Afinales del año pasado, supimos que veintitrés asociaciones vinculadas con Ucrania habían protestado porque La Scala de Milán, uno de los teatros de la ópera más prestigiosos del mundo, iba a inaugurar su temporada en diciembre con Borís Godunov, la extraordinaria creación del ruso Modest Músorgski. Del cartel de 2023 proponían eliminar, además, cualquier otra composición rusa, y sugerían que la mera presencia de Músorgski o de Piotr Ilich Chaikovski devolvía a los ucranianos todo el dolor de las ruinas de Mariúpol.
Tanto en los casos de Músorgski o Chaikovski como en los mucho más conocidos y recurrentes de la escritora J. K. Rowling o Pablo Ruiz Picasso, se cumplen algunos de los atributos principales de lo que hoy llamamos cultura de la cancelación. Aparece, en primer lugar, un colectivo capaz de convencer a una amplia multitud de que son los legítimos representantes de unas víctimas a las