El 27 de mayo de 1939, Joseph Roth, extraordinario escritor y líder de opinión frente al totalitarismo nazi, fallecido a los cuarenta y cinco años de edad, era enterrado en un cementerio para pobres de París. Faltaban tres meses para que Adolf Hitler invadiese Polonia. Apenas quedaba un año para que los nazis asesinasen a la mujer de Roth, que padecía esquizofrenia, en una cámara de gas. De repente se había hecho demasiado tarde. Demasiado tarde para todos. También para Europa.
Como recuerda Endless Flight, la primera gran biografía (544 páginas) de Joseph Roth en décadas, publicada hace pocos meses, la lápida del cementerio de Thiais es somera hasta la sequedad. No hay estrella de David ni tampoco una cruz, aunque el escritor se sintiese parte de una comunidad de creyentes. Simplemente se nos presenta, junto a las tumbas de cadáveres que nunca reclamaron sus familias, un pedazo de piedra con esta inscripción: “Joseph Roth, poeta austríaco, muerto en el exilio en París, 1.9.1894-27.5.1939”.
Pero algo no encaja. Y no encaja porque es imposible que un pedazo de piedra contenga la vida, las contradicciones inmensas y la ironía de un personaje excepcional en tiempos que aún hoy, casi cien años después, se nos escapan como agua entre los dedos. La tumba no podía llevar grabadas ni la cruz ni la estrella porque