Hoy ha muerto el primer español en el campo de Mauthausen. Guardad la cabeza bien alta, demos una vez más el ejemplo de nuestra solidaridad. Vamos a hacer un minuto de silencio». Es 26 de agosto de 1940.
Mediodía. Los reclusos españoles asisten al rutinario recuento por parte de los SS, en una calle de lo alto del campo de concentración. Alineados militarmente en filas de cinco, ese día no romperán filas al terminar. Permanecen firmes escuchando las palabras emocionadas de Julián Mur Sánchez, sindicalista y maestro de escuela de Zaragoza (fallecido en Gusen en octubre de 1940). Los españoles, con Mur al frente, habían tenido la osadía de pedir permiso para rendir homenaje a un caído. Un hecho inédito en un lugar construido para rendir tributo a la muerte, y no a sus víctimas. Un acto de rebeldía que contaba con el permiso del sádico entre sádicos, el Hauptsturmführer Georg Bachmayer, capitán de las SS al cargo del recinto interior de Mauthausen: un cruce de miradas bastaba para que lanzase a su perro Lord, mezcla de doberman y gran danés, a despedazar a mordiscos a un desdichado. Joan de Diego, superviviente del campo a quien debemos la memoria de este episodio, cree que Bachmayer cedió al considerarlo una locura sin importancia. Y sin embargo, su peso simbólico no pasó desapercibido. «La noticia corrió de boca en boca. Raramente viviremos momentos más emocionantes que aquellos… ¡Cuanta nobleza fluía de aquellos hombres!» recordaría años después Joan de Diego, quien más tarde comparecería como testigo en los procesos de Colonia (1966/67) y Frankfurt (1970). Ese día nació, dijo, la solidaridad en el campo.