Las cosas como son
Por Jorge Olmos
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Este libro está centrado en la vivencia de las Constelaciones Familiares, técnica terapéutica cada vez más difundida. Sus páginas recopilan una serie de artículos escritos con la finalidad de aclarar ideas, con el propósito de ejemplificar nociones y de testimoniar aplicaciones prácticas de esa técnica. Concebidos a partir de la noción de "reconocer lo que es", estos textos quieren mirar las cosas como son, constituyen así un recuento de los asuntos abordados en la consulta, explicaciones introductorias a este tema, una respuesta más precisa a interrogantes formulados por muchos consultantes. Su objetivo final consiste en ofrecer a los lectores una revisión mínima de varios aspectos, siempre cruciales, de la terapia sistémica familiar.
Jorge Olmos
JORGE OLMOS FUENTES (1963) es profesor, editor, poeta y facilitador de constelaciones familiares. Su formación la obtuvo en un diplomado impartido por el Instituto Bert Hellinger de México. Asesora talleres y facilita consultas terapéuticas individuales, organizacionales, empresariales y pedagógicas. Es autor de los libros: Amor de arena, En la propia tierra, Tierra del corazón, Música negra el enunciado, Baladas un poco tristes, Alumbramiento del asombro y Las cosas como son.
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Las cosas como son - Jorge Olmos
Preámbulo
Las constelaciones familiares son en nuestros días un tema actual. Su penetración en los diversos ámbitos de la vida (la familia, las empresas, la escuela, las instituciones públicas, entre muchos otros) no hace sino mostrar la pertinencia de las aportaciones de Bert Hellinger. Por ese motivo no resulta infrecuente escuchar que se hable cada vez en más sitios de órdenes del amor, de la trascendencia de la familia, de los efectos perniciosos de las exclusiones, de asentir al destino, de la Gran Alma y del Espíritu como entidades mayores que rigen la vida humana.
En ese sentido, Las cosas como son es un libro que recopila una serie de artículos escritos con la finalidad de aclarar ideas, con el propósito de ejemplificar nociones y de testimoniar aplicaciones prácticas de dicha técnica terapéutica. Esos textos, publicados vía radiofónica inicialmente, parten en su factura de la necesidad de reconocer lo que es
, de mirar las cosas como son
. Este hecho es entendido como condición imprescindible cuando se está buscando la solución de un síntoma, el cambio de alguna condición personal o de pareja, la liberación de una carga impuesta por el grupo.
Desde esa perspectiva, estas páginas constituyen un recuento de los asuntos abordados en la consulta, una serie de explicaciones introductorias a este tema, una respuesta más precisa a interrogantes formulados por muchos consultantes. Su objetivo final consiste en ofrecer a los lectores una revisión mínima e indispensable de varios aspectos de las constelaciones familiares, puntos cruciales de la terapia sistémica familiar.
Las cosas como son está dedicado a la memoria de Carmen Pacheco Marín (finada en 2008), amiga entrañable, amorosa maestra, tenaz compañera del camino, de resolución inquebrantable y señera. Su presencia, su hacer, su manera de ver la vida imprimieron una huella indeleble en nuestro corazón. Por eso mantener vivo su recuerdo es un privilegio.
Ojalá estas palabras encuentren a su destinatario y, dado el caso, consigan alumbrarle áreas oscuras, revelarle parajes insólitos (de sí mismo, de su contexto familiar), en suma: reducir su inocencia y acentuar su mirada de ojos abiertos. No es tarea minúscula, es cierto, pero también es verdad que el primer paso implica la promesa de una gran andanza. Que dicha promesa se materialice y devenga realidad vivida.
Abrazo
Cuán importante resulta un abrazo. No ese acariciar a veces insulso que solemos darnos las personas, sino ese abrazo prolongado, sentido, que viene a ser una respuesta a una solicitud específica. Es prolongado porque no tiene límite, se otorga todo el tiempo que se requiere, hasta que la persona abrazada se siente lista para levantarse, para erguirse ante la vida y emprender su camino. Es sentido porque verdaderamente se siente, se percibe como un refugio seguro, quizás el más seguro de cuantos haya, porque se da con todo el cuerpo, sobre todo con el corazón, posibilitando la vitalización de un vínculo. Y es pertinente porque satisface una carencia, una necesidad de compañía, de protección, porque pareciera cifrar la frase puedes apoyarte en mí, yo te sostengo
.
Ciertamente, todas esas son cualidades del abrazo, del que da un adulto a un pequeño, en especial del que da una madre a su hijo o a su hija. Y es verdad que uno se pregunta también: ¿en qué momento hace su aparición este abrazo?, ¿por qué debería uno brindarle atención? La respuesta es muy sencilla, aunque no por eso menos trascendente. Un abrazo de esta índole siempre viene bien para un pequeño en el momento en que está experimentando un resquebrajamiento de su ambiente natural de seguridad a causa de algún suceso, incluso el menos pensado, que lo hace sentir en peligro, o le hace patente su condición endeble al alejarlo de sus padres, particularmente de su mamá.
Una enfermedad que requiere hospitalización, por ejemplo; una ausencia aun de minutos, mientras el niño permanece entre desconocidos; la exposición ante un peligro real de agresión o ataque, pueden dejar una secuela profunda en la vida interior de la persona. A tal grado puede llegarse que el adulto que ha pasado por esta experiencia tiene la sensación clara de que la vida se vive sólo desde la soledad, o que debe desconfiarse de las personas, o que toda enfermedad reviste peligro de muerte, o que cierto tipo de personas no son confiables, en cada caso bajo una apariencia diferente, consonante con la historia de la familia en que esto ocurre.
Uno puede con toda razón suponer que no había o que no hubo manera de saber que existía esta necesidad porque el suceso fue atendido de la mejor manera posible. Éste precisamente es el meollo del asunto: la persona sí sabe que hizo falta ese abrazo prolongado, sentido y pertinente, pues además no deja de mirar en su interior las escenas inolvidables. Pero como resultado del propio conjunto de hechos no fue posible ya suturar la herida, de modo que permanece abierta, muchas de las ocasiones con una fuerza latente que no parece hacer falta ninguna atención, otras con tanta vehemencia en la necesidad que, a pesar de haberse quedado en el camino del crecer su formulación, se experimenta como un efecto formidable cuando se consuma.
El síntoma que suele referir una persona con un hecho como este en su historia indica que no puede establecer relaciones estrechas, que se haya en alejamiento permanente de las personas a quienes ama, que toma partido por el encierro, que fluctúa en sus estados de ánimo o que la insatisfacción y el perfeccionismo son inevitables. Para este tipo de personas, tengan la edad que tengan, el abrazo de mamá fortalece, vuelve a colocar en el sitio correcto, reanuda la conexión con el mundo.
Claro, qué se hace si mamá no está cerca, si ya falleció o si no quiere reconocerse este imperioso anhelo. Así llegamos al mérito del trabajo de constelaciones familiares: alguna persona que represente a mamá durante la consulta, en este caso grupal, puede muy bien colmar la medida. ¿Por qué sucede así? En buena parte, porque mamá e hijo están vinculados inexorablemente, y en cualquier instante puede recurrirse a dicha facultad; en otra medida porque una constelación hace que los representantes se comporten y sean vistos por quienes consultan como las personas a quienes representan, así que se genera el ambiente propicio para que el sentimiento emerja, haga visible su necesidad, y ésta le sea atendida hasta la saciedad, a través de un abrazo prolongado, sentido y pertinente, en una posición que vuelve explícito quién es el pequeño y quién es la grande, la que protege.
Uno no imagina la magnitud de la importancia de este tipo de abrazo, y tiende a regatear su abundancia; pero es fundamental, y sólo hace falta un sitio cómodo en el que mamá puede abrazar a su pequeña, a su pequeño, cargándolo como cuando era chico: recostado sobre el regazo. Y en verdad: nunca es tarde para comenzar, se tenga la edad que se tenga. De cualquier modo, debe darse a cada caso su tratamiento específico.
Actitud terapéutica
En esta actitud hay algo que es de entrada aleccionador: nosotros no tenemos un alma que podamos controlar, más bien tomamos parte de una que nos dirige, junto con otros. El alma en este sentido no es buena ni mala. ¿Y qué puede hacerse con esa certidumbre? La respuesta es sencilla: conviene dejarse llevar por el movimiento del alma. Ya que el alma es lo más grande, la seguridad al acogerse a ella estriba en que no hay pérdida ni dudas, en que tiene perfectamente definido el diseño de lo que sucederá, en que tiene contemplada la realización del llamado libre albedrío
.
Esta sería, pues, la actitud terapéutica básica, este reconocimiento de sumisión a lo más grande, a lo que no podemos controlar, a un macro-diseño del cual forma parte nuestra vida, como lo han hecho las vidas de todos cuantos han estado en el mundo. Obviamente, hace falta confianza, y al mismo tiempo dejar a un lado conductas como la curiosidad, los prejuicios, el vano intento de conducir el propio destino, entre muchas otras cosas, pues lo único que hacen es impedir la reunión con el movimiento del alma.
No obstante, lo que sí podemos hacer es buscar los hechos de nuestra historia familiar que están condicionando nuestro afán de meter la nariz en todo, nuestra intención de salvar al mundo, nuestros esfuerzos de re-educar a la pareja, al gobernante, a los papás, al mundo, los hechos que nos impiden dejar de sentirnos tristes, sacudirnos el enojo perpetuo, superar la depresión o las adicciones, entregarnos sin resistencia al infortunio.
Esto puede ser concorde con la actitud terapéutica. Digamos por ejemplo que nos preguntamos con franqueza ¿cuál es la queja?
, pero también con