Escenas de la vida rural
Por Amos Oz
3.5/5
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De Morgen
Escenas de la vida rural reúne ocho relatos del escritor israelí Amos Oz centrados en un mismo eje común: la vida en Tel Ilán, un imaginario pueblo israelí. En «Herederos», un desconocido llega a casa de Arie Tzelnik, quien, abandonado por su familia, se ha ido a vivir con su madre. El desconocido se presenta como un abogado cuyos planes son internar a la anciana para que Arie y él puedan quedarse con la casa. En «Excavan», se relata la historia de un antiguo parlamentario, Pesaj Kedem, que vive con su hija Rahel. Él es un viejo gruñón que no ha olvidado lo mal que lo trataron sus compañeros de partido. Padre e hija conviven aislados y las pocas visitas que reciben encolerizan al anciano. Con ellos vive también un joven árabe que quiere escribir un libro que compare la vida en los pueblos judíos y árabes. Por las noches, Pesaj Kedem, y más tarde el joven árabe, oyen ruidos de picos y palas debajo de la casa... Y, a modo de epílogo, «En un lejano lugar en otro tiempo» describe el deterioro físico y moral de Tel Ilán, un pueblo en descomposición.
Amos Oz
AMOS OZ (1939–2018) was born in Jerusalem. He was the recipient of the Prix Femina, the Frankfurt Peace Prize, the Goethe Prize, the Primo Levi Prize, and the National Jewish Book Award, among other international honors. His work, including A Tale of Love and Darkness and In the Land of Israel, has been translated into forty-four languages.
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Comentarios para Escenas de la vida rural
77 clasificaciones5 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This is a very delicate little book, in which nothing much seems to be happening - we get seven snippets from the ordinary lives of ordinary people in a village called Tel Ilan, created as a farming community by Jewish pioneers a century ago, and now slowly turning into a "beauty spot". The characters from each story pop up in the background of one or two of the others, but there isn't anything like a connected plot; even within the stories themselves there's no conventional dramatic resolution. And there are borderline strange things going on that are never quite explored or explained. But we learn a good deal from the "throwaway" background details about how small communities work, about families, about the state of Israel and its relationship with its history, about art and work and culture, about life and death and old age, and much else.
Another writer I will have to read more of. And almost a motivation to try to learn Hebrew... - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This sad, but hauntingly beautiful, book is composed of stories of individuals who live in the fictitious rural century-old village of Tel Ilan in Israel. Since all of the stories take place within this small village, characters from one story often make cameo appearances in other stories. The stories are rich and layered. All except the last one dwell upon the psychological depths of an individual (each different) at a particular place and time. For readers who are familiar with life in Israel, the characters and their feelings seem very familiar. There is no resolution to the issues posed in the stories, a fact which makes each story significantly unsettling.
Although I loved reading most of this book, I was taken aback by the last story (“In a Faraway Place at Another Time”) which seemed totally incongruous with the rest of the book. I just wish it hadn’t been included in this otherwise slim and perfect volume.
My favorite story was “Relations” in which Dr. Gili Steiner, a physician, awaits the arrival of her soldier nephew Gideon, newly released from the hospital following a kidney infection.
This book is a pleasure to read with its poignant and evocative writing. However, I would advise reading this book slowly as there is much to savor in each individual story. Plan to take the time to feel the depths of each one by itself. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I took my time reading one short story from this book each day, and was able to savour the writing, well drawn characters and various other rich details, and ponder over each of these as I went along. Each story takes place in the same fictional village of Tel-Ilan in Israel, a place of great natural beauty, and a Jewish settlement of more than a hundred years old which, as such, pre-dates the foundation of the state of Israel. The title describes the approach of the author very well, with each tale narrating a different scene; each is set in a contemporary setting which features various inhabitants of the village and describes an incident, weaved in with their relations to one another, their history and their personal challenges and struggles. There is a woman in her forties living with her elderly father who needs constant looking after and who is convinced that he hears digging under the house in the middle of the night. There is the female village doctor who awaits her beloved nephew at the bus terminal and is distraught when he doesn't show up. There is a couple which tries to hold on to a full life after the suicide of their sixteen-year old son, and a houseguest who decides to investigate what lays behind closed doors. Some of the characters reappear in other stories, which creates a connection between the various parts of the book, as the stories are quite diverse and do not form a cohesive narrative taken as a whole. One thing they all seem to have in common is that they end on a note of suspense; pregnant moments filled with possibilities. Of course, this leaves much to the imagination, a devise which works well in the hands of this masterful and mature author, but at the same time made me wish Amos Oz had developed the stories beyond these small glimpses into these people's lives. As such, I was left feeling very much like a voyeur, looking through small windows at fleeting moments of his characters' lives—which he manages to make us believe in within the first few sentences of each story—at what feels beyond a doubt like a much bigger life experience. Much closer to the way we experience real life, in fact: through these various disconnected moments, as opposed to the long flowing narratives often found in novels which don't much resemble any living individual's personal experience.
There is a prevailing note of melancholy throughout, and the last story of the book, which takes us to an altogether different place at a different time, is truly dark in tone and imbued with a sense of hopelessness, which is an odd place to finish, but then again, as there is no beginning and no end to any of the stories, perhaps we're only meant to take this new element of the puzzle as a shift in paradigm. Overall I was quite impressed with this new-to-me author and will be interested to read some of his novels. I truly wish my Hebrew was good enough for me to read them in the original version, because with the little Hebrew that remains to me, I can't help but try to translate as I'm reading to get a better feeling for the tone and intention and the Israeli spirit and mentality which I grew up with as a child. It's all here in this strange little book, to be sure. Recommended, though do expect to be left in a ponderous state to figure out the full implications on your own. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This collection of short stories by Amos Oz is set in an apparently fictional historical village in Israel that has been populated by Jews for roughly a century. The characters in the first seven stories all know each other, and those who are the center of one story will often appear in a minor role in one or more other ones. The stories are about the lives of the characters within their families and community, and focus on the loneliness and barely hidden frustration and despair that plague each of them. Each character is in a search for something, often without knowing what it is they are looking for or why, and the stories are dreamlike, haunting, and often mildly uncomfortable and menacing.
In the longest story, "Digging", a middle-aged widow lives with her cantakerous and difficult elderly widowed father, along with a shy and introspective Arab university student who lives in a shed on their land in exchange for performing household chores. The elderly man is awakened each night by the sound of digging underneath the house, yet no one else seems to hear it. Other stories feature a single doctor who expectantly waits for her ill nephew; a divorced woman pursued by a lovestruck and lonely teenager; an older man who lives in peace with his infirm mother at the edge of the village, until an intrusive stranger who claims to be a relative urges him to sell his mother's property; and the town's mayor, who receives a mysterious note from his wife. Oz does not provide the reader or his characters with straightforward resolutions to their dilemmas or searches, which made the stories that much more memorable and powerful.
The last story is quite unlike the others, as it is set in a different place at another time (past? present?), in a town whose structures are decaying and whose citizens are dying despite the best efforts of the official who is charged with their welfare.
The stories are wonderfully written, with simple yet evocative language, and I slowly savored each passage, such as this one from the elderly man in "Digging", as the Arab student plays a haunting Russian melody on his harmonica on one summer evening:
'That's a lovely tune,' the old man said. 'Heart-rending. It reminds us of a time when there was still some fleeting affection between people. There's no point in playing tunes like that today: they are an anachronism, because nobody cares any more. That's all over. Now our hearts are blocked. All feelings are dead. Nobody turns to anyone else except from self-interested motives. What is left? Maybe only this melancholy tune, as a kind of reminder of the destruction of our hearts.'
[Scenes from Village Life] is an unforgettable book, which is one of my favorite reads of the year, and one I look forward to returning to in the near future. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Amos Oz is a great writer. He writes in Hebrew, and his books are translated into English. He is considered one of the top three Israeli writers. This book, which will be published on October 20, 2011 - I received as an advance reading copy - contains eight brilliant short, perceptive, thought-provoking, and somewhat disturbing vignettes, about sometimes surreal citizens of an Israeli village.
For example, in the first story Heirs, an unusual stranger, outlandishly dressed with bizarre behavior, arrives at the home of a troubled man and tells him that he would like to buy his very old mother’s house, the house in which he and his mother are living. The son is conflicted. He wants and doesn’t want to sell. He tells the man to leave. But the man ignores the order, enters the house, goes to the silent old woman’s bedroom, and gets into bed with her, strokes and kisses her, and mummers softly, “Everything is going to be all right, dear lady. It’s going to be lovely. We’ll take care of everything.” The son also undresses and gets into the bed with his quite old mother. Readers will ask: What is the significance of the bed scene? Why is the tale called Heirs in the plural when the old woman only has a single son?
Similarly, in the seventh story Singing a man of the village leaves the thirty-some villagers who came to a home to sing together. This is the home of a man and woman whose son committed suicide under their bed, and lay there dead for a day undiscovered. The husband hasn’t gotten over the event, and sits on the side brooding while the others are singing. The visitor also suffers despair. He wanders upstairs, confused, without understanding why he is doing so, enters a bedroom, and thinks: “I had no further reason to turn my back on despair. So I got down on my hands and knees at the foot of the double bed and, rolling back the bedspread, tried to grope with the pale beam of my flashlight into the dark space underneath.” Readers will enjoy reading the artistic descriptions of the events and wondering what is the significance of this man’s act.
In the third vignette Digging we read about the interrelations of an old almost senile, very dissatisfied, fault-finding father; his good-looking, well-groomed daughter, a widow in her mid-forties, a teacher of literature in the village, who patiently cares for her father; and a young Arab student who is writing about relationships, who she allows to live in a hut on her property in exchange for help in repairing her house and property. Her father complains that he hears digging under the house at night. She is certain that he is imagining the noise and changes his medicine. Then the Arab boy asks her about the digging. She sleeps soundly and hears nothing. She decides she should stay up and listen, and she hears the digging as well. What is going on? What is Amos Oz telling us?
In summary, in these vignettes, Amos Oz explores the psyche of people in a small village, such as the puppy love of a seventeen year old boy for a short plump overworked librarian twice his age in Strangers, where the boy rubs up against the older woman, and the psychological and sociological consequences to the two of them. The story is called Strangers because of these consequences. But Oz gives us much more than a fascinating exploration of the mind-set of village people. These people are a mirror that reflects life outside of the village.
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Escenas de la vida rural - Amos Oz
Índice
Escenas de la vida rural
Herederos
Parientes
Excavan
Perdidos
Esperan
Extraños
Cantan
En un lejano lugar en otro tiempo
Notas
Créditos
Escenas de la vida rural
Herederos
1
El desconocido no era un desconocido. Algo en él produjo rechazo y también fascinación en Arie Tzelnik desde el primer momento que lo vio, si es que ese era el primero: a Arie Tzelnik casi le pareció recordar esa cara, esos brazos largos casi hasta las rodillas, era un recuerdo confuso, como de antes de toda una vida.
El hombre aparcó su coche justo delante de la puerta de entrada. Era un coche polvoriento de color beis y en la luna trasera y también en los cristales laterales llevaba todo un puzzle de pegatinas de colores, exclamaciones, proclamas, advertencias y eslóganes de todo tipo. Cerró el coche, pero se entretuvo en comprobar, con una enérgica sacudida, puerta por puerta, si efectivamente todas estaban bien cerradas. Luego dio unas ligeras palmadas sobre el capó, como si se tratara de un viejo caballo al que se ata a una valla y se le indica con unas palmaditas cariñosas que la espera no será larga. Seguidamente empujó la puerta y se dirigió hacia el porche, al que una parra daba sombra. Su forma de caminar era saltarina y algo penosa, como si avanzara descalzo sobre arena caliente.
Desde la hamaca en una esquina del porche, y sin ser visto, Arie Tzelnik estuvo observando al huésped desde el momento en que aparcó el coche. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía recordar quién era ese desconocido no desconocido. ¿Dónde y cuándo había coincidido con él? ¿En algún viaje al extranjero? ¿En la oficina? ¿En la mili? ¿En la universidad? ¿O habría sido en el colegio? Tenía una cara pícara y jocosa, como si hubiese hecho alguna travesura y ahora se regodease. Detrás de ese rostro extraño, o por debajo de él, se insinuaban ciertos trazos de un rostro conocido, angustioso, inquietante: ¿el rostro de alguien que alguna vez te hizo daño? O al contrario, ¿con quien tú cometiste una injusticia olvidada?
Como un sueño del que nueve décimas partes se han hundido y solo la punta sigue asomando.
Por tanto, Arie Tzelnik decidió no levantarse ante el recién llegado y recibirle ahí, en su hamaca del porche situado delante de la casa.
El desconocido saltaba y se retorcía apresuradamente por el camino que conducía desde la entrada a las escaleras del porche, mientras sus pequeños ojos se movían sin cesar de derecha a izquierda, como temiendo ser descubierto antes de tiempo, o al contrario, como asustado por si algún perro furioso saltaba de repente sobre él desde los arbustos de buganvillas espinosas que crecían a ambos lados del camino.
El cabello amarillento y ralo, el cuello rojo con la piel arrugada y flácida que recordaba al buche de un pavo, los ojos acuosos y turbios que se movían como dedos curiosos, los largos brazos de chimpancé, todo provocaba una cierta angustia.
Desde su oculto observatorio en la hamaca a la sombra de los pámpanos de una parra, Arie Tzelnik se percató de que el hombre era corpulento pero estaba algo flácido, como si acabara de contraer una grave enfermedad, como si poco tiempo atrás hubiese sido un hombre grueso y últimamente se hubiese consumido, se hubiese encogido dentro de su piel. Hasta la chaqueta de verano que llevaba, una chaqueta con los bolsillos inflados y de color beis turbio, parecía demasiado ancha y le colgaba floja de los hombros.
A pesar de que eran los últimos días del verano y el camino estaba seco, el desconocido se detuvo a limpiarse bien las suelas de los zapatos en el felpudo situado al pie de las escaleras. Luego alzó varias veces un pie tras otro para comprobar que las suelas estuviesen limpias. Solo cuando se quedó tranquilo subió las escaleras y examinó la puerta de reja que había en lo alto y, solo después de haber llamado educadamente varias veces sin obtener respuesta, giró por fin la vista y descubrió al dueño de la casa tumbado relajadamente sobre la hamaca, en una esquina del emparrado que le daba sombra a él y a todo el porche, rodeada de grandes macetas y de helechos en jardineras.
El huésped mostró al instante una amplia sonrisa y a punto estuvo de hacer una reverencia; luego carraspeó para aclararse la garganta antes de exclamar:
¡Tienen un sitio precioso, señor Tzelkin! ¡Fantástico! ¡Realmente es la Provenza de Israel! ¡Qué digo la Provenza! ¡La Toscana! ¡Qué paisaje! ¡El monte! ¡Las viñas! ¡Tel Ilán es sencillamente el pueblo más maravilloso de todo este país levantino! ¡Delicioso! Buenos días, señor Tzelkin. Perdone. Casualmente no estaré molestando, ¿verdad?
Arie Tzelnik respondió con un buenos días seco y le corrigió diciendo que su nombre era Tzelnik y no Tzelkin, e indicó que lo sentía, aquí no solemos comprar nada a los agentes comerciales.
¡Hace muy bien! ¡Por supuesto que hace bien!, clamó el hombre mientras se secaba con la manga el sudor de la frente, ¿cómo vamos a saber si tenemos delante a un vendedor y no a un impostor? ¿O, Dios no lo quiera, incluso a un delincuente que viene a inspeccionar y preparar el terreno a una banda de ladrones? Pero casualmente, señor Tzelnik, yo no soy ningún vendedor. ¡Soy Maftzir!
¿Qué?
Maftzir. Wolf Maftzir. El abogado Maftzir del bufete Lotem & Pruginin. Encantado, señor Tzelnik. He venido, señor, por un tema, cómo decirlo; aunque quizá sea mejor que no intentemos definir el tema y vayamos directamente al grano. ¿Puedo sentarme? Será una explicación más o menos personal, no personal mía, de ningún modo, por asuntos personales míos no habría osado bajo ningún concepto abordarle y molestarle así sin previo aviso. Efectivamente lo intentamos, por supuesto que lo intentamos, lo intentamos varias veces, pero su número de teléfono está protegido y usted no se dignó responder a nuestra carta. Por tanto decidimos probar suerte con una visita sorpresa, y lamentamos mucho la intromisión. Por supuesto que esto no nos parece aceptable, entrometernos en la intimidad del prójimo, y más cuando el prójimo se encuentra en el paraje más bello de todo el país. Sea como fuere, como he dicho, no se trata por supuesto solo de un asunto personal nuestro. No, no. De ningún modo. Y ya que estamos, es justamente lo contrario: me refiero, cómo expresarlo con delicadeza, digamos que me refiero a que es un asunto personal suyo, señor. Un asunto personal suyo y no solo nuestro. Para ser más precisos, es algo concerniente a su familia. O tal vez a la familia en general, y en particular a un miembro de su familia, señor Tzelkin, a un determinado miembro de su familia. ¿No se opondrá a que nos sentemos y charlemos un momento? Le aseguro que intentaré que todo el asunto no lleve más de diez minutos. Aunque, de hecho, eso depende solo de usted, señor Tzelkin.
Arie Tzelnik dijo:
Tzelnik.
Y luego dijo:
Siéntese.
Y enseguida añadió:
Aquí no. Ahí.
Porque el hombre gordo, o gordo en el pasado, aterrizó primero sobre la hamaca doble, justo al lado del anfitrión, pegado a él, una nube de aromas espesos rodeaba su cuerpo como un cortejo, olores a digestión, a calcetines, a polvos de talco y a axilas. Sobre todos esos olores se tendía una fina red de olor a fuerte loción de afeitar. Arie Tzelnik se acordó de pronto de su padre, que también cubría siempre sus olores corporales con un fuerte aroma a loción de afeitar.
Cuando se le dijo aquí no, allí, el huésped se levantó y se tambaleó un poco, con los brazos de mono sujetando las rodillas, se disculpó, cambió de sitio y posó su trasero con los pantalones demasiado anchos en el lugar que se le había indicado, en un banco de madera situado al otro lado de la mesa del jardín. Era una mesa rústica hecha de tablas a medio pulir, parecidas a los travesaños situados bajo las vías del tren. Era importante para Arie que su madre enferma no viera bajo ningún concepto por la ventana a ese huésped, ni siquiera su espalda, ni siquiera su silueta en el emparrado. Por tanto le hizo sentar en un lugar que no se veía desde la ventana.
Mientras que de la voz salmódica y aceitosa la protegería su sordera.
2
Tres años antes, Naama, la mujer de Arie Tzelnik, se había ido a ver a su buena amiga Telma Grant a San Diego y no había vuelto. No le escribió diciendo claramente que había decidido dejarle, sino que antes le insinuó con delicadeza: de momento no voy a regresar. Al cabo de otros seis meses escribió: me quedo algún tiempo con Telma. Y después le escribió: no tienes por qué seguir esperándome. Estoy trabajando con Telma en un centro de rejuvenecimiento. Y en otra carta: Telma y yo estamos bien juntas, tenemos un karma similar. Y volvió a escribir: nuestra maestra espiritual cree que no debemos renunciar la una a la otra. Te irá bien. ¿Verdad que no estás enfadado? La hija casada, Hilla, le escribió desde Boston: Papá, te lo pido por tu bien, no presiones a mamá. Búscate una nueva vida.
Y como entre su primogénito, Eldad, y él no existía ningún contacto desde hacía tiempo, y excepto esa familia suya no tenía a ninguna persona cercana, el año pasado decidió liquidar el piso del Carmel y volver a vivir con su madre en la vieja casa de Tel Ilán, mantenerse con la renta del alquiler de dos pisos en Haifa y dedicarse a su afición.
Así encontró una nueva vida, tal y como le había pedido su hija.
De joven, Arie Tzelnik sirvió en el Comando Marítimo. Desde su más tierna infancia jamás había temido ningún peligro, ni el fuego enemigo ni trepar a los acantilados. Pero con los años le había entrado terror a la oscuridad en una casa vacía. Por eso, finalmente decidió volver a vivir junto a su madre en la vieja casa donde había nacido y crecido, al final del pueblo de Tel Ilán. La madre, Rosalía, era una anciana de unos noventa años, sorda, encorvada y parca en palabras. Ella solía dejar que se ocupase de las tareas de la casa sin interferir, y casi sin hacer comentarios ni preguntas. A veces se le pasaba por la cabeza la posibilidad de que su madre enfermase, o envejeciese tanto que no pudiese sobrevivir sin una atención constante, y él se viese obligado a darle de comer, a limpiarla y a cambiarle los pañales. O a meter en casa a una asistenta, con lo que se acabaría la tranquilidad del hogar y su vida quedaría expuesta a la mirada de extraños. Otras veces esperaba, o casi llegaba a hacerlo, el inminente declive de su madre: tendría una justificación lógica y emocional para trasladarla a una institución apropiada y así toda la casa quedaría a su disposición. Cuando quisiese, podría traerse a una nueva y guapa mujer. O mejor, hospedar a una serie de chicas jóvenes. Incluso podría derribar las paredes interiores y renovar la casa. Comenzaría una nueva vida.
Pero, de momento, vivían los dos, el hijo y su madre, en la vieja casa oscura, en paz y en silencio. Cada mañana llegaba la asistenta con las provisiones de la lista, ordenaba, limpiaba y cocinaba, y tras servir a la madre y al hijo la comida se iba en silencio. La madre se pasaba casi todo el día en su habitación leyendo viejos libros mientras Arie Tzelnik escuchaba la radio en su cuarto o construía aviones de madera balsa.
3
El desconocido sonrió de pronto con una sonrisa pícara, lisonjera, con una sonrisa parecida a un guiño: como proponiendo a su anfitrión, ¿pecamos juntos un poco? Pero también como temiendo que su proposición lo fuese a sentenciar. Y preguntó afectuosamente:
Perdone, ¿me permitiría tomar un poco de eso, por favor?
Y, como le pareció que el anfitrión asentía con la cabeza, el hombre cogió la jarra de cristal que estaba sobre la mesa y se sirvió un poco del agua helada con una rodaja de limón y unas cuantas hojas de menta en el único vaso que había allí, el vaso de Arie Tzelnik, pegó sus labios carnosos al vaso y se lo terminó de cinco o seis tragos grandes y sonoros, luego se sirvió medio vaso más, volvió a tragárselo con sed ruidosa y entonces empezó a justificarse:
¡Perdone! Es que aquí, en este precioso porche suyo, no se nota para nada el calor que hace hoy. Hoy hace mucho calor. ¡Mucho! Y pese a todo, a pesar del intenso calor, ¡este lugar pese a todo está lleno de magia! ¡Tel Ilán es el pueblo más bonito del país! ¡La Provenza! ¡Qué digo la Provenza! ¡La Toscana! ¡Bosques! ¡Viñedos! ¡Casas rurales de hace cien años, tejados rojos y cipreses altos! Y ahora, ¿qué opina, señor? ¿Le resultaría más cómodo que charlásemos un rato más sobre la belleza?, ¿o me permite que vaya sin rodeos a nuestro pequeño asunto?
Arie Tzelnik dijo:
Le escucho.
La familia Tzelnik, los descendientes de Leon-Akavia Tzelnik. Si no me equivoco, ustedes fueron aquí de los primeros del pueblo, de los primeros fundadores, ¿no? ¿Hace noventa años? ¿Incluso casi cien?
El nombre era Akiva-Arie, no Leon-Akavia.
Por supuesto, se sorprendió el huésped, la familia Tzelkin. Respetamos mucho la gran historia de su familia. No simplemente la respetamos, ¡la apreciamos! Primero, si no me equivoco, llegaron los dos hermanos mayores, Boris y Samion Tzelkin, que vinieron desde un pequeño pueblo en la región de Járkov para fundar una colonia agrícola completamente nueva aquí, en medio del paraje agreste de las desoladas montañas de Menashé. Aquí no había nada. Un secarral baldío. Ni siquiera había pueblos árabes en esta loma, solo detrás de las colinas. Luego llegó también el sobrino pequeño de Boris y Samion, Leon, o, si sigue insistiendo, Akavia-Arie. Y después, al menos según la historia comúnmente aceptada, Samion y Boris regresaron uno tras otro a Rusia, y allí Boris mató a Samion con un hacha, y solo el abuelo de usted, ¿el abuelo o el bisabuelo?, solo Leon-Akavia permaneció aquí. ¿No era Akavia? ¿Akiva? Perdone. Akiva. Resumiendo: casualmente resulta que nosotros, los Maftzir, ¡también somos de la región de Járkov! ¡Justo de los bosques de Járkov! ¡Maftzir! ¿Lo ha oído alguna vez? Tuvimos un famoso cantor sinagogal, Shaya Leib Maftzir, y había un Gregory Moiseyevich Maftzir, un gran general del Ejército rojo. Un grandísimo general, pero Stalin lo mató. En las purgas de los años treinta.
El hombre se levantó y, con los dos brazos de chimpancé, hizo un gesto de fusilero en clase de tiro y reprodujo el sonido de una ráfaga de disparos mientras mostraba unos dientes afilados aunque no del todo blancos. Luego volvió a sentarse sonriente en el banco, como si estuviese feliz por el éxito de la ejecución. A Arie Tzelnik le pareció que quizás aquel hombre esperaba un aplauso, o al menos una sonrisa, a cambio de la suya edulcorada.
El anfitrión, a pesar de todo, decidió no devolverle ninguna sonrisa. Apartó un poco el vaso usado y la jarra de agua helada que estaba sobre la mesa y dijo:
¿Sí?
El abogado Maftzir estrechó por tanto su mano izquierda con su mano derecha y la apretó con satisfacción, como si hiciera mucho tiempo que no se encontraba consigo mismo y ese encuentro inesperado le llenase de regocijo. Bajo el aluvión de palabras que fluía de su boca, brotaba sin cesar un torrente subterráneo de inagotable alegría, una corriente del Golfo de arrogancia satisfecha de sí misma:
Bueno, empecemos poniendo las cartas sobre la mesa, como se suele decir. Por lo que me he permitido abordarle hoy es por algo que tiene que ver con asuntos personales que nos incumben a ambos, y además, tal vez