El Espíritu Santo
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El Espíritu Santo - Rafael García Herreros
Con las debidas licencias
© Corporación Centro Carismático Minuto de Dios • 2015
Carrera 73 No. 80-60
PBX: (571) 7343070
Bogotá, D.C., Colombia
Correo electrónico:
www.libreriaminutodedios.com
Primera edición: Agosto 19 de 2005
Séptima edición: Mayo 26 de2014
ISBN: 978-958-735-190-3
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio
ePub por Hipertexto/www.hipertexto.com.co
Presentación
Uno de los títulos que podríamos dar al padre Rafael García Herreros es el de apóstol de la devoción, la adoración y el amor al Espíritu Santo.
Nadie en el país ha hablado del Espíritu de Dios con la frecuencia, la inspiración y el fervor que tuvo el fundador de El Minuto de Dios al tratar de ese tema, que le manaba del corazón como un manantial inagotable o que lo enardecía como la llamarada de una hoguera interior.
Permanentemente, durante sus intervenciones en las emisoras de radio y televisión y, de modo especial, al acercarse las solemnidades anuales de Pentecostés, el padre Rafael invitaba a sus oyentes a que invocasen al Espíritu Paráclito, se abriesen a su acción, se dejasen bautizar por Él y ansiasen ser iluminados, guiados y transformados por el Don incomparable que Jesús regala a su Iglesia.
Estas reflexiones del padre Rafael sobre la tercera Persona divina se complementan con las publicadas en el libro La Iglesia siempre en Pentecostés
. En ambos volúmenes, las frases bíblicas y las enseñanzas de los santos acerca del Paráclito se suceden y repiten con la novedad que imprime el amor. En todas las páginas se respira el aroma del Espíritu, todas ellas destilan el bálsamo con que Dios unge a los discípulos de Jesús, en todas ellas se siente el huracán que conmovió a la primera comunidad cristiana en el aposento alto de Jerusalén. En todas las frases resuena el estilo oral del autor, la espontaneidad de sus palabras, la fuerza de su acento y el anhelo de su oración.
Esta nueva edición difiere de las cinco anteriores en que se ha complementado con numerosos textos hasta ahora no publicados, y en que sus temas se han reorganizado, buscando afinidad entre ellos, aunque sin tener en cuenta las fechas en que fueron pronunciados.
Esperamos que la lectura de estas páginas permita conocer más ampliamente el pensamiento espiritual de su autor y, sobre todo, acreciente el conocimiento y el amor debidos al Espíritu Santo y la docilidad ante sus mociones divinas.
Diego Jaramillo, cjm
En la fiesta de Pentecostés, 2010
Introducción
Usted va a leer en este libro unas breves meditaciones acerca del Espíritu Santo. Yo quiero invitarlo con ellas a experimentar esa fuerza infinita, amorosa, misteriosa, adorable, absolutamente real que es el Espíritu Santo.
Él es el que une al Padre y al Hijo en una perfecta unidad sustancial. Él es el autor secreto de toda unión amorosa de los hombres entre sí y de los hombres con la Divinidad. La obra del Espíritu se extiende a todo el universo. Donde hay un hombre buscando a Dios, ahí está la obra secreta y preciosa del Espíritu Santo.
Él fue el que obró misteriosamente en María; y lo que en ella fue engendrado, lo fue por obra del Espíritu Santo (cf Mt 1, 20). Él fue el que llenó a Jesucristo en las riveras del Jordán (cf Mt 3,16). Ese Espíritu llenaba a Jesucristo y lo llevaba al desierto y por todos los caminos del mundo (cf Luc 4,1-14).
El Espíritu es la promesa del Padre. Es el Espíritu Consolador, a quien el Padre envió en nombre de Jesús.
El que nos enseña todas las cosas y nos recuerda todo lo que dijo Jesús (cf Jn 14, 26). Es el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce (cf Jn 14, 17).
Él es el que da testimonio acerca de Jesús (cf Jn 15, 26). Él es el que convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio (cf Jn 16, 8). Él es el que nos conduce a la plena verdad (cf Jn 16,13). Él fue el que llenó a los apóstoles el día de Pentecostés (cf Hech 2,44).
Este Espíritu Santo de que vamos a hablar es aquel que recibían los misioneros de Cristo, cuando les imponían las manos (cf Hech 8,17). De Él se dice que, cuando hablaba Pedro, caía Espíritu Santo sobre todos los que lo oían (cf Hech 10, 14).
El Espíritu Santo, el desconocido de todos los tiempos (cf Hech 19, 13) es, como dice san Pablo, el que resucitó a Jesucristo y el que nos resucitará también a nosotros (cf Rom 8,11). La obra preciosa del Espíritu Santo es haber resucitado a Jesucristo y resucitarnos a nosotros.
El Espíritu Santo es el que llena de gozo al hombre, y de amor y de paz (cf Hech 13, 52; Gál 5, 22). Ese es el Espíritu Santo que amamos, el absolutamente necesario en el camino de la santificación, el que se quedó en el mundo, tras la marcha de Jesús al misterio del Padre.
¿Cómo no vamos a amar al Espíritu Santo, cómo no vamos a predicar su presencia maravillosa en el mundo actual, cómo no vamos a hacer grupos de oración en donde se suplique su venida? Si Él es el único, el autor del amor a Cristo en el corazón del hombre y de la entrega de Jesús a los cristianos.
¿Cómo no vamos a apreciar al Espíritu como la única oportunidad, la única posibilidad para evangelizar, para conmover al mundo y para sacarlo de la terrible situación de apostasía en que se halla?
Yo quiero invitarlo a usted, al empezar a leer este libro, a entregarse, a suplicar a Jesucristo que le envíe su Espíritu Santo. Ore continuamente, ore en pequeños grupos, porque donde dos o tres estén reunidos en el nombre de Jesús, allí estará Él (cf Mt 18,20). Ore para que se efectúe en usted el bello milagro de Pentecostés: el milagro de la perfecta conversión, el milagro del amor inusitado, el milagro de la alegría y del entusiasmo invencibles, por la propagación del Reino de Dios.
El don supremo que a usted le puede dar Jesucristo es el don supremo del Espíritu Santo.
Algo íntimo y misterioso
A veces siento una gran duda al escribirles porque tengo la sensación de que lo que quiero decir es tan delicado, tan íntimo, tan misterioso, que no se puede entender si no se tienen experiencias personales, vivencias en el ámbito de Pentecostés.
¿Qué es lo que les quiero decir? Quiero presentarles el antiguo mensaje cristiano que informó el cristianismo primitivo, que precede a todo, que es el origen y el principio de todo lo bueno en el mundo, sin el cual todo el progreso y los cambios sociales terminan en la nostalgia, en el hastío y en la desesperación, como está sucediendo a los países altamente desarrollados.
Este mensaje, este secreto consiste en que hay Alguien poderoso y suave a la vez, penetrante y respetuoso, abrumador y dulce. Ese Alguien se llama el Espíritu Santo. Él es el primero que debe llegar al cristiano y al judío que quieren tener experiencia de Dios.
Éste es un misterio difícil de hablar en público porque es absolutamente personal. Para que el Espíritu de Dios llegue es necesario tener una preparación, de meditación y de plegaria, de arrepentimiento y de íntima docilidad. El libro más útil para prepararnos es el de los Hechos Apostólicos.
Después de que el Espíritu venga, Él nos enseñará todo lo que debemos hacer, Él nos explicará el modo adecuado de cambiar lo social. Es verdad que hay un mundo y todo un ámbito por transformar. Es cierto que debemos borrar la miseria de Colombia, que debemos crear muchas nuevas industrias. Es verdad que la reforma agraria debe acelerarse y multiplicarse.
Pero hay Alguien inmenso y fuerte detrás de todo, que debe estar presente en los cambios y debe estar, sobre todo, presente en las personas: es el Espíritu Santo. Él está acercándose a la Iglesia ahora.
El trabajo horizontal, es decir, sólo en favor de lo social, no basta, no consuela, no satisface, si no está iluminado por una relación vertical que nos une con lo divino; y esa relación se llama el Espíritu de Dios. Sin Él, nuestras palabras son vanas y nuestras obras son insuficientes.
Los quiero invitar a que oremos personalmente, con toda la fuerza de nuestra alma, implorando que venga a nosotros el Espíritu Santo. Si Él viene, sucederá lo increíble, lo maravilloso.
Elogio del Espíritu
Quiero escribirles a ustedes sobre Alguien misterioso, invisible, real, operante, imprescindible, cercano, poderosísimo, definitivo en nuestra vida: es el Espíritu Santo. ¡Quién pudiera hacer el elogio del Espíritu Santo en la vida del hombre, en la vida del santo, en la vida del cristiano, en la vida del amor que ha sucedido en el mundo!
Todo lo que ha sido obra de amor, todo lo que respira amor tiene la huella del Espíritu Santo.
Él es la infinita unión que existe entre el Padre y el Hijo, y la ternura del Padre hacia el Hijo. Él se diferencia en todo el universo. Por todas partes su obra, por todas partes su presencia, por todas partes su amor, su alegría, su paz.
¡Cómo sería el hombre si dejara obrar al Espíritu Santo en él! ¡Qué preciosa sería la relación de hombre a hombre, de patrono a obrero, de gerente a subalterno, si el Espíritu Santo fuera libre de obrar en el corazón de los hombres!
Nosotros tan lejanos, nosotros tan pequeños en este planeta solitario, perdido entre millones de otros planetas, somos objeto de la presencia del infinito Espíritu Santo.
¿Cuándo seremos poseídos del Espíritu? ¿Cuándo podremos decir: ven, Espíritu Santo? ¿Cuándo será la llegada abrasadora del Espíritu a nuestra vida? ¡Cuántos dones, cuántos frutos, cuántos regalos nos traerá el Espíritu Santo a nosotros!
¡Cómo cesaría el odio en el mundo, cómo cesaría la sangre, cómo cesarían los pecados, los quebrantamientos de la ley civil y de la ley divina, si tuviéramos al Espíritu Santo rigiendo a los hombres!
En este momento, digamos la más bella palabra que puede decir un hombre desde la lejana Tierra: ven, Espíritu Santo; ven, Espíritu Santo, llénanos, ilumínanos, caliéntanos, consuélanos, alúmbranos.
Haz que sintamos la realidad de tu presencia; haz que muchos de mis lectores, en las lejanas veredas, en los Pueblitos monótonos o en la ciudad agitada, sientan esa extraña, esa misteriosa presencia, esa real presencia tuya inundando al hombre, cambiándolo totalmente de su situación simplemente humana, temporal, carnal y pecadora, a una situación espiritual, sobrenatural y divina.
Te vamos a decir, Espíritu Santo, la más bella palabra, la más poderosa: ¡Ven, Espíritu Santo!
Nos falta el Espíritu
En sus viajes misioneros en Asia Menor, llegó Pablo a Éfeso, una ciudad bellísima en aquella época. Allí había un grupo de cristianos; Pablo los miró y conversó con ellos y vio que eran fríos, muy imperfectos, y les hizo esta pregunta: ¿Han recibido ustedes el Espíritu Santo después de que creyeron? Y ellos le dijeron: Nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo (Hech 19, 1-2).
Esto sucedía más o menos veinte años después de Pentecostés. A los cristianos de Colombia, Pablo también les podría preguntar: ¿Han recibido ustedes el Espíritu Santo después de que creyeron?
. La tibieza general se ha implantado. La falta de fervor religioso, la falta de amor, las enemistades que brotan por todas partes, la violencia, los adulterios que cubren la ciudad... todo eso indica que no hemos recibido el Espíritu Santo.
Se ve muy poca transformación personal en los cristianos. El que está en Cristo nueva creatura es. Las cosas viejas pasaron. He aquí todas son nuevas [2 Cor 5, 17).
Necesitamos recibir el Espíritu Santo, necesitamos un fenómeno de Pentecostés en nuestra vida; una fuerza que nos inunde, que nos cambie, que haga morar a Cristo en nosotros, que haga brotar en nosotros una nueva vida cristiana, totalmente distinta de la vida de indiferencia religiosa en que nos hallamos.
Los cristianos, los católicos colombianos necesitamos una presencia del Espíritu Santo, que cambie totalmente nuestra vida. Somos violentos, somos injustos, hemos aceptado la obscenidad moderna. Hemos aceptado como cosa natural la pornografía actual, estamos jugando con el matrimonio. Hemos abandonado totalmente la lectura de la Palabra divina, o tal vez nunca la hemos practicado.
A la Iglesia Católica de Colombia le hace falta una efusión del Espíritu Santo. Una fuerza nueva de vida en el Espíritu Santo, que nos acerque y nos ponga en el camino de la santidad. No hay ningún otro modo de cambiar el país. No hay ninguna otra posibilidad de hacer un país justo, donde no se practique el dolo, el soborno, la injusticia, el atesoramiento de dineros, la infidelidad de los hogares, el odio, etc., si no es a través de una divina efusión del Espíritu Santo para la mayoría de los cristianos.
Pentecostés es la gran fecha propicia para que venga el Espíritu Santo a nosotros, como vino a los apóstoles. Pentecostés es la época en que hay posibilidades de nuestro cambio íntimo; cambio hacia el amor, cambio hacia la paz, cambio hacia el bien.
Preparémonos para Pentecostés. Reunámonos con otras personas para suplicar la efusión del Espíritu Santo; la presencia de Él. Que todos ustedes digan constantemente:
Ven, Espíritu Santo; estoy desprovisto de alegría, desprovisto de fuerza, desprovisto de amor, desprovisto de reconciliación, desprovisto de santidad. Ven, Espíritu Santo y dame lo que Tú sabes dar, dame la presencia de Cristo en mi vida, dame un acercamiento definitivo a Cristo. Desde ahora en adelante, que sea mi compañero de viaje; más aún, que Él esté dentro de mí y yo en Él, como Él nos lo mandó en el evangelio: Permanezcan en mí y yo en ustedes (Jnl5,4).
Entre el Padre y el Hijo
La más grande fiesta cristiana es la de Pentecostés, día en que el Espíritu Santo vino a los apóstoles y nació la Iglesia de Cristo.
¿Qué es el Espíritu Santo? Sabemos que el Dios de la Revelación, el Dios verdadero no es un Dios solitario... ¡Es Padre! Tiene un Hijo... Eternamente, antes de los siglos, pronunció una Palabra adorada que llamamos Verbo, y en el cual están contenidas las esencias de todas las cosas... y todos los hombres en su verdad y en su autenticidad.
Entre esa Palabra adorable y el que la pronuncia, entre ese Hijo y su Padre, hay un lazo de unión que los hombres, con nuestro lenguaje impotente, hemos llamado con el más bello vocablo que existe y que está, sin embargo, muy lejos de expresar la realidad. Lo hemos llamado Amor... Amor infinito, inmanente, que une al Padre y al Hijo... Amor personal... Espíritu Santo.
Este es el Amor que el día de Pentecostés hizo nacer la Iglesia cristiana. Al hablar sobre este misterio lo opacamos, lo manchamos... como mancha con su baba un gusano el cristal por donde pasa.
Digámosle hoy, con todo fervor: Ven, oh Espíritu Santo... y envía de los cielos un rayo de tu luz... Ven, Padre de los pobres; ven, generoso Donador; ven, Luz de los corazones... Consolador óptimo, dulce Huésped del alma, dulce refrigerio... En el trabajo, descanso; en el calor, sombra; en el llanto, consuelo...
Ven, Espíritu Santo, llena las mentes de los hijos; ven, Espíritu Santo, llena con tu gracia los corazones que Tú creaste.
Respuesta a la búsqueda
Los hombres hemos estado siempre buscando ansiosamente a Dios. Desde el hombre primitivo, desde aquel ser antiquísimo, misterioso y doliente, que bajó de los árboles, que por primera vez tuvo conciencia de la vida y del abismo que lo rodeaba y del gran interrogante, siempre hemos querido, hemos buscado a ese Ser adorable, lejanísimo e inmensamente cercano.
Jesucristo, en un momento adorable de su vida, nos lo reveló plenamente. El Consolador, el Espíritu, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho... (Jn 14, 26). Cuando venga el Espíritu de Verdad, Él les enseñará toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye y les hará saber las cosas que habrán de venir (Jn 16, 13).
Con el Espíritu Santo se calma el anhelo del hombre de cercanía, de intimidad con Dios. No podemos ir solos en