¿Qué te inspiró a buscar tu camino como artista y escultor?
Hasta los cuatro años soñaba con ser astronauta. Más adelante empecé a admirar a mi abuelo materno, Enrique Marsans, un gran empresario con un carisma envidiable, y pensé que iba a destacar por ese camino, pero mi tiempo libre lo pasaba íntegramente dibujando y haciendo inventos mecánicos. Sospechaba que algo en mí no iba a encajar en el rol de empresario burgués.
El día que vi por primera vez lo que significa crear un universo artístico propio, mi idea de lo mejor que se podía hacer en la vida cambió. Fue al visitar el Museo Dalí en Figueras que coloqué ese tipo de legado en la cima de todos. Desde entonces, cada día de mi vida he mantenido esa jerarquía. Ha sido en gran parte por aquellos artistas como Georgia O’Keefe, Monet, Diego Rivera, Chillida, Miró y Pollock que, más allá de sus obras, cada uno ha creado un universo paralelo en distintos lugares del planeta. Mi elección es la escultura porque con ella he conseguido un lenguaje propio.
¿Cuál fue la primera escultura que recuerdas haber visto y qué te hizo sentir?
Las esculturas clásicas siempre me llamaron la atención, particularmente