Más allá de las sombras
Por Lem Ryan
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Han pasado sólo unos meses desde la desaparición de la astronave Argos en el sector espacial 302-A-6 y una expedición es enviada en su búsqueda. Por desgracia para ellos, la encontrarán. Descubrirán lo que fue de esa nave y sus tripulantes, y también lo que se esconde en el planeta donde cayó: un horror ancestral, cósmico, voraz, que les acompañará hasta la Tierra.
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Más allá de las sombras - Lem Ryan
Capítulo Primero
Me llamo William Adison Alcott y soy oficial de las USSF, miembro de élite de la Unidad Scanner del ejército de los Estados Unidos de América. Un astronauta, en otras palabras, integrado dentro del programa de defensa aero-espacial desde que la antigua NASA, por problemas tanto presupuestarios como de seguridad nacional, fuera absorbida por la jurisdicción militar y todo su personal pasara a depender del Departamento de Defensa. Estoy casado y tengo dos hijos, que también perecerán dentro de poco. Dios mío, mis hijos… Mis hijos… ¿Podréis perdonarme? ¿Alcanzaréis a entender nunca, allá donde vayáis, que fue vuestro propio padre el que os asesinó, el que aniquiló vuestro futuro? ¿Podréis…? ¡Oh, Dios mío, mis hijos…! ¡Os quiero tanto…!
Debéis perdonarme. Si habéis sido padres entenderéis este dolor que me desgarra por dentro, esta ansiedad que me ahoga; y, si no lo sois, supongo que igualmente podréis imaginarla. No debe haber nada peor que perder a un hijo, y yo voy a perder a los dos. Tan pequeños aún, tan débiles e inocentes. No tienen la culpa de nada. No han hecho daño a nadie. Y yo voy a matarlos… Kevin, el mayor, tan inteligente y travieso, con su sonrisa pícara y sus ojos vivaces; y Walter, el pequeño, tan rubio como su madre, con esa mirada limpia y su ingenuidad casi angelical… Y Susan… Mi dulce y hermosa Susan… Mi compañera, mi amiga, mi esposa… También a ti te mataré. Pero tú sí sabrás entenderlo. Lo hago por ellos. Por ellos.
Debo proseguir. No tengo que desfallecer. Por ellos. Lo hago por ellos… ¿Por dónde iba? Ah, sí: hace unos años, las USSF, entusiasmadas con la invención de los nuevos motores cuánticos Casimir-Polder de propulsión superlumínica, decidieron iniciar misiones de exploración tripuladas al espacio profundo, y para ello se enviaron varias naves con diferentes destinos. Nacía así la Unidad Scanner, que fue un éxito. Todas las naves alcanzaron sus lejanísimos objetivos, realizaron con éxito sus misiones y regresaron a casa. Recordaréis sin duda los titulares. El Universo entero se abría ante nosotros con todas sus posibilidades. El programa aero-espacial recibía así un nuevo ímpetu, más dinero, los motores se perfeccionaron aún más y los viajes al espacio proliferaron sin contratiempos.
Hasta que sucedió lo de la Argos…
La astronave Argos realizaba una misión rutinaria de exploración; el sector del espacio hacia el que se dirigía ya había sido ampliamente observado mediante telescopios y sondas autómatas, pero se decidió enviar un navío tripulado con la intención de reconocer la zona con más profundidad y preparar las bases necesarias para saltos más remotos. Su tripulación no era tal vez la más cualificada dentro de la Unidad, pero sí reunía las suficientes garantías de eficiencia y nivel técnico que la misión requería como para que no hubiese habido ningún problema. Sin embargo, al parecer lo hubo, y grave, porque la Argos nunca regresó. En sólo unas semanas, se perdió por completo el contacto. Y los nervios se apoderaron de las USSF. Un fracaso era impensable; un accidente, inaudito. Todo había sido medido, calculado, nada podía salir mal. Pero había salido mal.
Naturalmente, después de que las alarmas saltaran en todos los estamentos, militares y civiles, y de que la evidencia resultara irrefutable, el siguiente paso fue enviar un contingente armado que investigara, evaluara, encontrara y, llegado el caso, rescatara la nave perdida. Y ese contingente fue el mío. Todas las posibilidades fueron evaluadas, desde el accidente fortuito, el fallo mecánico o humano, el sabotaje, el secuestro… y también, ¿por qué no?, el ataque extraterrestre. Hasta entonces no se habían encontrado evidencias de la existencia de vida en otros planetas, pero no por ello había que descartarla, ni por supuesto dar por sentado que esas hipotéticas formas de vida no pudieran ser hostiles. Como simple posibilidad existía y fue tenida en cuenta. Así que se fletó para la ocasión una de nuestras mejores naves de combate, la Atenea, y yo fui destinado como segundo a bordo. Nuestro objetivo, como he dicho: encontrar la Argos, investigar las causas de su desaparición, repeler por cualquier medio toda amenaza que surgiera y, a ser posible, devolver a la Tierra la nave con su tripulación. Disponíamos para ello de la más avanzada tecnología y armas suficientes como para convertir la luna en un montón de arena de playa. Nuestros hombres eran la élite de la Unidad Scanner, y por extensión de todas las USSF, y estábamos preparados para cualquier eventualidad.
¿Para cualquiera? No sabíamos a lo que tendríamos que enfrentarnos, no teníamos ni idea. No deberíamos haber encontrado nunca aquella maldita nave, ni pisado aquel jodido planeta…
Estuvo a punto de suceder, y sin duda que hubiese sido lo mejor. Al principio no hallamos ni rastro, a pesar de las huellas del plasma arrojado por los motores lumínicos, que seguimos y que señalaban, brillante y nítido en nuestros sensores, el correcto rumbo de la nave desaparecida; esa estela, sin embargo, se esfumó de improviso y