“Emundo no puede contener nada más hermoso que el panorama de los valles que rodean esta tierra. Monte Albán es una montaña, cuya cima y laderas están prácticamente cubiertas de construcciones colosales que nos dicen, por la elocuencia de la magnitud, que ahí habitó un gran pueblo, del cual todavía quedan descendientes, pero en condiciones incomparablemente inferiores a las de su ante pasados”. Con estas palabras describiría Leopoldo Batres (1852-1926), uno de los primeros arqueólogos mexicanos de comienzos del siglo XX, la magnificencia que le produjo la contemplación de Monte Albán.
En el valle de Oaxaca, a escasos dieciséis kilómetros de la capital de este estado al sur de México, descansa este complejo arqueológico sobre una montaña, cuya cresta ha sido nivelada artificialmente usando métodos rudimentarios. Sobrecoge tanto por su espectacularidad como por los interrogantes que plantea su construcción, así como por albergar algunas de las inscripciones arqueológicas más enigmáticas de Mesoamérica.