Manual de homilética
Por Samuel Vila
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Muy eficaz se merece cinco estrellas lo recomiendo me ayudado bastante
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Manual de homilética - Samuel Vila
Manual de HOMILETICA
HOMILETICA
editorial clie
Samuel Vila
EDITORIAL CLIE
M.C.E. Horeb, E.R. n.° 2.910-SE/A
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA
E-mail: [email protected]
Internet: http:// www.clie.es
MANUAL DE HOMILÉTICA
© 1984 por Editorial Clie
Clasifíquese:
318 HOMILÉTICA: Libros de homilética
CTC: 01-04-0318-01
Referencia: 220565
ISBN: 978-84-8267-712-5
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo la excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o utilizar algún fragmento de esta obra.
INTRODUCCION
Por muchos años hemos sentido en los países de habla española la necesidad de un libro que enseñara a los jóvenes creyentes que desean tomar parte en el ministerio de la Palabra el modo de preparar y ordenar un sermón. El buen deseo de testificar de las verdades del Evangelio, la misma piedad o el fervor religioso, con ser virtudes indispensables para la predicación eficaz, no son suficientes. Es necesario presentar las verdades evangélicas, sobre todo a los nuevos oyentes, de un modo claro y lógico, que persuada sin fatigar las mentes. Para ello se necesita orden, disposición y clara enunciación de la plática o sermón.
Es cierto que el Espíritu Santo ha usado a veces para realizar su obra de salvación sermones muy deficientes, carentes de lógica y débiles en argumentación. Tal es el caso del sencillo sermón que ganó al que después fue famoso predicador Spurgeon. Pero éstos son casos excepcionales, en los cuales Dios ha querido llenar por una manifestación especial de su gracia lo que faltaba al instrumento humano: Tales ejemplos no son, sin embargo, motivo alguno para menospreciar el arte de la Homilética, pues la preparación de sermones es un verdadero arte que requiere estudio y adiestramiento, con la particularidad de que, por moverse en la más alta esfera de la vida humana, merece más que cualquier otro arte tal trabajo y esfuerzo.
La cuidadosa preparación del sermón no es, empero, suficiente sin el poder o fuego del Espíritu Santo, que no siempre es el fuego del entusiasmo humano que se expresa con enérgicos gestos y grandes gritos, sino aquella unción de lo Alto que da al sermón ese algo inexplicable que no se adquiere por medios humanos pero lleva a los corazones de los oyentes la impresión de que el mensaje es de Dios, porque es Dios mismo revelándose al corazón del que escucha la Palabra. Si ambas cosas vienen unidas en el sermón, el predicador no podrá menos que ver de su siembra espiritual abundantes frutos para vida eterna.
Hay que evitar ambos extremos. El predicador que descuida la preparación de sermones, confiando imprudentemente en la inspiración divina, se encontrará frecuentemente con que no tendrá mensaje alguno para dar, y tendrá que sustituir rápidamente la falta de inspiración por una charla sin sentido que cansará a sus oyentes, pues el Espíritu Santo no suele otorgar premio a la holganza. Y el predicador que sólo confía en su arte y en sus cuartillas bien escritas, puede hallarse falto de la unción santa y descubrir con sorpresa que su palabra no llega a los corazones.
Por esto el autor, desde los días de su llamamiento al Ministerio hace 38 años, ha sentido la falta de un buen Manual de Homilética en lengua española, y más de una vez hablando con otros pastores ha expresado su extrañeza de que alguien bien capacitado para la tarea no lo haya dado a luz durante todo este tiempo.
No podemos menos que recordar el afán con que devorábamoso el brevísimo librito Ayuda del predicador, del Dr. Enrique Lund, y más tarde en la Revista Homilética la sección «Consejos», del mismo autor, en aquellos días de nuestra adolescencia, cuando todavía no teníamos acceso a la literatura escrita en lengua extranjera.
Más tarde, vimos con gozo la publicación del libro Tratado sobre la predicación, del Dr. Broadus. Pero la mejor obra escrita para un ambiente extranjero no responde plenamente a las necesidades del predicador de habla hispana; sobre todo para el que no ha tenido el privilegio de pisar las aulas de un Seminario o Colegio Bíblico. A la obra de Broadus, con ser interesantísima como exposición teórica, le faltan ejemplos prácticos, bosquejos, con los cuales el profesor en el Seminario suele demostrar a los alumnos sobre la pizarra la aplicación práctica de los principios y reglas del libro de texto. Lo propio se puede decir de otros volúmenes que tratan de la predicación.
Tenemos que rendir un tributo de reconocimiento y aprecio a la labor del misionero D. Nicolás Bengston, que fue el primer profesor que inició al autor en los estudios de Homilética. Varias de las reglas y bosquejos que aparecen en el presente libro fueron aprendidos de sus labios en el Seminario Bautista de Barcelona.
Asimismo el reverendo pastor D. Ambrosio Celma, que inició al autor en la Homilética de Vinet, y los consejos prácticos de Spurgeon. De todos ellos podemos decir que, «difuntos, aún hablan».
El pastor sudamericano M. E. Martínez ha sido, después del Dr. Lund, el primero que ha publicado reglas de Homilética acompañadas de ejemplos prácticos, en la introducción de su libro Luces para predicadores; pero es muy poca la Homilética que puede darse en 18 páginas que emplea para tal enseñanza.
No faltan en castellano volúmenes de bosquejos y sermones de buenos autores, aunque no tantos como quisiéramos ver traducidos a nuestra lengua; sin embargo, creemos que es más importante para el predicador novel aprender a preparar él mismo sus bosquejos que tenerlos en abundancia de otros predicadores. Un bosquejo propio se predica con mayor fuerza y claridad que el sermón ajeno, a menos que el predicador sepa adaptarlo y desarrollarlo muy bien, vistiéndolo con su propio lenguaje e ideas.
Por esto creemos será de verdadera utilidad la presente obra y que tendrá amplia acogida, a juzgar por la que ha tenido la revista de carácter homilético El Cristiano Español, en cuyas páginas han visto ya la luz algunos capítulos, la cuál cuenta con un número muy considerable de suscriptores en varias repúblicas de Sudamérica además de los de España.
Si con la publicación de este modesto volumen de Homilética podemos ayudar a los creyentes que sienten la vocación de anunciar el Evangelio, y mediante estas instrucciones dadas a los predicadores algunas almas pueden comprender más fácilmente el mensaje de salvación, no dará el autor por vano este trabajo realizado con gran esfuerzo en medio de muchas otras abrumadoras tareas. Sirva ello de disculpa a las deficiencias que el libro pueda tener y de estímulo a otros compañeros en el Ministerio de la predicación y enseñanza para producir alguna obra similar, más amplia y completa.
Tarrasa (Barcelona), junio de 1954
PROLOGO A LA 4.a EDICION
La necesidad de un libro de Homilética práctica a que aludíamos en la Introducción a la 1.a edición de este Manual, se ha visto confirmada con el notable éxito de venia del mismo. A pesar de tratarse de un libro destinado a un círculo de lectores necesariamente reducido, se han agotado ya tres ediciones del mismo, la última de 5.000 ejemplares; y los numerosos pedidos pendientes nos obligan a proceder a una 4.a edición sin más demora. La mayor parte de la venta ha sido a Institutos Bíblicos, que lo adoptaron como libro de texto para sus cursos de Homilética.
En esta 4.a edición hemos mejorado más que en otras el contenido del libro, añadiendo diversos bosquejos en las secciones correspondientes, de maestros de la predicación, haciéndolos objeto de algunos comentarios prácticos que ayudarán al estudiante a entender cómo pueden ampliar por sí mismos los esqueletos de sermones, de este mismo libro o de otros libros de bosquejos homiléticos.
El capítulo I, que se refiere a «La elección de Tema», ha sido objeto de una ampliación especial, incluyendo citas de Spurgeon y otros autores que aclaran los mismos puntos expuestos en ediciones anteriores, lo cual hace este capítulo mucho más claro y de más valor.
El capítulo IV, «Subdivisiones del Sermón», viene ilustrado con un gráfico que aclara todo el contenido teórico del libro. Para mejor comprensión de la idea gráfica del bosquejo hemos hecho que el dibujo corresponda al ejemplo 2.° del capítulo XII, donde se halla el bosquejo completo.
Hubiésemos querido extendernos más, presentando más ejemplos de cada clase de sermones; pero, por una parte, la necesidad de no diferir la publicación del libro y, por otra, el propósito de no hacer de él un volumen demasiado grande y costoso, han puesto límite a nuestros deseos. De todos modos, la presente ampliación lo ha hecho bastante mayor que los otros.
Quiera Dios usar esta 4.a edición, más aún que las tres anteriores, para ayudar a los ministros del Evangelio, actuales y futuros, a «trazar bien la Palabra de Verdad», para el mejor beneficio espiritual de muchas almas en las tierras de habla hispana, tanto de América como en España.
Tarrasa (Barcelona), septiembre de 1968
I
El tema del sermón
La primera cosa para preparar un buen sermón es tener un mensaje definido. Antes de proceder a la preparación de un sermón, todo predicador debe responderse esta sencilla pregunta: ¿De qué voy a hablar?
Mientras el predicador no pueda contestar claramente tal pregunta, no debe seguir adelante. Ha de tener un tema y debe saber con precisión cuál es. Sólo puede estar seguro de que lo sabe cuando pueda expresarlo en palabras. Si el tema está entre la bruma, también lo estará todo lo que le pertenece: su introducción, su arreglo, su prueba y su objeto.
El tema debe ser la expresión exacta del asunto, o la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar? Nunca debe escogerse un tema por ser bonito o sonoro como fase, sino que ha de expresar claramente el objeto que el sermón persigue. Todo predicador, para preparar bien su sermón, debe responder a la pregunta: ¿Por qué voy a hablar de este tema? ¿Qué fin deseo lograr?
El tema no sólo ha de abarcar o incluir lo que se va a decir, sino que ha de excluir todo lo que no tenga que ver con el asunto.
En toda preparación para el público, las primeras palabras que se escriban deben ser la expresión exacta del tema, o sea, la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar?
COMO ENCONTRAR UN TEMA
El mensaje debe venir como una inspiración especial de Dios, y el predicador debe estar pidiendo mensajes a Dios para sus oyentes. Pero no es de esperar que venga siempre como una inspiración profética, sino que él mismo debe afanarse en buscarlos de diversas maneras.
Spurgeon dice: «Confieso que me siento muchas veces, hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto es la parte principal de mi estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensando sobre tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y después sepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando mi navegación a grandes distancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces de un faro para poder dirigirme al puerto suspirado. Yo creo que casi todos los sábados formo suficientes esqueletos de sermones para abastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo, ni suelo hacerlo. Naturalmente, porque no da lugar a ello el hallazgo de otros mejores.»
El predicador puede recibir la inspiración de un mensaje.
a) Reflexionando sobre las necesidades espirituales de sus oyentes.
Debemos advertir al predicador novel acerca del peligro de sermones particulares dirigidos a una familia o a un individuo de la iglesia. Si tiene algo que decir a un individuo, dígaselo particularmente, pero no desde el púlpito, que es la cátedra de toda la Iglesia, y no debe sacrificarla a las conveniencias particulares de unos pocos. Además, se expone a que sus insinuaciones sean comprendidas por otros hermanos como dirigidas a aquélla u otra persona y ello produciría murmuraciones, o podría ocurrir que la misma persona comprendiera demasiado bien el mensaje y se ofendiera con razón por la falta de tacto del predicador, Pero cuando el predicador siente que la mayoría de la iglesia adolece de algún defecto o necesita una exhortación especial, hágala sin temor, pensando en su alta responsabilidad como siervo de Dios.
El célebre Spurgeon dice en su libro Discursos a mis estudiantes: «Considerad bien qué pecados se encuentran en mayor número en la iglesia y la congregación. Ved si son la vanidad humana, la codicia, la falta de amor fraternal, la calumnia u otros defectos semejantes. Tomad en cuenta cariñosamente las pruebas que la Providencia plazca sujetar a vuestros oyentes, y buscad un bálsamo que pueda cicatrizar sus heridas. No es necesario hacer mención detalladamente, ni en la oración ni en el sermón, de todas estas dificultades con que luchen los miembros de vuestra congregación.» El autor quisiera añadir aquí: Que sientan vuestros miembros culpables, probados, afligidos o castigados por la mano del Señor, que vuestra palabra desde el púlpito es adecuada a su necesidad; que es bálsamo para sus heridas; pero sin empeñaros vosotros en rascar la llaga para que penetre más la medicina. Confiad esta tarea al Espíritu Santo. Dejad tan sólo caer vuestro mensaje como la nieve que se posa suavemente sobre los secos prados, y permitid a Dios hacer el resto.
b) En sus lecturas devocionales de la Biblia.
El predicador no debe alimentar a otras almas manteniendo la suya a escasa dieta. Sin embargo, éste es el defecto de muchos predicadores excesivamente ocupados. La lectura devocional diaria, personal o en familia, proporcionará al predicador temas y le hará descubrir filones de riqueza espiritual en lugares insospechados. Anote cuidadosamente las ideas que surjan en tales momentos.
c) Leyendo sermones de otros predicadores.
El predicador no debe ser insípido bajo la pretensión de ser original, ni debe fiar tampoco en las despensas de otros para alimentar su propia familia. Ambos extremos son malos. El predicador debe tener tiempo para leer sermones de buenos predicadores, no sólo en el momento en que necesita algo con urgencia para preparar su mensaje, sino en otros momentos cuando no le interesa preparar ningún sermón, sino alimentar su propia alma. Es muy posible que si espera el momento de tener que preparar su propio sermón no encuentre nada adecuado y tenga que emplear horas y más horas repasando libros de cubierta a cubierta, mientras que si hubiera empleado un poco más de tiempo en el cuidado de su propia alma, los mensajes adecuados para las de los demás le habrían venido sin esfuerzo, y quizá sacrificando para ello menos tiempo que el que en el momento del apuro se ha visto obligado a emplear. Siempre los mejores mensajes del predicador son aquellos que primero han hecho bien a sí mismo. Cualquier sermón o idea que el predicador considere útil para sus oyentes debe anotarla cuidadosamente en su «Libreta de sugestiones», indicando el volumen y página donde podrá volver a encontrar tal idea expuesta detalladamente.
Thomas Spencer escribió así: «Yo guardo un librito