AMANTE MISTERIOSA
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Trish Morey
Trish always fancied herself a writer, but she dutifully picked gherkins and washed dishes in a Chinese restaurant on her way to earning herself an economics degree and a qualification as a chartered accountant instead. Work took her to Canberra where she promptly fell in love with a tall, dark and handsome hero who cut computer code, and marriage and four daughters followed, which gave Trish the chance to step back from her career and think about what she'd really like to do. Writing romantic fiction was at the top of the list, so Trish made a choice and followed her heart. It was the right choice. Since then, she's sold more than thirty titles to Harlequin with sales in excess of seven million globally, with her books printed in more than thirty languages in forty countries worldwide. Four times nominated and two times winner of Romance Writers of Australia's RuBY Award for Romantic Book of the Year, Trish was also a 2012 RITA finalist in the US. You can find out more about Trish and her upcoming books at www.trishmorey.com and you can email her at [email protected]. Trish loves to hear from her readers.
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AMANTE MISTERIOSA - Trish Morey
Capítulo 1
VAYA día estaba teniendo. Hasta el momento, se había peleado con dos proveedores que le habían fallado y había tenido una acalorada discusión con el director de recursos humanos, que parecía pensar que era buena idea dar a cada empleado una paga extra capaz de igualar el producto nacional de muchos países del Tercer Mundo.
No eran aún las once de la mañana y ya había sobrevivido a varias guerras; era evidente que aquél iba a ser uno de esos días perfectos.
Damien DeLuca tenía reputación de ser un hombre difícil y el empresario más duro y despiadado al sur del Ecuador. Y estaba orgulloso de dicha reputación, al fin y al cabo le había costado mucho tiempo y esfuerzo conseguirla. Como primera generación de australianos, hijo pequeño de unos padres italianos que habían abandonado todo lo que tenían para hacerse una nueva vida en Australia hacía ya treinta y cinco años, Damien había trabajado duro para llegar hasta donde estaba. Desde los humildes orígenes ayudando en la huerta familiar hasta conseguir una beca universitaria a la que le había sacado un magnífico provecho. Siete años después, había abandonado la facultad con dos licenciaturas, un master en gestión empresarial y una amplia variedad de ofertas de trabajo entre las que elegir.
Aquello le había proporcionado el empujón que necesitaba para, dos años más tarde, fundar su propia empresa de software destinado al sector financiero, con la que había dejado atrás a las mismas empresas rivales que habían tratado de contratarlo como empleado.
Unos años más tarde, había absorbido a dos de esas empresas y era reconocido como un innovador de la industria. Ahora las otras compañías lo veían como un ejemplo digno de imitar. No era ningún secreto, no había llevado Delucatek hasta lo más alto siendo indulgente; había logrado todo lo que tenía siendo muy duro, esperando mucho de sí mismo y de sus empleados.
Y lo había hecho solo. No tenía tiempo para socios, ni para compartir el poder de ningún otro modo. Él era el jefe, sencilla y llanamente. Así era como manejaba su vida, tanto en el consejo de dirección como en el dormitorio. Las mujeres que entraban y salían de su vida no tardaban en darse cuenta de ello, aunque a veces alguna pensara que podía cambiarlo, enseguida se daba cuenta de que se equivocaba. Él no las necesitaba.
Damien DeLuca no necesitaba a nadie.
Miró al reloj y frunció el ceño. Enid Crowley, su secretaria personal estaría a punto de volver del descanso con un café para él. Mientras, su director de marketing, Sam Morgan, llegaba tarde a la reunión en la que tenía que presentarle una propuesta para lanzar el nuevo paquete de software de la empresa.
¡Muy tarde!
Damien quitó las piernas de encima de la mesa, sin entender cómo era posible que alguien que necesitara su aprobación para lanzar una campaña de miles de dólares que había definido como radicalmente distinta, no se hubiera dignado a aparecer. Tal comportamiento no auguraba nada bueno para la propuesta. Y aún menos para Sam.
Vaya día. Aquello era lo último que necesitaba en ese momento.
Philly Summers se apretó contra el pecho la carpeta que contenía la propuesta y cerró los ojos para impedir que derramaran las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Quisiera o no, el ascensor tardaría sólo unos segundos en dejarla en el último piso de la Torre DeLuca.
Sam había elegido el mejor día para ponerse enfermo.
En circunstancias normales, Philly habría estado emocionada por que la hubieran llamado para presentar un plan de marketing ante el famoso y temido jefe de Delucatek. Después de tres meses como ayudante de Sam, le había quedado claro que el director de marketing no tenía problema alguno en apropiarse y beneficiarse del trabajo de los demás.
En circunstancias normales, habría pensado que era una suerte tener la oportunidad de presentar un proyecto cuya práctica totalidad provenía de lo que ella misma le había sugerido a su jefe inmediato.
En circunstancias normales…
Pero aquéllas no eran circunstancias normales. Aquel día tenía cosas más importantes de las que preocuparse que de hacia dónde se dirigía su carrera o de tratar de aprovechar las oportunidades que se le presentaban.
Respiró hondo en busca de un poco de fuerza, pero el oxígeno no podía contrarrestar el efecto de aquellas palabras que se repetían una y otra vez en su mente: «Lo siento mucho, pero legalmente no podemos ayudarla. Si estuviera casada…»
¡Si estuviera casada! Eso sí que era una broma. Bryce había arruinado cualquier posibilidad de llegar a estarlo cuando la había abandonado hacía unos meses, apenas una semana antes de la boda. Además, si estuviera casada, no necesitaría los servicios de una clínica de fecundación in vitro, si no que podría haberse quedado embarazada al estilo tradicional.
Pero no estaba casada.
No tenía novio ni perspectivas de tenerlo. No había posibilidad de concebir un bebé, a no ser que recorriera los bares nocturnos en busca de un semental. Se mordió los labios al considerar tal opción; ¿sería capaz de hacer algo así? ¿Merecía la pena llegar a tal extremo para cumplir una promesa hecha a una moribunda?
En su memoria apareció el rostro de su madre, desfigurado por el dolor, aquellas facciones en otro tiempo dulces, se habían endurecido a causa de los estragos de la enfermedad y de la angustia de una pérdida insoportable. Philly sería capaz de cualquier cosa por mitigar el dolor de su madre, por darle alguna esperanza, pero… ¿cómo podría recurrir a una aventura de una noche con un desconocido para cumplir su promesa?
-¡No! -susurró mientras un escalofrío le recorría el cuerpo y su voz retumbaba en el espacio vacío del ascensor. No había más que hablar. Quizá estuviera desesperada, pero tal imprudencia no sería propia de ella. Levantó la mano para secar la lágrima que le bajaba por la mejilla y admitió que probablemente no podría cumplir su promesa.
Quizá tendría que aceptar que no podría darle a su madre el nieto que deseaba más que nada en el mundo… el nieto que necesitaba para volver a sonreír. No era justo pero así era la realidad.
Se iluminó el botón del piso cuarenta y cinco y las puertas se abrieron dándole paso al vestíbulo de la planta de dirección. Philly dio un paso adelante intentando concentrarse en la propuesta que tenía que exponer. Aquella reunión no tenía por qué extenderse mucho, podía defender el proyecto en sólo unos minutos pues, después de haber escrito casi cada palabra que contenía, se lo sabía de memoria.
Después volvería a su despacho y pensaría tranquilamente. No podía rendirse ahora, que todavía tenía tiempo; según el pronóstico de su madre, aún disponía de tres meses para quedarse embarazada. Tres oportunidades de cumplir su promesa. Ya se le ocurriría algo. Tenía que haber una solución.
-¡Sam! Llegas tarde. Pasa.
Aquella voz profunda y cargada de impaciente salió del despacho adyacente a la recepción vacía.
-¡Sam!
Debía de ser él. Sólo había hablado con él una vez, nada más empezar a trabajar en la empresa hacía tres meses, cuando había contestado al teléfono de Sam. Había sido una conversación muy breve, pues Sam le había arrancado el auricular de las manos al darse cuenta de con quién estaba hablando, pero en las pocas palabras que le había dirigido, había podido percibir el poder y la exigencia del hombre al que todo el mundo llamaba el Número Uno.
Se estiró el bajo de su discreto suéter de punto, tratando de no pensar en el comentario que había oído en la cafetería sobre que DeLuca imponía más que el Padrino.
-¡Sam!
Philly se estremeció sobresaltada. ¿Qué demonios se había creído ese tipo? Quizá fuera su jefe, e incluso un genio de los negocios, pero ella no estaba de humor para soportar la prepotencia de nadie. Así que respiró hondo y empujó la puerta del despacho.
Enseguida vio el cuerpo al que pertenecía aquella voz profunda y potente y se quedó paralizada. Aquella figura alta y fuerte tapaba justo el rayo de luz que inundaba la habitación, con lo que se quedaba iluminada como si se pudiera ver el aura que la rodeaba.
Philly ya sabía el aspecto que tenía DeLuca pues lo había visto en multitud de fotografías; conocía aquella mirada calculadora y aquellas cejas pobladas. Tenía un pelo oscuro y unos rasgos que envidiaría cualquier estrella de cine.
Sí, conocía su aspecto, y aun así sintió una especie de descarga que le recorrió la columna vertebral. Ninguna fotografía hacía justicia a su verdadero aspecto, ninguna fotografía la había preparado para aquel rostro que le hablaba de peligro, emociones. Y quizá, sólo quizá, algo más…
Capítulo 2
YTÚ QUIÉN eres?
La mujer ataviada con un traje marrón oscuro pareció erguirse, tenía la boca abierta como si algo la hubiera sorprendido mientras lo miraba a la cara. Agarraba la carpeta como si de un escudo de defensa se tratara y, a juzgar por el pequeño tamaño de su cuerpo, no estaba de más un poco de protección.
-Tú no eres Sam -dijo él en tono acusador.
Cerró la boca de golpe y levantó la barbilla. Tenía los ojos chispeantes, unas chispas que aumentaron en el momento en el que sus labios esbozaron una sonrisa.
Damien se relajó momentáneamente. Ya no parecía tan poquita cosa con aquella sonrisa. De hecho, era bastante guapa; de un modo nada sofisticado, pero guapa. Desde luego las gafas de carey y el traje marrón sin forma alguna no la favorecían en absoluto.
-Señor DeLuca -dijo ladeando la cabeza y tendiéndole la mano-. Me habían dicho que era un genio. Es obvio que es cierto.
El brillo de sus ojos color avellana le hizo suponer que aquello no había sido un cumplido.
Damien respiró hondo para recuperar el aire que parecían acabar de arrebatarle, mientras ella seguía sonriendo y tendiéndole la mano como si no hubiera un mensaje oculto en lo que acababa de decir.
-Soy Philly Summers, de Marketing. Encantada de conocerlo.
Miró aquella mano que lo esperaba y después volvió a observar la sonrisa fingida de su rostro y supo que estaba mintiendo. Estaba tan encantada de conocerlo como él de ver a la señorita Ratoncillo Marrón en su despacho. ¿Quién demonios se creía Sam Morgan para enviarla a ella? Le estrechó la mano rápidamente y sintió rabia al comprobar que alguien tan diminuto podía tener una mano tan firme.
-¿Dónde está Sam? -le preguntó dándose media vuelta para volver a su cómoda butaca de cuero.
Ella se quedó unos segundos titubeando, como si no estuviera segura de si la habían invitado a entrar, pero por fin dio unos pasos hacia el escritorio.
-Supongo que ahora ya estará en casa. Tiene gripe. Hace media hora casi se cae en su despacho, así que se ha ido a casa en un taxi.
-¿Y a nadie se le ocurrió informarme?
Volvió a ladear la cabeza y frunció el ceño como si pensara que era una grosería preguntarle algo así.
-Pensé que lo habían hecho.
-Pues no es así.
Lo miró unos segundos, parecía a punto de discutir con él, pero después debió de pensárselo mejor.
-En cualquier caso, supongo que lo que importa es que la presentación se desarrolle como estaba previsto. Imagino que tendrá una agenda muy ocupada y quién sabe cuándo volverá al trabajo Sam. Además, necesitamos su aprobación al proyecto hoy mismo si queremos cumplir con los plazos para el lanzamiento del producto.
¿Y creía que tomando la iniciativa iba a impresionarlo?
Pues no se había equivocado,