SIN LÍMITES
EL SILENCIO ALIADO
En el verano de 1944, la verdad sobre los campos de concentración y exterminio era conocida por cualquiera que tuviera ojos en la cara. El informe de Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, dos judíos eslovacos que habían escapado de Auschwitz en abril de ese año y habían relatado su experiencia al Consejo Judío Eslovaco, se había traducido ya al alemán y al francés. Con cierto retraso, en noviembre, la Junta para los Refugiados de Guerra lo dio a conocer en Estados Unidos, lo que no quiere decir que la opinión pública americana fuera, hasta entonces, ajena al horror.
El 20 de junio, el había publicado una pieza sobre la matanza de 7.000 judíos checos, precisando que habían sido arrastrados a las cámaras de gas en el complejo de Auschwitz-Birkenau. A primeros de julio, el citado medio, en un artículo firmado por su corresponsal en Ginebra, Daniel Brigham, cifró en “un millón setecientos quince mil” el número de judíos asesinados en los campos de la muerte, y tres días más tarde el mismo periodista certificó que los hechos eran “incontrovertibles”. También la BBC habló alto y claro, y hasta el gobierno español estaba al tanto: el encargado de negocios en la embajada española en Hungría, Ángel Sanz Briz, había leído el documento de Vrba y Wetzler e informado al ministro de Exteriores, José Félix de Lequerica, sobre el “trato a los judíos en los campos
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