Momentos sagrados: Alineando nuestra vida para una verdadera transformación espiritual
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Ruth Haley Barton brinda sabiduría, sanidad y ayuda concreta a las personas que están prontas a recibir «más» de Dios en medio de sus múltiples ocupaciones y desean hallar la manera de reordenar su vida a fin de recibir la presencia transformadora de Dios. Con toda claridad, la autora presenta un excelente ritmo de prácticas espirituales tradicionales que nos ayudan a estar abiertos y dispuestos a la acción transformadora de Dios en nosotros y entre nosotros. Las prácticas propuestas están fundadas en nuestros deseos más profundos y conectan nuestros deseos con el bienestar que Dios desea para nosotros. Resultan de gran inspiración las experiencias de su lucha como cristiana, que la autora comparte con toda franqueza. Barton ofrece sugerencias útiles para usar el libro con grupos de personas que buscan crear mejores condiciones en su vida para poder recibir la presencia transformadora de Dios.
Ruth Haley Barton
Ruth Haley Barton recibió su educación y entrenamiento como directora espiritual, líder de retiros, y maestra en la Facultad Wheaton en Illinois, en el Seminario Northern en Lombard, Illinois y el Instituto de Estudios Pastorales de la Universidad Loyola en Chicago. Es presidente fundadora del Centro Transformador, profesora auxiliar en la Escuela Universitaria de Graduados Wheaton, el Seminario Northern y la Escuela Universitaria de Graduados Mars Hill. Además, es autora de recursos de formación espiritual y de varios libros incluyendo, Momentos Sagrados y Una invitación al silencio y quietud. Ruth, su esposo Chris y su familia residen en el área de Chicago.
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Comentarios para Momentos sagrados
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Momentos sagrados - Ruth Haley Barton
La misión de Editorial Vida es proporcionar los recursos necesarios a fin de alcanzar a las personas para Jesucristo y ayudarlas a crecer en su fe.
MOMENTOS SAGRADOS
Edición publicada en español por Editorial Vida - 2008
© 2008 Editorial Vida
Miami, Florida
Publicado en inglés bajo el título:
Sacred Rhythms
por Ruth Haley Barton
© 2006 de Ruth Haley Barton
Traducción: Silvia Himitian
Edición: Virginia Himitian
Diseño interior: Pablo Snyder & Co.
Diseño de cubierta: Cathy Spee
Reservados todos los derechos. A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico se tomó de la Santa Biblia Nueva Versión Internacional.
© 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.
Edición en formato electrónico © octubre 2015: ISBN 978-0-8297-5700-2
Categoría: Vida cristiana / Crecimiento espiritual
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Con amor y gratitud,
a las comunidades del Centro
para la Transformación,
por su compañerismo en esta travesía.
Nuestra búsqueda compartida
ha producido este libro.
ÍNDICE
Introducción
1. EL ANHELO DE ALCANZAR MÁS: Una invitación a la transformación espiritual
2. LA SOLEDAD: Crear un espacio para Dios
3. LAS ESCRITURAS: Encontrar a Dios a través de la Lectio Divina
4. LA ORACIÓN: Profundizar nuestra intimidad con Dios
5. HONRAR EL CUERPO: Espiritualidad de carne y sangre
6. AUTOEXAMEN: Colocar mi ser entero delante de Dios
7. DISCERNIMIENTO: Reconocer la presencia de Dios y responder a ella
8. EL DÍA DE REPOSO: Establecer ritmos de trabajo y descanso
9. UNA REGLA DE VIDA: Cultivar los ritmos para lograr una transformación espiritual
Una nota de gratitud
Apéndice A: Marchar juntos
Apéndice B: Experiencia en el liderazgo de un grupo
Apéndice C: Elección de las disciplinas espirituales que corresponden a nuestras necesidades
Notas
INTRODUCCIÓN
Podemos comenzar con nuestra búsqueda (espiritual) prestando atención a los deseos de nuestro corazón, tanto los personales como los comunitarios. El Espíritu se revela a través de nuestras esperanzas genuinas con respecto a nosotros mismos y con respecto al mundo. ¿Hasta qué punto brilla la llama del deseo de tener un encuentro amoroso con Dios, con otras personas, con el mundo? ¿Sabemos que el deseo de Dios y la búsqueda de él son elecciones siempre disponibles para nosotros?
ELIZABETH DREYER
Años atrás participé de una reunión del equipo ministerial de una iglesia para la que trabajaba; el propósito de la reunión era hablar acerca de cómo atraer más personas para que se unieran a la iglesia. En determinado momento, alguien decidió contar los requerimientos ya estipulados para alcanzar la membresía, y entonces hicimos un asombroso descubrimiento: ¡había entre cinco y nueve requisitos semanales que cumplir por parte de aquellos que desearan convertirse en miembros de la iglesia!
Exteriormente intenté brindar apoyo al propósito de la reunión, pero en mi interior me preguntaba alterada: ¿Quién querrá suscribir estos requisitos? Ya comenzaba a tomar conciencia acerca del SFC (Síndrome de Fatiga Cristiana) en mi propia vida y no podía pensar en imponer una situación similar a otros.
La claridad que amaneció sobre mí en ese momento me llevó a volverme un poco más sincera con respecto a la reducción a la que había sido sometida mi vida. En tanto que intentaba esforzadamente hacer más cosas, subyacía en mí interior un vacío anhelante que ninguna actividad (cristiana o secular) era capaz de llenar. El hecho de haber sido cristiana durante toda mi vida responsable, de haber servido en un ministerio cristiano vocacional desde mi temprana adultez o de estar ocupada respondiendo a lo que parecía una oportunidad que Dios me daba para que me comprometiera con muchas causas nobles, no hacía ninguna diferencia. Cuanto más me negaba a reconocer las ansias que tenía de algo más, tanto más profundo y ancho se volvía el vació, hasta que amenazó con tragarme. En medio de semejante páramo, me resultaba difícil siquiera imaginar lo que Jesús habría querido decir con: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Mi reacción ante los sermones y reflexiones devocionales sobre este versículo era cínica, en el mejor de los casos. No me parecía que la vida cristiana tuviese que ser así.
Me resultaba difícil pensar en un lugar en el que pudiera hablar sobre realidades tan inquietantes. La vida dentro de la comunidad cristiana y alrededor de ella ayuda muy poco a que le prestemos atención a nuestros anhelos, a que creamos que dentro de nosotros, muy profundo, hay algo esencial que merece ser escuchado, o a que alentemos alguna esperanza de que esos anhelos sean capaces de conducirnos a buen puerto. En ocasiones, los más profundos anhelos de nuestro corazón son desestimados, considerándoselos un mero idealismo: algo más allá de la esfera de lo posible aquí, de este lado del cielo. En otros momentos, la aparición de estas expresiones de humanidad provoca directamente una sutil sensación de incomodidad. El énfasis que se hace en muchos círculos religiosos sobre la depravación humana dificulta que podamos descubrir si es que hay algo confiable dentro de nosotros.
A veces el lenguaje de los anhelos se utiliza para despertar emociones en las multitudes, pero lo que a menudo se ofrece como respuesta no es más que una expresión de deseo. Nuestro anhelo de amor muchas veces se ve correspondido por relaciones que muchas veces son utilitaristas que tienden a venirse abajo cuando se encuentran bajo presión. En ocasiones, nuestros anhelos de ser sanados y transformados chocan con mensajes de autoayuda que nos inspiran durante un corto tiempo, pero que luego nos cargan con la responsabilidad de intentar recomponernos por nosotros mismos a través de alguna nueva técnica o habilidad. Y en general se busca satisfacer el anhelo que tenemos de un estilo de vida que funcione bien con una invitación a realizar mayor cantidad de actividades. Esto, lamentablemente, pone en juego nuestras compulsiones y nos arrastra en el mismo sentido que la cultura occidental.
Mi primera reacción ante la toma de conciencia de mis anhelos fue intentar achicar un poco mi agenda, aprender a decir que no con un tono de voz más decidido, adoptar herramientas de conducción acordes con este tiempo. Pero llegó un momento en que el deseo se hizo tan profundo que las pequeñas modificaciones no fueron suficientes. Al final, simplemente me di por vencida, y tomé la decisión de reordenar de forma radical mi vida para iniciar una búsqueda espiritual. Fue un tiempo de completa apertura, de cuestionar prácticamente todo, de permitir que muchos de los adornos externos de mi vida (en particular, de mi vida espiritual) declinaran hasta que los deseos más vehementes y profundos, aquellos que se hallan incrustados en la misma esencia de nuestra humanidad, comenzaran a revelarse en toda su tosca belleza y fuerza. El anhelo de alcanzar significado, las ansias de amor, el deseo ferviente de lograr cambios profundos y fundamentales, el anhelo de una forma de vida que realmente funcionara, el deseo intenso de lograr una conexión experimental y hasta visceral con aquel que está más allá de nosotros, todos esos anhelos me condujeron a iniciar una búsqueda en cuanto a prácticas espirituales y a establecer un ritmo de vida que resultara más prometedor.
APERTURA AL MISTERIO DE UNA TRANSFORMACIÓN ESPIRITUAL
Quizás una de las cosas más básicas que necesitamos comprender con respecto a la transformación espiritual es que está llena de misterio. Podemos abrirnos a ella, pero no realizarla por nuestra propia cuenta. Pablo alude a esto en sus escritos usando dos metáforas. La primera remite al proceso a través del que un embrión se forma en el seno materno: «… vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Gálatas 4:19). El milagro de la concepción, de la formación del embrión y del proceso de nacimiento son en sí mismos naturales, pero a la vez están llenos de misterio. Aun cuando he concebido y dado a luz tres niñas, aun cuando me he maravillado ante las imágenes de la formación del embrión en el seno materno, aun cuando creo que comprendo los hechos de la vida, algo en todo ese proceso sigue siendo un misterio para mí; se trata de algo que no puedo controlar ni hacer que suceda. El milagro del nacimiento será siempre un milagro. Es una acción de Dios. Y vuelve a serlo cada vez que ocurre.
Es lo mismo que pasa con el proceso de metamorfosis. Pablo se refiere a él en Romanos 12:2, cuando dice: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados [metamorpho] mediante la renovación de su mente». La palabra metamorpho corresponde al término «metamorfosis» en castellano, e indica el proceso a través del que la oruga entra en la oscuridad del capullo para poder emerger luego, transformada hasta un punto en el que no resulta posible reconocerla. Este cambio es tan profundo que la oruga trasciende su existencia previa para asumir una forma que implica un conjunto completamente distinto de capacidades. Yo dudo de que la oruga alcance una gran comprensión cognitiva del proceso en sí o del producto final. Una cuestión más primaria es la que se pone en marcha. Algo que hace a la misma esencia de este pequeño ser le dice: Es el tiempo. Así que la oruga obedece a este inexplicable impulso interior y se introduce en él.
Ambas metáforas encuadran el proceso de la transformación espiritual dentro de una categoría a la que llamamos misterio: algo fuera del alcance de la actividad humana normal y de una comprensión natural, y que solo puede ser captado por revelación divina y producido por la actividad divina.
¿Qué implica eso para aquellos de nosotros que buscamos entregarnos más plena y concretamente al proceso de transformación espiritual? Una de sus implicancias es que, sea lo que fuere que creamos conocer sobre ello, la decisión de entregarnos a la experiencia de transformación espiritual nos llevará al mismo límite de lo conocido y nos encontraremos asomados a lo desconocido. Aunque resulta normal que cada una de las personas redimidas experimente una transformación espiritual, algunos de sus aspectos quedarán siempre en el misterio para nosotros. Una cosa es torcer o controlar las conductas externas, y otra distinta experimentar esos movimientos sísmicos interiores que cambian nuestro modo de existir en el mundo, llevándonos de ser una oruga que se arrastra sobre el vientre a convertirnos en una mariposa que se abre paso hacia el cielo volando. Esa clase de cambio solo la puede producir Dios.
Al fin y al cabo, esto es lo más esperanzador que cada uno de nosotros puede decir con respecto a la transformación espiritual: No me puedo transformar a mí mismo. Ni a ninguna otra persona. Lo que sí puedo hacer es crear las condiciones que permitan que la transformación ocurra a través de desarrollar y mantener un ritmo de prácticas espirituales que me lleven a estar abierto y disponible delante de Dios.
UNA TRAVESÍA HACIA EL DESCUBRIMIENTO
Cuando entramos en contacto con nuestros anhelos más profundos (en lugar de dejarnos distraer por sus manifestaciones superficiales), se nos abre toda una gama de diferentes elecciones. En lugar de que sean la culpa o el deber los que nos motiven (como cuando decimos: «Verdaderamente debería tener un tiempo de quietud», o: «En realidad tendría que orar más»), nos sentimos compelidos a buscar formas de vida que resulten congruentes con nuestros más profundos deseos. A veces nos parece peligroso, y a menudo despierta toda una serie de nuevas preguntas, pero de eso se trata fundamentalmente la transformación espiritual, de escoger un modo de vida que nos abra a la presencia de Dios en las áreas de nuestro ser en las que se despiertan nuestros más genuinos deseos y más profundos anhelos. Este descubrimiento está al alcance de todos nosotros en la medida en que nos volvemos más sinceros en cuanto a mencionar aquellas cosas que no andan bien, de modo que podamos forjarnos una forma de vida más congruente con esos profundos deseos.
La travesía comienza cuando aprendemos a prestar atención a nuestros deseos en la presencia de Dios y les permitimos convertirse en el impulso que nos lleve a profundizar nuestro recorrido espiritual. En eso consiste la esencia del primer capítulo, y no debe ser tomado a la ligera o superficialmente por tratarse de un precursor de las disciplinas en sí. Si salteamos esta parte del proceso, nuestro trabajo con las disciplinas no será sino otro programa en el que entraremos en base a estímulos externos o motivadores superficiales. Detengámonos en este capítulo durante todo el tiempo que nos lleve asentarnos sobre algo sólido dentro de nosotros mismos, para poder descubrir qué es lo que realmente deseamos. Hasta que no nos instalemos en medio de esos deseos y los señalemos en la presencia de Dios, no estaremos en condiciones de ser guiados a las prácticas espirituales que nos proveerán la apertura para recibir lo que nuestros corazones anhelan.
Este paso del deseo a la disciplina es importante porque:
Lo que le da forma a nuestras acciones es básicamente lo mismo que le da forma a nuestro deseo. El deseo nos lleva a actuar, y cuando actuamos, lo que hacemos nos conduce a una gran integración o a una gran desintegración de la personalidad, mente y cuerpo, y al fortalecimiento o deterioro de nuestra relación con Dios, con otros y con el mundo. Los hábitos y disciplinas que utilizamos para darle forma a nuestro deseo constituyen la base de la espiritualidad.
Cada capítulo que sigue proporciona una guía práctica para entrar a las disciplinas centrales de la fe cristiana de manera que se vinculen con los deseos más apremiantes y pertinentes del alma humana. Al final de cada capítulo se incluye una sección práctica que nos ofrece una guía concreta para experimentar cada disciplina, de modo que la podamos incorporar a nuestra vida cotidiana. Aquellos que no consigan evitar leer todo el libro de un tirón, que lo lean; sin embargo, se le puede sacar mayor beneficio releyéndolo lentamente y practicando en verdad cada disciplina durante el tiempo que nos lleve llegar a sentirnos cómodos con ella y experimentarla como una expresión natural de nuestra intimidad con Dios.
Este libro no es (y ningún libro podría serlo) un tratado exhaustivo sobre todas las disciplinas espirituales que aquellos que se adentraron en la búsqueda espiritual han utilizado a través de la historia humana. Las disciplinas que exploramos aquí son simplemente las que resultan más básicas y necesarias a modo de comienzo, como aprender los pasos básicos de una danza o la melodía que constituye el eje de una canción. Luego de que exploremos estos movimientos básicos en nuestra relación con Dios, el capítulo nueve nos ofrecerá la oportunidad de comenzar a unir todo dentro de un patrón, de modo que podamos avanzar más allá de algunos acercamientos fortuitos o casuales hacia una vida espiritual. En la tradición cristiana, este arreglo estructurado de las prácticas espirituales se denomina «una norma de vida». La norma de vida es una manera de ordenar nuestra existencia en torno a los valores, prácticas y relaciones que nos mantienen abiertos y dispuestos a que Dios realice la obra de transformación espiritual que solo él puede producir. Dicho simplemente, una norma de vida nos proporciona la estructura y el espacio para el crecimiento.
La frase «ritmos espirituales» constituye otra manera útil de referirnos a este importante concepto, porque proporciona alivio con respecto a ciertos enfoques rígidos o de mano dura en relación con la vida espiritual que muchos han experimentado. Este lenguaje nos lleva a la imaginería de los ritmos naturales del orden creado: al flujo y reflujo de las olas y mareas del océano que van y vienen de manera estable, pero que están llenos de una variedad y una creatividad infinitas. Tanto lo predecible de los cambios estacionales como lo variable de su belleza vuelven a cautivarnos vez tras vez. El ritmo de la percusión, hace de la música y la danza una de las experiencias más deliciosas y espontáneas de las que disfrutamos, sin embargo requiere también de maestría en la ejecución de las notas y movimientos básicos para poder entrar completamente en ellas.
Las disciplinas mismas son componentes básicos del ritmo de la intimidad con Dios que alimenta y edifica el alma, y nos mantiene abiertos y bien dispuestos hacia las iniciativas sorprendentes de Dios en nuestras vidas. Luego de que aprendemos las disciplinas, hay espacio para una infinita creatividad en lo que hace a unirlas en un ritmo que resulte adecuado para nosotros, y libertad para agregar otras disciplinas y elementos creativos.
La oruga debe entregar la vida que conoce y someterse al misterio de la transformación interior. Emerge transfigurada de este proceso, con alas que le dan libertad para volar. …Una norma de vida nos proporciona la manera de entrar en un proceso de transformación personal que dura toda la vida. Sus disciplinas nos ayudan a despojarnos del conocido y sofocante «viejo hombre», y permiten que se forme nuestro «nuevo hombre» en Cristo, ese verdadero yo que se siente naturalmente atraído hacia la luz de Dios.
MARJORIE THOMPSON,
SOULFEAST [Fiesta para el alma]
UNA INVITACIÓN A LO COMUNITARIO
A pesar de que el énfasis de este libro está puesto en las disciplinas espirituales practicadas en forma personal, la travesía espiritual no ha sido planeada para que la realicemos en soledad. Todas las Escrituras lo corroboran, pero la vida de Jesús en particular nos ofrece un ejemplo incontestable. En el mismo comienzo de su ministerio, él eligió, luego de orar y escuchar a Dios durante toda la noche, una comunidad pequeña formada por doce discípulos: «llamó a los que quiso», según las Escrituras nos dicen. Los escogió en primer lugar «para que lo acompañaran» (Marcos 3:13-14), y luego para que realizaran la obra del ministerio. La primera invitación fue para que estuvieran junto con él en comunidad para ser formados a través de sus enseñanzas y liderazgo; y él se mantuvo fiel a esa relación hasta el fin de su vida.
Nuestro compromiso con la comunidad y con las amistades espirituales que se dan dentro de esa comunidad constituye en sí mismo una disciplina de gran significado para la vida espiritual. Las amistades espirituales no tienen que ver con relaciones sociales que existen con el propósito de ponernos al corriente de ciertas novedades durante un almuerzo, o de concertar salidas ocasionales para comer o jugar al golf. No se trata de una relación colegiada con un enfoque en las cuestiones de la obra o en proyectos de servicio. No tiene que ver con una relación de autoayuda dirigida prioritariamente a resolver problemas o a dar cuenta de nuestros actos. Tampoco se trata de un grupo de estudio bíblico. Más bien tiene que ver con una relación cuyo enfoque intencional es nuestra relación con Dios vista a través de la lente del deseo. Teniendo semejante amigo, podemos compartir con él los deseos más profundos de nuestro corazón, de modo que también podamos apoyarnos los unos a los otros al poner en orden nuestras vidas de maneras que resulten congruentes con aquello que nuestros corazones más desean. Juntos reverenciamos la manera en que Dios se encuentra con nosotros dentro del contexto de las prácticas espirituales que nos ayudan a buscarlo.
La comunidad constituye un elemento tan crucial del proceso de formación, que lo consideraremos como un tema que se entreteje a través de todo el libro. Es más, estamos invitados a experimentar la comunidad a través de la elección de uno o dos amigos, o quizás un pequeño grupo, con los que avanzar en la travesía, utilizando la guía provista en el apéndice «Una travesía juntos». Este apéndice nos guía a experimentar cada disciplina juntos y provee también preguntas que nos ayudan a analizar nuestra experiencia. Así que las disciplinas espirituales conforman la base de la interacción con otros en la comunidad, y nuestra vida en comunidad se convierte en un lugar seguro para practicar los patrones y conductas que producen los cambios substanciales. Si tenemos amigos que creemos que pueden compartir la capacidad y