Reina de la belleza
Por Peggy Webb
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CJ Maxey no entendía cómo había dejado que la convencieran para presentarse al concurso de belleza de su pueblo. Y sobre todo, no sabía cómo iba a soportar al guapísimo y mujeriego Clint Garrett, el periodista que debía acompañarla a todos lados.
CJ había conseguido despertar la curiosidad de Clint con su afilada lengua y sus ardientes ojos azules. Era el encanto... y el peligro disfrazados de mujer. Su desconcertante belleza estaba volviéndolo loco de deseo, pero lo más aterrador era que él sólo pensaba en cuidar de ella.
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Reina de la belleza - Peggy Webb
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Peggy Webb. Todos los derechos reservados.
REINA DE LA BELLEZA, Nº 1541 - noviembre 2012
Título original: The Accidental Princess
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1189-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo 1
Mientras se columpiaba peligrosamente sobre las dos patas traseras de una silla, Blake Dix preguntó:
—¿Conoces a alguna mujer bonita en este pueblo de mala muerte con la que pueda salir?
C.J. estuvo a punto de decirle que ella era la secretaria de la iglesia y no la encargada de encontrarle pareja, pero decidió morderse la lengua. Después de todo, Blake Dix, el nuevo director de música de la iglesia Baptista Trinity, había llegado hacía poco tiempo desde Las Vegas a Hot Coffee, en Misisipi, y probablemente todavía estaba en estado de shock cultural.
—Puedes probar en Chat ‘N Chew BarBQ. Es el único sitio con ambiente de Hot Coffee.
—Gracias por la información —Blake se puso en pie y dejó un montón de papeles sobre la mesa—. ¿Podrías pasarlos al ordenador por mí? Los necesito para mañana.
—Por supuesto. Reorganizaré mi agenda de vida social.
—Eres una bromista, C.J.
Ella deseó tirarle un zapato a la cabeza y gritarle: Podría tener vida social si quisiera. Aunque era una gran mentira.
Era cierto que carecía de gracia y de belleza, pero había mujeres más feas que ella que se casaban y tenían hijos. C.J. no sabía lo que estaba haciendo mal. Quizá tenía unas expectativas demasiado exigentes. Quizá debería conformarse con algo menos que la inteligencia, la integridad y la amabilidad. Quizá debería dejar de soñar en exceso y aceptar a alguien como Leonard Lumpkin, quien quería que se mudara a su granja para convertirla en una diosa del hogar.
Quizá debería dejar de soñar y punto.
C.J. lo consiguió durante un rato, mientras tecleaba. Si se daba prisa llegaría a casa a las ocho. No era que le importara demasiado. No la esperaba nadie excepto su padre, y él apenas se daría cuenta de a qué hora llegaba a casa. Sin embargo, dejó de teclear un momento y llamó para decirle que llegaría tarde.
Ella era la única chica que conocía que todavía vivía con su padre a los veinticinco años. No era que le importara cuidar de Sam, además de ser un padre estupendo, era el único héroe que había tenido en la vida.
Además, le gustaba vivir en la casita amarilla de las afueras del pueblo. Le gustaban los árboles que había en la parte delantera y el prado de la parte de atrás, donde vivían varios animales que su padre había recogido a través de los años: un gato siamés, cuatro perros de raza desconocida y Suzy, la vaca gorda. Los animales eran la única evidencia que quedaba de que Sam había sido uno de los mejores veterinarios del condado. C.J. había pensado seguir sus pasos, incluso trabajar con él, pero el accidente lo cambió todo.
Mientras conducía de regreso a casa, trató de no pensar en el accidente. Cuando llegó, vio el coche rojo de Ellie Jones aparcado. No era extraño que Ellie estuviera por allí. Ella y Phoebe, la madre de C.J., habían sido muy buenas amigas y tras la muerte de Phoebe, Ellie se había comportado como una madre para C.J.
C.J. encontró a Ellie y a Sam en el porche trasero tomándose un té.
—¡Ellie! Tienes un aspecto estupendo.
—Tonterías. Soy como una ciruela pasa con la cara como el mapa de China. Siéntate. He traído galletas.
—¿De nueces de macadamia?
—¿Y qué más?
—Qué ricas.
C.J. tomó tres galletas sin importarle las calorías. Lo bueno que tenía era que por mucho que comiera siempre estaba delgada.
—He venido para ver si serás la Princesa Granjera de Lee County.
—Es una broma, ¿verdad?
—No. No voy a andar con rodeos, C.J.
—¿Lo has hecho alguna vez? —preguntó Sam.
—Nadie se ha presentado al concurso y necesito una concursante que represente a Lee County. El premio es una beca, no es mucho dinero, pero será tuyo en cuanto te den el título. Será suficiente como para que puedas entrar en la facultad de Veterinaria.
—Creo que deberías hacerlo, C.J. —dijo Sam.
C.J. suponía que las posibilidades que tenía de ganar eran tan remotas como la posibilidad de convertirse en una belleza de repente, pero eso no significaba que no estuviera dispuesta a ayudar a una vieja amiga. Después de todo lo que había hecho por ellos durante los últimos seis años, lo menos que C.J. podía hacer era participar.
—¿Tendré que desfilar en bañador por la pasarela?
—No. Sólo en traje de noche. Eso, y dar una charla sobre la industria lechera.
La única vez que C.J. había dado una charla le había salido urticaria. Aquél asunto del concurso cada vez sonaba peor. Aun así, no quería herir los sentimientos de Ellie, pero intentaría encontrar una escapatoria.
—No sé nada acerca de la industria lechera. Probablemente, ni siquiera reúna las condiciones. ¿Qué te parece Sandi Wentworth? Ella es más natural —dijo C.J.
Sandi era su vecina y se había criado con su abuela. Era más que una amiga para C.J. Era como su hermana.
—Ella sí que no reúne las condiciones. Es demasiado vieja y no tiene vacas.
—Eso hace que yo también esté excluida. Tampoco tengo rebaño.
—Sí tienes.
—¿Suzy?
—Un rebaño de uno. Si engorda un poco más pasará por dos.
—Eso respecto a la vaca, pero ¿y yo? Sólo puedo ponerme un sujetador que aumente el pecho y cambiar de peinado.
—Yo te ayudaré —dijo Ellie, y fue entonces cuando C.J. supo que estaba metida en un lío. Ellie no sabía mucho de belleza. Siempre vestía pantalones y una chaqueta negra o roja.
Sin embargo, la madre de C.J. había sido considerada la mujer más bella de Lee County, si no de todo el estado de Misisipi, y había recibido muchos premios de belleza. C.J. siempre había deseado ser como su madre.
—Lo haré —le dijo a Ellie.
—¿Qué quieres que haga?
—Que cubras el concurso de la Princesa Granjera.
La ironía no le pasó desapercibida a Clint Garrett. Él había cubierto a un par de reinas de la belleza durante su vida, pero no de la manera a la que se refería el editor del Hot Coffee Tribune.
—Soy periodista de sucesos, Wayne —dijo él.
Y aunque era cierto, en Hot Coffee no sucedían demasiadas cosas. Clint tenía poco trabajo y la mayor parte de los días paseaba en moto escuchando música country.
También cubría los entierros y los eventos de sociedad. No buscaba la fama y la fortuna y se conformaba con vivir de forma tranquila.
La única mujer que le había importado en su vida había muerto. Su madre. Cuando él regresaba del colegio llorando porque los otros niños lo habían llamado bastardo, ella le decía:
—No pasa nada, hijo. Mantén la cabeza bien alta. Algún día, llegarás a ser alguien.
Ella había fallecido cuando él todavía estaba en la universidad. Sin su amor, había ido dando tumbos por la vida. Su forma de vida no exigía nada más que lo más elemental, comer, beber y dormir, con alguna aventura ocasional.
—Podrías ser periodista de sucesos, Clint, y bueno. Lo que me da rabia es que ocultes tu talento en una localidad pequeña como Hot Coffee.
—Quizá, sea como tú, Wayne.
Wayne se sonrojó y se aclaró la garganta.
—La diferencia entre tú y yo es que tienes la mitad de mi edad. Yo he desperdiciado mi vida. Odio ver cómo desperdicias la tuya. Eres el mejor periodista que tengo.
—Soy el único que tienes además de Charlie.
Charlie era el encargado de la sección de deportes, algo sobre lo que Clint apenas sabía.
—De acuerdo, lo he captado.
—¿Dónde puedo encontrar a la princesa?
—Toma la carretera del condado número seis y a unas dos millas encontrarás un bosque de árboles de pacana y una casita de campo amarilla.
—¿La de Sam Maxey?
—Sí. Su hija.
—No la recuerdo. ¿Qué es? ¿La antigua reina de la fiesta del instituto?
—No, la secretaria de la iglesia.
—Esto tiene buena pinta.
—Exagéralo, Clint. Haz que se haga famosa. Quiero que hagas el seguimiento hasta el día del concurso.
—¿Y qué pasa con los sucesos y las necrológicas?
—Si alguien estira la pata o intenta robar una vaca, escribiré sobre ello yo mismo. Tú vete y no dejes en paz a esa princesa.
—Gracias, Wayne. Eres todo corazón.
La transformación de C.J. comenzó con un nuevo peinado. Ellie la acompañó a la peluquería para darle apoyo moral. Tres horas más tarde y tras una larga tortura, estaban de nuevo en casa.
Mientras C.J. se miraba en el espejo, le dijo a Ellie:
—Sólo necesito unas uñas largas y un vestido negro largo para parecerme a Morticia, la de la Familia Adams.
—Bueno, no es exactamente lo que yo esperaba —admitió Ellie—. Creo que la permanente es demasiado fuerte.
—¿Y qué opinas del maquillaje? —en la peluquería vendían maquillaje y una asesora había maquillado a C.J.—. Parezco las sobras del día anterior que alguien ha intentado adornar.
—Quizá el pintalabios sea demasiado rojo. Y, no sé, las mejillas...
—Parecen señales de stop —C.J. agarró una toalla y comenzó a frotarse la cara justo cuando llamaron al timbre—. ¿Puedes ir a abrir, Ellie?
Al oír una voz masculina, C.J. se asomó por la puerta del baño. En el recibidor estaba el hombre más atractivo que había visto nunca. Tenía el cabello oscuro y espeso y unos ojos azules que no parecían reales.
C.J. se metió de nuevo en el baño. Se miró en el espejo y sintió ganas de gritar.
—¿Está la señorita Maxey?
«Dile que no», gritó C.J. en silencio.
—Sí —contestó Ellie.
—¿Podría hablar con ella? Soy Clint Garrett del Tribune. He venido para hacerle una entrevista.
—Iré a buscarla.
C.J. sentía ganas de morir. Seguía siendo la misma chica sencilla de siempre pero con un peinado terrible. Además, le había salido una urticaria por toda la cara, probablemente a causa del maquillaje que le habían puesto.
—No puedo salir con este aspecto —le dijo a Ellie.
—¿Qué quieres que le diga?
—Dile que estoy enferma. O que me he ido a Marte.
—La publicidad será buena para el concurso.
—Mírame, Ellie. Estoy hecha una piltrafa.
—Quizá si te pones un pañuelo y un poco de crema en los granos.
—A lo mejor podría cubrirme la cabeza con una bolsa de papel.
—Bueno, tenemos que decirle algo.
—Dile que estoy enferma de cualquier cosa y que si se queda en el recibidor, contestaré a sus preguntas.
—Veré qué le parece —cuando Ellie se marchó, C.J. miró por la ventana del baño. El periodista estupendo tenía una Harley.
—Es una petición inusual —dijo Clint.
—He tratado de convencerla de que salga, pero es