VIda Padre:
ALEGRÍA Y COSA BUENA
: Cuando Charles Darwin llegó a bordo del HMS Beagle a las Galápagos, en 1835, algo llamó su atención: en cada una de las islas de este archipiélago volcánico, a 900 kilómetros de la costa de Ecuador, los pinzones tenían un pico diferente. Fue este matiz el que le hizo pensar que las especies no eran estables, sino que cambiaban sus características físicas para adaptarse al entorno. Fascinado, el naturalista británico comenzó a dar forma a su teoría de la evolución.
Menos de diez años después, el ballenero estadounidense arribó con Hermann Melville (autor de) a bordo. “Veinticinco montones de ceniza diseminados aquí y allá por un solar de las afueras de la ciudad”, describió en un feroz relato las también llamadas Islas Encantadas. Mucho antes, en el siglo XVI, fueron veleros españoles, con fray Tomás de Berlanga o Diego de Rivadeneira al mando, sus accidentales descubridores: “Diríase que había caído una lluvia de piedras”, testimonió el obispo católico. Pasados cientos de años, todas estas visiones tan distintas se llegan a comprender cuando uno se aproxima a este remoto destino navegando en el , una de las embarcaciones más exclusivas del planeta, de la naviera Silversea.