel hombre había heredado muchos millones de unas minas de cobre que su familia tenía en Australia, y había tenido éxito en sus negocios. Era famoso.
Y esa mañana había entrado en su oficina y todo el mundo se había quedado de piedra. Molly acababa de regresar de inspeccionar la propiedad de Sophia, e incluso esa mujer locuaz se había callado al ver entrar a Jackson y a su abogado.
–Ese es Jackson Baird –había dicho Sophia al verlo–. Nunca lo había visto en persona. ¿Es cliente vuestro? –la mujer mayor había quedado claramente sorprendida.
«Si fuera cliente ayudaría mucho al negocio», pensó Molly, y se preguntó cuál de sus propiedades podría interesar a Jackson.
–Jackson hizo que me olvidara de la rana –admitió Angela–. Hay que reconocer que es muy atractivo.
–Claro que es muy atractivo –contestó Molly–. Pero, ¿dónde está mi rana?
–Debe de estar por aquí, en algún sitio –Angela se arrodilló junto a Molly bajo el escritorio. Ambas rondaban los treinta años y eran muy atractivas. Pero ahí terminaba su parecido. Angela se enfrentaba al mundo como si fuera a recibir algo positivo, mientras que Molly sabía que no sería así–. ¿Dónde se habrá metido? –la agencia inmobiliaria de Trevor Farr era una empresa pequeña y, su dueño, el primo de Molly, era un hombre atolondrado. El lugar estaba abarrotado de archivadores. Y entre ellos, se había escondido una rana verde.
–Sam me matará –se quejó Molly.
–La encontraremos.
–No debí traerla al trabajo.
–No tenías más remedio –contestó Angela.
No. No tenía más remedio. Aquella mañana, Molly y Sam viajaban en el mismo tren... su sobrino de ocho años, se dirigía a Cove Park Elementary y Molly a Bayside Property. Estaban a punto de terminar el viaje cuando Molly se dio cuenta de que algo se movía en la mochila de Sam, y se quedó horrorizada.
–No puedes llevarte a Lionel al colegio.
–Sí puedo –había dicho Sam en tono desafiante–. Me echaría de menos si la dejo en casa.
–Pero los otros niños... –suspiró Molly. Conocía muy bien la estructura social del colegio, ya que la semana anterior había ido a hablar con el director.
–A Sam lo están intimidando –le había dicho Molly.
–Hacemos lo que podemos –había contestado él–. La mayor parte de los niños, en la situación de Sam, agacharían la cabeza y evitarían meterse en problemas. Pero, aunque Sam es mucho más pequeño que la mayor parte de los niños de tercer grado, es valiente y se enfrenta con los más grandes. Me da miedo que alguno se comporte de forma agresiva. Pero, por supuesto, veremos qué podemos hacer.
Molly comprendió que no era mucho lo que podían hacer en cuanto vio que Sam regresaba del colegio, una vez más, lleno de moraduras. Si llevaba la rana a clase, los otros chicos intentarían quitársela, ¿y quién sabía qué pasaría después?
–Es demasiado tarde como para llevarla a casa –le dijo Sam a Molly, con la expresión de ir a comerse el mundo que ella conocía tan bien.
Y como era demasiado tarde, Molly se llevó la rana al trabajo.
Molly no llevaba mucho tiempo en ese puesto. Al principio, su primo no quería contratarla. Ese día, tenía una cita con Sophia a las diez, y no podía llegar tarde. Así que había ido con la caja donde estaba la rana bajo el brazo y ese había sido el resultado.
–Sam no me perdonará jamás –las dos chicas estaban debajo del escritorio ignorando al resto de personas que había en la habitación.
–¿Perdón? –la voz de Sophia dejaba claro que no le hacía ninguna gracia–. ¿Es cierto que están buscando una rana?
–Es la rana de Sam –dijo Molly medio sollozando, y comenzó a separar un archivador de la pared–. Ayúdenos.
–Me niego a esperar por una rana. Y en cuanto a lo de ayudarlas...
Angela se puso en pie y colocó las manos sobre sus caderas. Molly estaba moviendo los muebles como si su vida dependiera de ello. Durante las semanas que habían trabajado juntas, se habían hecho buenas amigas.
–¿Sabe quién es Sam? –le preguntó.
–Por supuesto que no, jovencita. ¿Por qué iba a saberlo?
–¿Recuerda ese horrible accidente que hubo hace seis meses? –preguntó Angela–. Un camión se saltó la barrera y cayó sobre un coche. Los adultos murieron en el acto, pero hubo un niño que se quedó atrapado durante horas.
–¿Ese era Sam? –preguntó la mujer horrorizada.
–Sí. Y es el sobrino de Molly.
–Oh, no.
–Y ahora hemos perdido su rana.
Hubo un tenso silencio. Las tres mujeres de la limpieza y Sophia, se miraron, y todas comenzaron a buscar.
Trevor Farr estaba cada vez más nervioso.
Al principio, estaba encantado. No podía creer la suerte que tenía. Hannah Copeland lo había llamado por la mañana y sus palabras lo habían dejado de piedra.
–He oído que Jackson Baird está pensando en comprar un terreno en la costa. Hay muy pocas personas a las que les vendería Birranginbil, pero Jackson podría ser una de ellas. Mi padre solía tratar con tu abuelo, o eso creo, así que quizá podrías llamar al señor Baird de mi parte y, si está interesado, le venderé la finca. Esto es, si te interesa la comisión.
¿Si le interesaba la comisión? Birranginbil... «una venta como esa me solucionaría la vida», pensó Trevor,y, sin dudarlo, llamó al abogado de Jackson. Aún no podía creer que Jackson Baird estuviera en su despacho. Iba vestido con un elegante traje italiano, y con una mirada fría y calculadora esperaba pacientemente a que le dieran todos los detalles.
El único problema era que Trevor no podía darle ningún detalle.
Así que hizo todo lo que pudo para ganar tiempo.
–El terreno está en la costa, a doscientas millas al sur de Sidney –le dijo a Jackson y a su abogado–. Hoy es viernes. El fin de semana estoy ocupado, pero, si quieren, podemos ir a verlo el lunes.
–Pensé que al menos tendría algunas fotografías –el abogado de Jackson parecía contrariado. Igual que a Trevor, a Roger Francis lo había pillado desprevenido, y el abogado tenía motivos para estar descontento. Él sabía de un terreno en Blue Mountain y quería que Jackson fuera a verlo, por supuesto, porque sería él quien se embolsaría la comisión. Por desgracia, su secretaria había contestado la llamada sobre el terreno de Copeland y había llamado a Jackson sin consultárselo primero. ¡Estúpida mujer! El abogado estaba de muy mal humor y las tácticas que empleaba Trevor no eran de gran ayuda.
–Llámenos cuando tenga los detalles –dijo el abogado–. Si hubiéramos sabido que tenía tan poca información no habríamos venido tan lejos. Está haciendo que el señor Baird pierda su precioso tiempo.
Cuando se calló, miró al suelo y vio una cosa verde que saltaba.
Era una pequeña rana, un símbolo de la naturaleza. Pero el abogado sabía qué era lo que tenía que hacer cuando la naturaleza trataba de introducirse en la civilización.
Levantó el pie.
–¿Crees que podría haberse metido en el despacho de Trevor cuando abrieron la puerta? –preguntó Molly, mirando detrás del archivador–. ¿Dónde puede estar si no?
–Supongo que sí podría haber entrado –dijo Angela–. Quiero decir... todas estábamos mirando a Jackson.
–Iré a mirar –dijo Molly poniéndose en pie.
–Trevor te matará si lo interrumpes ahora, Molly. Jackson Baird está en su despacho.
–Me da igual que la Reina de Saba esté en su despacho. Voy a entrar –Molly acercó la cara al cristal de la puerta del despacho de Trevor. Y lo que vio la hizo moverse más rápido de lo que se había movido nunca.
Jackson estaba sentado entre un abogado furioso y un agente inmobiliario confuso cuando, de pronto, vio una mancha verde sobre la moqueta beige y que su abogado levantaba el pie para aplastarla, justo cuando una mujer entraba por la puerta y se lanzaba al suelo.
El abogado bajó el pie con fuerza, pero no pisó una rana, sino un par de manos de mujer que protegían al animalito.
–¡Ay!
–¡Molly!
–¿Qué diablos...?
–¿La tienes?
–La ha pisado. Ha pisado la rana de Sam. ¡Es un bruto! –Sophia Cincotta fue la primera en entrar después de Molly, y al ver lo que había pasado, levantó su bolso para golpear a Roger Francis–. ¡Asesino!
Angela entró después, mirando horrorizada. Molly estaba tumbada sobre la moqueta, sujetando a Lionel como si su vida dependiera de ello.
–Molly... tu mano. Estás sangrando.
–¡Le ha roto los dedos! –Sophia golpeó de nuevo al abogado y este se apresuró para colocarse al otro lado del escritorio de Trevor.
–¿Y Lionel está bien? –preguntó Angela.
–La ha aplastado –contestó Sophia–. Claro que no está bien. ¿No has visto cómo este bruto la pisoteaba?
–Creía que esos animales estaban protegidos –dijo una de las mujeres de la limpieza.
–No es más que un sapo, estúpida –contestó otra persona–. Se supone que hay que matarlos.
–No en mi moqueta –dijo Trevor enfadado–. ¿Es una rana? ¿Una rana? Molly, ¿la has traído tú?
–Claro que la he traído yo –contestó Molly, mirando entre los dedos sangrantes de su mano–. Y no es un sapo. Oh, cielos, parece que se ha roto un anca... Parece que tiene un anca rota.
–Tus dedos también parecen rotos –contestó Angela y se arrodilló junto a ella.