Un hombre a su medida
Por LIZ FIELDING
4/5
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Dodie iba a ser la dama de honor de su famosísima hermana, la misma hermana que siempre la había hecho sentirse fea y gorda, así que solo podía hacer una cosa: ponerse a dieta. Y para eso necesitaba la ayuda de un entrenador personal.
Iba a hacer falta un milagro para que Dodie bajara dos tallas antes de la boda, sobre todo dada su debilidad por el chocolate. Pero ella no tardó en descubrir otra debilidad que no sospechaba: su entrenador, Brad Morgan. Además de ser muy guapo, se había propuesto demostrarle a Dodie que la verdadera recompensa sería encontrar a alguien que la quisiera tal y como era... Y ese era él.
LIZ FIELDING
Liz Fielding was born with itchy feet. She made it to Zambia before her twenty-first birthday and, gathering her own special hero and a couple of children on the way, lived in Botswana, Kenya and Bahrain. Eight of her titles were nominated for the Romance Writers' of America Rita® award and she won with The Best Man & the Bridesmaid and The Marriage Miracle. In 2019, the Romantic Novelists' Association honoured her with a Lifetime Achievement Award.
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Un hombre a su medida - LIZ FIELDING
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Liz Fielding
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Un hombre a su medida, n.º 1794 - septiembre 2014
Título original: The Bridesmaid’s Reward
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4710-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Capítulo 1
DODIE? ¿Qué te pasa? ¡Tranquila! Respira…
Dodie Layton, que acababa de telefonear a su mejor amiga para pedirle ayuda, obedeció, pero le siguieron temblando las piernas.
–¿Estás mejor?
Dodie asintió, pero, por supuesto, Gina no la vio, porque no la tenía ante sí.
–Bien –apuntó su amiga–. Ahora, cuéntamelo de nuevo todo, pero más despacio.
–Tengo un mes y medio para adelgazar dos tallas y dejar de ser Doña Fofa para convertirme en la Madrina del Año.
–Tú no estás fofa. Estás…
–¿Rellenita? –sugirió Dodie mientras Gina buscaba un eufemismo amable para describir sus generosas curvas, su gran trasero y sus muslos celulíticos–. Pues menudo consuelo. Mi hermana, sí, la alta, delgada y guapa…
–Solo tienes una.
–… la que ha sido nominada a todos los premios cinematográficos de este año, la estrella, la famosa, la que todo el mundo adora…
–Sé perfectamente cómo es tu hermana. Te recuerdo que la conocí con aparatos en los dientes…
–… se casa y quiere que sea su madrina –concluyó Dodie.
–¡Guau! –exclamó Gina.
–¡Horror! –exclamó Dodie agarrando la tostada sobre la que estaba untando mantequilla cuando su madre había llamado para darle la noticia e instrucciones para que perdiera peso cuanto antes.
Dodie le puso mucha mermelada y se la comió. Ya tendría tiempo de ingerir menos calorías. De momento, necesitaba azúcar para sobreponerse.
–Me imagino con quién se casa… –aventuró Gina ávida de cotilleo–. Los periódicos llevan semanas diciendo que estaba con su compañero de la serie. ¿Cuándo es la boda?
–No sé la fecha exacta porque, por lo visto, es un secreto, pero parece ser que en mayo. Dentro de un mes y medio, Gina. Tengo que correr, voy a necesitar unas pesas y una clase de aeróbic, tengo que hacer un montón de cosas y…
–Lo que tienes que hacer es dejar de hablar con la boca llena y calmarte.
–Sí, tienes razón –dijo porque Gina era la única persona en el mundo capaz de ayudarla–. Puedo hacerlo. De hecho, yo creo que ya estoy adelgazando porque tengo el corazón acelerado y debo de estar quemando muchas calorías.
–Siento desilusionarte, pero aunque tengas el ritmo cardíaco acelerado, si no es como resultado de haber hecho ejercicio, no adelgaza.
–¿De verdad?
–De verdad.
–Te creo. Al fin y al cabo, tú sabes más que yo. Por cierto, ¿cuándo vuelves?
–Ah, ya sé para qué me has llamado.
–¿Quieres ir a la boda, sí o no? –chantajeó Dodie–. Van a ir todos los actores y actrices famosos, cantantes, modelos increíbles…
–¿Por qué me iba a invitar a mí tu hermana?
–Te invito yo, como mi acompañante.
–Se supone que deberías ir con un hombre.
–Ese comentario no me ha gustado, Gina. Sabes que no tengo pareja ni falta que me hace. Además, si fuera con un hombre, rompería esa tradición que dice que el padrino se enamora de la madrina, ¿no?
–Sí, he oído hablar de eso, pero nunca he visto a ninguno que mereciera la pena enamorándose de la madrina –apuntó Gina–. Ya entiendo. ¿Quién es el padrino, Dodie, que estás tan interesada en estar guapa para él?
–¿El padrino? –repitió Dodie disimulando, como si no fuera aquella la razón por la que el corazón amenazaba con salírsele del pecho–. Charles Gray –anunció agarrándose al respaldo de la silla.
Aquellas emociones a la hora del desayuno no podían ser sanas.
–¿Charles Gray? –dijo Gina anonadada–. ¿El dios del sexo? ¿El hombre que toda mujer que se precie sueña encontrar bajo el árbol de Navidad con una sonrisa y un preservativo?
–Sí, ese –suspiró Dodie–. Será perfecto. Un día de encantamiento sin ningún tipo de realidad posterior que estropee el efecto.
–¿Te vas a convertir en la Cenicienta a las doce en punto o qué?
–Exactamente, pero a mí no se me va a caer ningún zapato por el camino. ¿Te crees que se puede ser feliz con un hombre obsesionado por tus pies? ¡Por favor!
–No lo había pensado –admitió Gina–. Y supongo que tanto interés en que agite mi varita mágica y te convierta en una princesa para ese día no será para que Martin te vea en Celebrity y se muera de la envidia por no estar a tu lado codeándose con los ricos y famosos, ¿verdad?
Recordarle a Martin no tuvo en Dodie el efecto que su amiga buscaba. En lugar de reírse, Dodie recordó lo indeseable que era. Se miró, vestida con sus mallas y una camiseta ancha, y gruñó.
–Soy tonta, ¿verdad? Es imposible conseguirlo. Voy a ser la más fea del lugar. Es imposible competir con todas esas super mujeres con cuerpos esculturales.
–No digas tonterías –dijo Gina, que era directora del club de salud de un balneario–. No te rindas tan pronto. Eres tan guapa como tu hermana. Para que lo sepas, aun a riesgo de sonar envidiosa, te diré que ella está un poco demasiado… delgada.
–A la cámara le gusta la delgadez.
–Ya, pero tú no eres actriz y, además, tienes una sonrisa radiante que ilumina la habitación en la que estás –la animó.
Dodie sabía que Gina estaba intentando ser amable, pero aquella era precisamente la reacción que había temido. Las comparaciones con su increíblemente guapa, famosa y delgada hermana eran constantes. Todos acababan diciéndole, para consolarla, que ella tenía una sonrisa preciosa.
Aquella vez no era suficiente.
–Sí, tengo una sonrisa muy bonita, pero la de Gray es mucho mejor, así que no creo que nadie se fije en mí. Voy a ser la gordita sonriente –se quejó abriendo la nevera.
–De eso nada, Dodie.
–Sí, sí lo voy a ser… si mi mejor amiga no me ayuda a librarme de mí misma. Te necesito porque me conoces de toda la vida y sabes mis puntos débiles. ¿Quién si no tú sabe dónde guardo el chocolate o esas galletas para los momentos bajos o mi adicción al queso camembert derretido sobre…
–¡Para ahora mismo!
–No tengo remedio. Tú, cuando te encuentras mal, sales a correr, pero yo me tiro a la comida. Cuando mi madre menciona «dieta milagrosa, que es a menudo, me ponga a temblar. Te suplico que te vengas a vivir a mi casa estas semanas, por favor.
–Sabes que haría cualquier cosa por ti, Dodie, pero…
–No, no me digas pero, Gina, no puedo soportarlo… –la interrumpió Dodie presa del pánico.
–Pero –insistió Gina– nuestra amistad siempre se ha basado en el principio de vive y deja vivir. He tolerado la relación de amor-odio que tienes con los regímenes y tú has sabido tolerar la adicción que tengo al ejercicio. Nuestra amistad funciona porque no nos metemos en las adicciones de la otra y creo que debería seguir siendo así. Además, aunque quisiera, no podría ir. Te iba a llamar para preguntarte si querías algo de Los Ángeles.
–¿Los Ángeles?
–Sí, me voy hoy mismo a Estados Unidos. La empresa quiere que haga un estudio de mercado sobre las últimas tendencias.
–¿De verdad? –dijo Dodie olvidando sus problemas por un momento y alegrándose sinceramente por su amiga–. Es genial.
–Sí, la verdad es que yo también me siento como la heroína de un cuento de hadas, ¿sabes? Primero me dieron carta blanca en el balneario para que contratara al equipo que quisiera para el club de salud, y ahora esto. Por fin mi licenciatura en dirección de empresas y lo que más me gusta en el mundo, el deporte, se unen.
–Los Ángeles, ¿eh? Cuánto me alegro por ti, Gina, pero, ¿no podrías retrasarlo un par de meses?
–No, cariño, ni siquiera por ti, pero te voy a dar un buen consejo. Ni caso a