Corazón derretido
Por Kate Hardy
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Dante Romano podía ser irresistiblemente atractivo, pero Carenza Tonielli no estaba dispuesta a venderle la empresa de helados de su familia. Por desgracia, era el único que podía ayudarla a salvar el negocio. Y cuando la miraba como si fuera el helado más apetitoso de la carta, no podía resistirse a mezclar el trabajo con el placer.
Pero incluso en medio del sexo más ardiente y apasionado el frío empresario italiano era un experto en controlar sus emociones, de modo que Carenza decidió demostrarle los otros muchos sabores que se estaba perdiendo en la vida.
Kate Hardy
Kate Hardy has been a bookworm since she was a toddler. When she isn't writing Kate enjoys reading, theatre, live music, ballet and the gym. She lives with her husband, student children and their spaniel in Norwich, England. You can contact her via her website: www.katehardy.com
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Corazón derretido - Kate Hardy
Capítulo Uno
Fueron sus zapatos lo que la delataron.
Su traje era de buena calidad. Muy profesional, al igual que el maletín de cuero y el simple pero elegante recogido de su larga melena rubia. Pero los tacones eran demasiado altos y finos. No eran zapatos de oficina, y Dante Romano había conocido a demasiadas princesas para saber lo caros que podían ser. Era la clase de calzado que solo una mujer rica y consentida podía permitirse.
Cerrar aquel trato iba a ser mucho más rápido de lo que había temido cuando sus fuentes le revelaron que Carenza Tonielli pensaba hacerse cargo del negocio de su familia.
–Gracias por venir a verme, signorina Tonielli –le dijo mientras se levantaba–. ¿Le apetece tomar algo? ¿Café, agua? –le indicó la botella y los vasos que había en su mesa.
–Agua, por favor. Muchas gracias.
–Siéntese, por favor –esperó hasta que se hubo sentado en el otro extremo de la mesa y sirvió dos vasos de agua.
Ella agarró el suyo y tomó un pequeño sorbo. Tenía unas manos muy bonitas, pensó él, pero apartó rápidamente aquella imagen de su cabeza. Carenza Tonielli era muy hermosa. Posiblemente la mujer más hermosa que había conocido. Pero también era muy consciente de ello, y él no tenía la menor intención de intentar algo con una princesita mimada y endiosada.
«Mentiroso», lo acusó su libido. «Estás pensando cómo sería tener esas manos y esa boca en tu piel».
Bueno, tal vez estuviera pensando en aquella boca perfecta y sensual, pero de ninguna manera daría rienda suelta a sus fantasías.
No tenía tiempo para satisfacer sus deseos carnales hasta que aquel proyecto empresarial hubiese despegado.
–¿Por qué deseaba verme? –le preguntó ella.
¿De verdad no tenía ni idea? Pobre Gino… Había cometido un gravísimo error al dejar el negocio en manos de su nieta con la esperanza de que lo llevase a buen puerto. La chica había dejado Nápoles para recorrer mundo y había tardado diez años en volver a casa. ¿Realmente iba a renunciar a la dolce vita para dedicarse a los negocios?
Por lo que le habían contado sus fuentes en Londres, a Carenza Tonielli solo le interesaba despilfarrar el dinero en vestidos, champán y coches de lujo.
Nada de eso iba a poder hacer en la situación financiera actual de la familia Tonielli.
Dante no pensaba engañarla. Le había dado un precio justo, el mismo que le había ofrecido a su abuelo. Ella obtendría el dinero necesario para costearse su estilo de vida y él conseguiría la marca que necesitaba para expandir su negocio.
Ambos saldrían ganando con el acuerdo. Tan solo hacía falta que ella lo viera así.
–He estado negociando con su abuelo para comprar Tonielli’s.
–Ah…
–Y como la empresa ha pasado a sus manos, es usted con quien debo continuar las negociaciones.
–Creo que se ha producido un error.
–¿Un error, dice? ¿No está usted a cargo de Tonielli’s?
–Sí, sí –se cruzó de brazos–. Pero la empresa no está en venta.
Dante Romano se había quedado petrificado en su silla.
Y no le faltaban motivos, pensó Carenza. Aquel tiburón con traje y corbata que pensaba comprar el imperio heladero de su abuelo a precio de ganga se iba a quedar con un palmo de narices.
Un tiburón realmente atractivo, con el pelo negro y peinado hacia atrás, unos labios carnosos y unos bonitos ojos oscuros. Atractivo y muy sexy, pero un tiburón al fin y al cabo. Y ella no iba a venderle la empresa. Ni a él ni a nadie.
–¿Se va a quedar con Tonielli’s? –le preguntó él, sin salir de su asombro.
Carenza ya había visto aquella expresión de incredulidad. Era la misma cara que había puesto su nuevo jefe cuando ella le sugirió hacerse cargo de la galería, justo antes de dimitir. De ninguna manera iba a trabajar con alguien que la trataba como una cabeza hueca que no sabía hacer otra cosa que responder al teléfono, reír como una tonta y pintarse las uñas. Lo mismo que parecía pensar aquel hombre al que acababa de conocer. ¿Por qué no podía tomarla en serio?
¿Tal vez porque era rubia? ¿O porque Dante Romano era el típico italiano chovinista que trataba a las mujeres como si vivieran en los años cincuenta?
–Sí, así es –le confirmó fríamente.
Él se echó hacia atrás en la silla.
–¿Cómo?
–Me está ofendiendo –le advirtió ella, mirándolo con ojos entornados.
–Signorina Tonielli, usted no tiene la menor experiencia y su empresa se encuentra en una situación precaria. Necesita una reestructuración urgente y yo tengo los conocimientos y el personal necesario para ello.
Sin duda se estaba tirando un farol, pensó ella. Las cosas no estaban tan mal.
–Estamos en plena recesión económica. La situación es difícil para todo el mundo.
–Su negocio se encuentra en serios aprietos y no creo que se deba únicamente a la recesión. Como ya he dicho, no tiene usted la experiencia ni el personal adecuado para arreglar las cosas.
–Signor Romano, usted no sabe nada de mí. ¿Cómo se atreve a suponer que soy capaz de dirigir el negocio que mi familia fundó hace cinco generaciones?
–No solo se trata de dirigirlo. Hay que adaptarlo a los nuevos tiempos y convertirlo en un negocio próspero.
–¿Y cree que soy demasiado estúpida como para poder hacerlo?
–Demasiado inexperta –corrigió él.
–¿Qué le hace pensar que soy inexperta?
Nada más preguntarlo se dio cuenta de cómo podría interpretarse su «inexperiencia». Sobre todo cuando la mirada de Dante Romano la recorrió, muy lentamente, desde la cabeza hasta el nivel de la mesa. De arriba abajo y abajo arriba. Examinándola, admirándola… Era evidente que le gustaba lo que veía.
Carenza sintió que le ardían las mejillas.
Cualquiera pensaría que tenía dieciséis años en lugar de veintiocho, y que ningún hombre la había desnudado nunca con la mirada.
Si Dante Romano la hubiera mirado así con dieciséis años se habría derretido en un charco de hormonas. Su cuerpo empezaba a reaccionar, y dio gracias en silencio porque el grueso tejido de la chaqueta ocultara el endurecimiento de sus pezones…
Se reprendió mentalmente. Estaba en una reunión de negocios y ni siquiera debía estar albergando pensamientos eróticos. Un año antes habría hecho algo más que pensar en ello, pero había dejado atrás aquella parte de su vida y se le presentaba la ocasión para empezar de nuevo.
Entonces él volvió a hablar, y fue como si le arrojara encima un cubo de agua helada.
–¿Ha trabajado alguna vez en su vida?
¿Cómo? Por unos instantes se quedó demasiado sorprendida e indignada para hablar. ¿Aquel hombre la veía como una mujer que solo se dedicaba a divertirse y vivir a costa de su abuelo? Bien, así había sido diez años antes, pero desde entonces había crecido mucho. Y se había dejado la piel en Londres, hasta que Amy enfermó de cáncer y vendió la galería.
Intentó no perder la compostura para no hacerle ver lo cerca que había estado de tirarle el vaso de agua a la cara.
–En una galería de arte.
¿Conocería él aquel dato? Naturalmente que sí. Cuando alguien planeaba comprar un negocio se informaba a fondo antes de invertir su dinero. Pero al parecer no la había investigado tan a fondo a ella, porque de lo contrario sabría que había vuelto para quedarse y que no pensaba vender la empresa.
En el breve segundo que transcurrió antes de que él enmascarase su expresión, Carenza vio lo que estaba pensando. El trabajo en la galería de arte ni siquiera le parecía un trabajo de verdad, sino un mero pasatiempo para una niña rica y mimada. Lo mismo que había pensado el nuevo propietario de la galería.
Nada más lejos de la realidad.
–Todos los negocios se dirigen de la misma manera –declaró en tono desafiante.
–Así es –repuso él.
Obviamente no la veía capaz de dirigir Tonielli’s. Y ella iba a demostrarle lo equivocado que estaba. No solo iba a quedarse con la empresa, sino que iba a sacarla adelante.
–No creo que tengamos nada más que hablar, signor Romano –se levantó–. Gracias por el agua. Buenos días.
Salió del despacho con la cabeza bien alta.
Capítulo Dos
Era estupendo estar otra vez en casa tras pasarse un año viajando por el mundo y nueve residiendo en Londres. Volver a vivir junto al mar, en la bonita ciudad de Nápoles, que se extendía desde la colina hasta el puerto, donde los barcos y botes pesqueros se mecían suavemente sobre las tranquilas aguas. El poste junto a las rocas blancas frente al Castel dell’Ovo, donde los amantes enganchaban un candado con sus nombres garabateados, creando una inmensa escultura en continuo crecimiento. El quiosco de música en la Villa Comunale, con su bonita estructura de hierro forjado, sus globos luminosos y su marquesina de cristal. La puesta de sol tras la isla de Isquia, tiñendo el mar y el cielo de tonos rosas y morados. Y el pico quebrado y amenazante del Vesubio dominando la bahía…
Estaba de vuelta, y Carenza se daba cuenta de cuánto había echado de menos todo aquello. El sabor del aire marino, las estrechas callejuelas adornadas con banderas, el delicioso aroma de las pizzas…
Su hogar.
Salvo que ella ya no era una adolescente alocada e irresponsable. Se había convertido en una mujer adulta y estaba a cargo de Tonielli’s. Cinco generaciones la precedían. O seis, para ser exactos.
Repasó las cifras por cuarta vez en lo que llevaba de día, pero seguían sin salirse las cuentas. La cabeza empezaba a dolerle y continuamente tenía que parar y masajearse las sienes. Empezaba a pensar que Dante Romano tenía razón. Ella carecía de experiencia para sacar adelante la empresa. Pero ¿qué opción le quedaba?
Podría ir a ver a su abuelo y decirle que no podía lidiar con una responsabilidad semejante. Pero aquello sería como arrojarle su generosidad a la cara. Su abuelo había creído en ella lo suficiente para dejar el negocio en sus manos. Él tenía setenta y tres años y era hora de que disfrutara de su merecida jubilación, dedicándose a cuidar su jardín y a reunirse con sus amigos en los cafés para liberarse de todo el estrés acumulado durante una vida de duro trabajo. Se habría retirado años atrás, si los padres de Carenza no hubiesen muerto en un accidente de coche.
Suspiró con pesar. No, no podía devolverle a su abuelo el mando de Tonielli’s. Y tampoco podía pedirle consejo a Amy. Su exjefa la ayudaría encantada, pero acababa de someterse a otra agotadora sesión de quimioterapia y lo último que necesitaba era