“Yo vivía en casa de mis suegros donde la convivencia no era demasiado armónica. Un día fuimos a la feria de un pueblo de Guipúzcoa, Zumarraga, y nos encontramos con un stand donde vendían galletas y productos integrales. Como a mi mujer le apasionada ese tipo de alimentación sana, naturista y alternativa, nos acercamos al stand. Nos atendieron dos jóvenes de barba y pelo largo muy amables y acogedores que nos ofrecieron un folleto. Lo leímos y aceptamos la invitación de visitarles a su casa. En cuanto se nos abrió esta puerta pensamos que podía ser mucho mejor a lo que estábamos viviendo. Y de tantas veces que acudimos allí, y de ser bien atendidos terminamos instalándonos a vivir allí con nuestra niña de dos años”.
El testimonio de Nejmad se basa en siete años de convivencia donde lo dio todo: sus pertenencias, sus creencias, sus ilusiones… Dos de sus tres hijos nacieron allí y, aunque son muy felices con su nueva vida, mantiene su identidad en el anonimato porque su mujer ha vuelto al grupo y no quiere dañar el escaso vínculo familiar que ha supuesto su ingreso. “Estuve en las Doce Tribus durante siete años –continúa relatando Nejmad, ex adepto de esta comunidad–, siete años muy intensos. Por cierto, ya que desde el momento en el que uno entra pierde su propia personalidad, su manera de ser y se funde en una idea común. En principio nadie te obliga a quedarte, te puedes ir cuando quieras, pero hacen todo lo posible para evitar que te vayas: te persuaden y utilizan lo que yo denominaría chantaje espiritual. Allí te mentalizan con el Lago de Fuego, que es el infierno, y es el destino de los que rechazan, dan la espalda o traicionan habiendo conocido las glorias de la salvación. Hay mucha gente que permanece