Un jardín para nosotros: Cuatro relatos de amor
Por Matías Crowder
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Piezas cambiables de la mayor fuerza que mueve el mundo, el amor, toda la serie de relatos comprendidos en Un jardín para nosotros trata de personajes en su búsqueda constante, y su contraposición, escapar al fin de la soledad que les persigue. Tránsito introspectivo de sus protagonistas, resulta uno de los libros más personales del escritor y periodista Matías Crowder, donde nutre sus historias con su caudal de experiencias vividas. El libro resume así una serie de sus mejores cuentos, varios de ellos galardonados, como la búsqueda personal del amor, todo lo que su palabra encierra.
En primer relato, el protagonista de "Norma Cena con Cheever" decide regresar a Argentina luego de años en el extranjero. En el viaje, los recuerdos se mezclaran de tal manera que perderá la noción del tiempo, el cual, como el amor, al menos para el protagonista, resulta pasajero.
En "Carol Antoine" una joven viajera recorre Europa en búsqueda del sentido de la vida, hasta dar en Girona, donde conoce al protagonista. En un hostal de Barcelona, mientras suena la canción de Lenny Kravitz, I Build This Garden For us, ambos amantes pensarán que en realidad el amor ha dejado en ellos sólo tierra arrasada.
"Loneliness kills" resume con precisión la soledad, el sin sentido de los excesos, el consumo de drogas y la libertad total en el sexo. En "La novia de Sabina", que cierra el libro, el protagonista conoce a una mujer que dice haber sido una de las mil novias de Joaquín Sabina, a la cual, según ella, le dedicaba sus canciones.
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Un jardín para nosotros - Matías Crowder
El autor
Matías Crowder (La Plata, Buenos Aires, 1973), licenciado en Comunicación Social, se inició en el mundo de las letras a través del periodismo gráfico en Argentina. Ha colaborado con medios de Sudamérica y Europa, se alzó con el Certamen Literario José Saramago (2009, Madrid) y obtuvo el Premio Universidad de Barcelona (2010, Barcelona). En 2010 publicó la novela En el tren (Ediciones Albores), y en 2013 La duna (Ediciones La Discreta) y El cuerpo de las palabras (Ediciones Biebel). .
Norma cena con Cheever
1
El desfile militar interrumpe el tráfico de Avenida 44. Suena esa marcha, la misma de siempre, rebotando sobre los edificios en fila: ¡Para pa pam, pam, pam pam, pamrapam! Una multitud colma las inmediaciones; las banderas argentinas, las mismas del último Mundial 78, forman un recortado mar celeste y blanco. Los niños subidos a los hombros de los padres, los uniformes verde oliva, las botas, crean un conjunto opresivo, amenazador, como si los allí presentes se movieran entre cuchillos. Como si no se celebrara a un ejército vencedor, sino a un ejército invasor. La noche no ha llegado a enfriar el aire, cortado por ráfagas tibias, perfumadas por el tilo y el plátano. Debajo de la marcha, el chirrido hipnótico de las chicharras parece avivar el calor. Tres cazas surcan un cielo plomizo como hojas de metal.
Radio Colonia anuncia la presencia de Galtieri y los altos mandos en la radio del taxi que me lleva al centro. El taxi me deja en calle 8. Me acerco a ver y distingo el atril de los mandos superiores sobre Plaza Italia. No logro distinguir los rostros, solo los guantes blancos y las gorras. En la calle la policía de civil en sus Ford Falcón cubre los flancos. Peinados a la gomina, la nuca rapada, ropa estilo Sandro de América
y mocasines. Empieza a llover. Bajo el calor aplastante, la gente abre los paraguas como si soportara el cielo de latón y los cazas de metal.
Cruzo a Alfonso Torres entre los conocidos que se agolpan a ver el desfile. Lleva patillas a la moda, espesas, hasta la comisura de los labios. Me felicita por mi último libro, En el tren. Pienso en su publicación, solo dos años atrás, enero de 1978, el primer libro que me otorga, al fin, cierto prestigio como escritor.
–Ni siquiera sabía que escribías hasta que vi tu cara en el periódico.
Parece que a Alfonso Torres le ha gustado mi libro, eso o el hecho de que mi reciente fama le posibilite codearse con un personaje famoso, porque, al parecer, salir en un periódico local me hace entrar en su categoría de famoso
.
–Yo lo leí, sabes, y el libro me cambió. Me sentí cambiado, no sé cómo decirlo.
–Está muy sobrestimada la lectura –digo.
Hace un año una junta de cretinos había prohibido el libro en Argentina, pero se seguía vendiendo en México y empezaba a venderse en Europa. Incluso sabía que varias imprentas clandestinas lo hacían circular por Buenos Aires. Si pudiera retrotraerme al momento en que lo escribí quizás escribiría otra cosa, sobre otro tema. Todo el libro trataba del amor y de la muerte, y no volvería a escribir sobre el mismo tema ni que me lo pidiera el mismo Conrad en persona.
Alfonso Torres se despide y pierde entre los espectadores del desfile.
He asistido a aquella casa de citas dos veces y no me ha decepcionado. El Anaconda
, como se llama, publica en el periódico local la lista de sus masajistas
. El Anaconda funciona en una antigua casa de familia platense de 10 y 44, de las que todavía conservan el zaguán de entrada, quinqué en el techo y aquellos mosaicos irrepetibles de formas abstractas, oculta su fachada bajo la sombra de un paraíso de tronco nudoso, tan alto como el mismo edificio. Su portero eléctrico lleva un discreto y bizarro dibujo a bolígrafo de una pequeña serpiente, una anaconda enroscada. La luz roja, la señal de que allí habita el vicio, la de su quinqué del pasillo de entrada, tiñe las paredes y sus visitantes, como un sello de todos los que se adentran en Gomorra. Su fachada, como tantas otras, permanece llena de pintadas de Montoneros y Juventud Peronista, cubiertas de pintura blanca durante el día, vueltas a pintar por la noche. La lluvia me empuja dentro.
Comienzo a visitar las casas de citas por el anonimato de su relación, por no entablar una conversación con una desconocida en un bar o una tanguería y escuchar el teatro de siempre. Allí, en la casa de citas, no tengo que hablar ni escuchar a nadie. No tengo que beber para soltar la lengua, ni parecer ingenioso ni hacer chistes y cientos de promesas a pobres desconocidas administrativas de oficina o universitarias venidas de pueblos de la provincia (lo de siempre en La Plata) que esperan, en el