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Noche
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Libro electrónico86 páginas58 minutos

Noche

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El cielo estrellado, el agua del río que fluye sin fin, el banco con vistasa la ciudad iluminada. Parece ser una noche estupenda para Dave, un trotamundos tímido y desconfiado, que se prepara para descansar después de la típica jornada en la calle. Pero esa noche será el inicio de un viaje y de una búsqueda que entrelazará sus encuentros con sus recuerdos.

Todo comienza por un anuncio en el periódico gratuito local, en el cual una niña pide ayuda para encontrar a su perro perdido. Dave obtiene información de Markus, su viejo amigo, que lo conduce a Ebe, una artista callejera, que le entrega el perro y lo convence de devolvérselo a sus dueños en mitad de la noche. Este recorrido le obliga a relacionarse con gente de una clase social e ideales diferentes, y lo llevará a revivir su pasado: su infancia en el orfanato, la pasión por la música, sus amigos, el primer amor, el sueño de tocar con un grupo interrumpido bruscamente por un accidente que lo dejará en coma durante meses y que, después de una larga estanca en el hospital, lo llevará a vivir en las calles sin ninguna posibilidad.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento18 feb 2015
ISBN9781507104347
Noche

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    Noche - Carmine CARBONE

    Carmine Carbone

    Noche

    1

    Era una de esas noches en las que si mirando al cielo podías te sentías incapaz de entender la inmensidad del universo y lo poco que importaba que estuvieras allí en ese momento.

    Pero estabas.

    La luna era tan grande e intensa que iluminaba todo a su alrededor y, a su lado, las estrellas parecían brillar en un manto azul oscuro.

    Se podía ver la luz de los astros en todo aquello que fuera líquido o metálico: el charco de agua que había pisado, los coches que pasaban por la calle a gran velocidad, el gran parabrisas del autobús y sobre todo en el agua del río, haciéndolo del todo irreal.

    Desde la elevada Continental (así era como llamábamos a la carretera principal), aquel río brillante parecía un rayo partiendo el cemento de la ciudad.

    Era una noche de lunes normal.

    Normal para mí, que veía la normalidad de la vida con una mirada distinta al resto de la gente.

    Para muchos la noche del lunes era volver a casa cansados después del primer día laborable de la semana, era ir al bar con los amigos a tomarse una cerveza y hablar sobre aquello que había hecho su equipo de fútbol favorito el día anterior, era ir al cine con alguien a quien había conocido durante el fin de semana.

    Pero no para mí. Para mí era la noche en la que recogía la ropa y la manta limpias de la asociación.

    El lunes y el jueves: recojo trastos. Cómo iba a olvidarlo, si hacía diez años que estos dos días de la semana transcurrían del mismo modo.

    Normalmente, de noche dormía en la plaza que hay detrás del mercado, pero los lunes se reunía el Comité del Barrio y me tenía que poner en otro sitio.

    Me encantaban las orillas del río, y con una noche así de bonita no podía dejar pasar la ocasión.

    Disfrutaba poco de la vida, pero apreciaba la belleza de la naturaleza, me hacía sentir libre de todo, libre de la vida cotidiana, libre de mi condición, libre de no sentirme diferente y a menudo discriminado, libre de no tener que decir a la gente que llamarme vagabundo, o que no tengo donde caerme muerto, me fastidiaba y que prefería trotamundos. Me daba un aire de importancia, o mejor dicho, de todos los términos era el que me parecía más elegante. Desde ese lugar del río, cercano al puente donde buscaba cobijo, podía divisar lo mejor de la ciudad: la parte moderna con rascacielos y edificios que siempre estaban iluminados; la parte antigua con monumentos y banderas en los tejados que recordaban y glorificaban vidas y eventos del pasado; la parte tranquila de la ciudad, donde las luces de las casas se apagaban a partir de las once de la noche, donde todos dormían y lo único que se escuchaba era el ruido de los animales abandonados escarbando en la basura o el de algún socio de mi asociación preparándose para noche; la parte a la que llamo caótica, donde se puede disfrutar de las 24 horas del día, locales, bares, restaurantes, clubs y casinos.

    Frecuentaba mucho aquella zona, sobre todo los martes, sábados y domingos.

    Los martes en el MAGIK había música jazz de gran calidad y el contenedor de basura que había detrás era un asiento en primera fila, si mirabas a través de la pequeña rejilla de la ventilación podías casi ver el número que calzaban los músicos del escenario.

    El sábado en el CLOY se podía disfrutar de la música étnica. El sábado pasado, desde el tejado, escuché música afro y bailé durante tres horas, dando saltos adelante y atrás como si fuera un mono, gracias también a un cartón de vino de algún lugar de Francia.

    El domingo en el GRUNGE se podía escuchar lo mejor de la música rock, desde los viejos clásicos hasta los géneros actuales. Gracias a Luigi, el cocinero italiano de su minúscula cocina, además de acomodarme entre los fregaderos podía saborear algún plato delicioso. No es que en la asociación se comiese mal, pero era raro que te dieran lasaña, macarrones y vino italiano.

    De todas maneras no iba allí por la comida sino por la música.

    Mi pasión: la música.

    ¡Eso es! La música era otra de las cosas que apreciaba.

    La belleza de la naturaleza y la música.

    2

    Mi pasión y mi ruina. La música.

    Cómo podía no amarla.

    Todo lo que había hecho en mi infancia y juventud era tocar la guitarra.

    Estaba entre los mejores guitarristas emergentes del panorama, o mejor dicho, para muchos era el mejor, sobre todo para Jesse, Tom y Faith, con los que llevaba tocando desde los once años.

    Habíamos crecido en el mismo orfanato y unas Navidades, no recuerdo de qué año, los regalos que recibimos nos habían cambiado la vida.

    Una guitarra, una batería y un bajo donados por

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