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Digno de amar
Digno de amar
Digno de amar
Libro electrónico152 páginas2 horas

Digno de amar

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Información de este libro electrónico

¿Quién había estado durmiendo en su cama?
Tras abandonar su exitosa carrera como modelo, Lauren Simpson se había establecido en Valle Verde, California, donde tenía la intención de vivir plácidamente con Jem, su hijo adoptivo. Después del último desengaño amoroso, no quería que otro hombre le complicara la vida. Al menos eso era lo que ella creía...
Cole Travis había llegado a la ciudad en busca del hijo que nunca conoció, que quizá fuera Jem Simpson. Pero cuanto más conocía a Lauren, más confuso se sentía. ¿Podría desenmarañar todas las mentiras del pasado... y ganarse el amor de su hijo y de la mujer de su vida?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 dic 2015
ISBN9788468773643
Digno de amar
Autor

Katherine Garbera

Katherine Garbera is a USA TODAY bestselling author of more than 100 novels, which have been translated into over two dozen languages and sold millions of copies worldwide. She is the mother of two incredibly creative and snarky grown children. Katherine enjoys drinking champagne, reading, walking and travelling with her husband. She lives in Kent, UK, where she is working on her next novel. Visit her on the web at www.katherinegarbera.com.

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    Digno de amar - Katherine Garbera

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Katherine Garbera

    © 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Digno de amar, n.º 1244 - diciembre 2015

    Título original: Tycoon for Auction

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Publicada en español 2003

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-7364-3

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo Uno

    A Corrine Martin no le resultaba fácil admitir que sentía lujuria. No encajaba con la imagen que tanto había cultivado, una imagen de sofisticación desde la punta de la cabeza rubia hasta los dedos que dejaban al descubierto sus sandalias doradas. Había hecho, pues, lo posible por ignorar aquella sensación y al hombre que la inspiraba… hasta aquella noche.

    Tal vez eran los ojos verdes de él. O quizá solo que estaba harta de que la mirara como si no existiera. Fuera cual fuera el motivo, esa noche se había lanzado en picado y pagado por tres citas con Rand Pearson.

    Por supuesto, solo había pujado por sus servicios como marido acompañante. Y hasta tenía una buena excusa para hacerlo. Necesitaba acompañante para unas reuniones de negocios a las que tenía que asistir.

    El salón de baile del hotel Walt Disney Dolphin había sido transformado en una anticuada sala de subastas. Todo el dinero que sacaran esa noche iría a Recaudación para los Sin Techo, una asociación caritativa con base en Orlando. Era el primer año que asistía Corrine, y se había quedado con los servicios de Rand Pearson.

    Aunque llevaban cinco meses trabajando juntos en un proyecto de formación, no lo conocía mucho. Era uno de los tres hombres que representaban en la subasta a Esposos de Alquiler, la empresa de la que era socio. Una empresa que ofrecía clases de etiqueta en los negocios así como citas para ejecutivos en reuniones de negocios.

    Paul Starlin, el jefe de Corrine y director de Empresas Tarron, había hecho algo similar el año anterior. Corrine había sido secretaria de Paul hasta que lo ascendieron a director y él la ascendió a su vez a ejecutiva de nivel medio. A la joven le gustaba mucho el reto que suponía su nuevo puesto.

    Pero tenía que demostrarle a su jefe que no corría peligro de convertirse en una ejecutiva unidimensional centrada solo en su trabajo. Y a un nivel más personal, necesitaba recordarse a sí misma que seguía siendo una mujer.

    Rand Pearson hacía que se sintiera viva y peligrosa. No le gustaba, pero sabía que tenía que lidiar con ello y recuperar el control de su vida. Había puesto sus miras en el puesto libre de vicepresidente y sabía que tendría que dedicarse a su trabajo al cien por cien.

    –¿Bailas conmigo, Corrine? –preguntó Rand, a su lado. Su esmoquin era hecho a medida, lo que le daba un aspecto de príncipe. Y si las malas lenguas no se equivocaban, descendía en verdad de la realeza.

    –¿Por qué? –preguntó ella. No solía mostrarse muy educada en sus tratos con los hombres. La ponían nerviosa. Seguramente debido a su experiencia de adolescente en casas de adopción.

    –Cuando un hombre te invita a bailar, Cori, la respuesta correcta es «sí» o «no» –dijo él, con aquel brillo en sus ojos que la impulsaba a hacer locuras.

    Ella suspiró y se recordó que se había ganado el apodo de «reina del hielo» por una buena razón. La vida era más segura así.

    –Me llamo Corrine. Y ya lo sé.

    –¿De verdad? –se acercó más y le puso una mano en el brazo desnudo. Su palma era rugosa y áspera. Un cosquilleo subió por el brazo de ella y le atravesó el pecho, haciendo endurecerse sus pezones bajo el sujetador de encaje sin hombreras. Se estremeció y se apartó. Él enarcó una ceja, pero no hizo ningún comentario.

    –Sí –dijo ella al fin, consciente de que tenía que intentar hacerse con el control de la situación antes de que olvidara sus planes. Se recordó que Rand era un escalón para subir al nivel siguiente.

    –¿Bailamos? –preguntó él de nuevo.

    Ella asintió. La colonia de él, un aroma acre y viril, la envolvió y se encontró en sus brazos. Una sensación deliciosa empezó a extenderse desde la mano de él, en su espalda, por el resto de su cuerpo.

    Se estremeció e intentó romper el conjuro mirándolo. Pero la mirada radiante de sus ojos la embrujó aún más. El sonido lento y sensual de un saxofón de jazz llenaba la atmósfera, y la cantante, una mujer alta de color con voz ronca, empezó a cantar algo sobre deseos y estrellas fugaces.

    Corrine había pasado toda su infancia deseando algo que no se produjo. Creía haberlo superado ya, pero la tentación de apoyar la mejilla en el hombro de Rand era fuerte y sabía que sería un error. Tenía que escapar de aquello.

    Se soltó de brazos de Rand y salió corriendo de la pista. ¿Qué le ocurría esa noche?

    Fue al bar y pidió un whisky con hielo. Tenía que recuperar el sentido común. Tal vez su humor extraño se debía a que su mejor amiga, Angelica Leone-Sterlin, acababa de anunciar que estaba embarazada.

    Corrine sabía que ella nunca tendría hijos. No haría nada tan estúpido como traer niños a este mundo caótico. Este mundo donde nada duraba y la muerte llegaba sin avisar y sin pensar en los que se quedaban atrás.

    Pensó que se estaba poniendo sentimental y que quizá no debería beber. Pero antes de que pudiera anular el pedido, sintió a Rand detrás de ella.

    –Que sean dos –dijo él al barman.

    Este les colocó los vasos delante. Rand pagó antes de que ella tuviera ocasión de sacar el dinero.

    –Yo te pago la mía –dijo ella cuando se fue el barman.

    –Veo que vas a necesitar clases de etiqueta además de acompañante.

    –¿Por qué dices eso? –sabía que tenía buenos modales. La señora Tanner, una de sus madres adoptivas, se los había inculcado a los ocho años. Y jamás podría olvidar aquellas lecciones.

    –Porque no sabes dar las gracias. Guarda tu dinero.

    Corrine metió de nuevo el billetero en su bolso. Cuando uno se ha criado gracias a la caridad de los demás, le cuesta aceptar limosnas. Y Rand no era su acompañante esa noche, sino un hombre por el que había pujado. Pensándolo bien, sería más normal que ella lo invitara a él.

    –Yo no me aprovecho de la gente –dijo.

    –No pensaba que lo hicieras.

    La joven tomó un trago, incómoda con el silencio que se había instalado entre ellos. El líquido le quemó la garganta, pero no se inmutó. La presencia de Rand la ponía nerviosa. Dejó su vaso en la bandeja de un camarero que pasaba y notó que él hacía lo mismo.

    –¿Qué ha pasado en la pista? –preguntó él al fin.

    Ella se encogió de hombros. No pensaba decirle que la había pillado por sorpresa. Que el chico rico al que le gustaba ganar se había abierto paso entre la barrera que ella creía que la protegería de cualquier hombre.

    –No me apetecía bailar.

    Rand enarcó una ceja.

    –Eso es lo más condescendiente que he visto nunca –musitó ella.

    –¿Qué?

    –Eso que haces con la ceja.

    Él volvió a hacerlo.

    –¿Te molesta?

    –Acabo de decirlo.

    –Bien –él le acarició la mejilla con los dedos.

    –¿Por qué bien? –preguntó ella, que intentaba no pensar en el cosquilleo que se extendía por su cuerpo.

    –Porque pareces demasiado alejada de la vida.

    –Me gusta estar en control. Es distinto.

    –Supongo. Pero a mí me divierte ponerte nerviosa.

    –Rand, si queremos tener alguna posibilidad de llevarnos bien en las tres citas que he pagado contigo, tienes que recordar una cosa.

    –¿Cuál? –le tomó el codo y la apartó del camino de la gente que se acercaba a la barra.

    –Yo estoy al cargo –dijo ella.

    –¿De dónde has sacado esa idea?

    –No lo sé seguro, pero sospecho que cuando he escrito el cheque para comprarte.

    –¿Has dicho comprarme? –preguntó él.

    –¿Tienes problemas de oído? Puede que tenga que devolverte.

    –Estás jugando con fuego, Cori.

    ¿Por qué tenía que llamarla así? Nadie la había llamado nunca con un diminutivo. En su primera casa de adopción la llamaban Corrine Jane. Después de aquello, procuró que nadie supiera su segundo nombre. Cuando la llamaba Cori era como si se asomara dentro de su alma y viera a la niña solitaria que había sido. Y eso no le gustaba.

    –Sé cómo evitar quemarme –dijo con cautela. Aunque con él no estaba segura de nada. Hacía casi un año que se conocían y aún se sentía incómoda cuando estaba cerca.

    –¿Cómo?

    Corrine lo miró a los ojos. ¿Por qué había empezado aquello? No había salida y sabía que tenía que retirarse antes de que cometiera una estupidez y le dijera que tenía miedo del fuego de sus ojos.

    –No acercándome al fuego –dijo. Se volvió para alejarse.

    –¿Y si el fuego se empeña en acercarse a ti?

    La joven fingió no oírlo y cruzó el salón de baile en dirección a su mesa. Sabía que acababa de desafiar a Rand y se preguntaba cuál sería el siguiente paso de él.

    Rand era demasiado listo para seguirla. Una excitación extraña recorría sus venas. Era la primera vez que una mujer le provocaba esa sensación y no sabía bien cómo controlarla. La parte lógica de su cerebro le decía que Corrine era una mujer y una clienta y debería dejarla en paz, pero su instinto lo empujaba a entrar en su mente hasta descubrir todos sus secretos. No quería que le ocultara nada.

    Pasó por la mesa de su socia. Angelica

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