SIN LÍMITES
Contra el lugar común y lo que tanto se publicita en el extranjero, la muerte no nos brinda a los mexicanos un motivo de festejo, ni es causa de júbilo o gracia. Lo que en realidad hacemos es recordar a nuestros muertos con regocijo. Pensemos que las festividades del 2 de noviembre no buscan ‘celebrar la muerte’, sino agasajar a quienes han fallecido. Son las actitudes ante los símbolos mortuorios–y no la ocurrencia del deceso en sí mismo–lo que desconcierta a muchos en el resto del mundo, desde los coloridos altares hasta comer ‘pan de muerto’ y calaveras de azúcar personalizadas, ideas que provocan un choque cultural en los foráneos. Un caso ejemplar, simbólico: la imagen de la Catrina, el producto iconográfico mexicano de exportación por excelencia, creado por el grabador José Guadalupe Posada (1852-1913), que busca no tanto servir como diversión sino despojar de solemnidad al proceso inevitable de la vida.
Estoy ante varios ejemplares de las llamadas gacetas callejeras, las hojas noticiosas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, editadas por el impresor Antonio Vanegas Arroyo (1850-1917) e ilustradas precisamente por Posada. Famosas por difundir gran variedad de temas populares durante la época porfiriana, son las crónicas noticiosas de hechos extraordinarios y criminales los que más llaman la atención–y seguramente las que más se vendían en su momento–. Las que examino tienen titulares sensacionalistas: “¡Horroroso asesinato!”, “Espantoso crimen nunca visto!”, “¡¡Horrible y espantosísimo acontecimiento!!”, todos acompañados por un grabado que describe la escena cuyos pormenores, tema que el cronista abordó acuciosamente en su libro (1994). La muestra, curada por el artista gráfico Rafael Barajas “El fisgón”, abordó la historia del periodismo que investiga sobre los hechos criminales en la sociedad nacional, desde el Virreinato hasta nuestros días.
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