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De turrones y grafitis en Lleida

Agramunt y su larga tradición chocolatera y los murales de Penelles. Dos rincones leridanos rodeados de viñedos, arboledas y lagos

Un mural en el pueblo de Penelles (Lleida).
Un mural en el pueblo de Penelles (Lleida).JOSEP CANO

Acaba de publicarse un libro infantil de Valeria Kiselova Savrasova y Sara Casilda titulado La fábrica de turrón (editorial Corimbo). Bajo un viejo almendro se halla una fábrica de turrones, peladillas, roscos y polvorones en la que trabajan gnomos, los cuales cantan alegres mientras se ponen manos a la obra. Entonces, un osito se cuela en la fábrica precipitando una tierna peripecia en la que se asoman Papá Noel y otros personajes propios de una época cuyo producto estrella tiene unos orígenes centenarios que es posible conocer in situ.

Ese lugar de fabricación de dulces en el que se adentra este osito curioso podría ser perfectamente el que está ubicado en Agramunt, en la comarca leridana de Urgell, cuna del turrón y del chocolate a la taza desde el siglo XVIII. Aquí se concentra una gran tradición al respecto, con las empresas Roig, Virginias, Fèlix y Vicens. Esta última es hoy todo un imperio, comandado por el maestro turronero Àngel Velasco, que lleva trabajando en esta dulce industria desde los 14 años, cuando en la pastelería barcelonesa en la que se inició conservó en la memoria una receta original de turrón cremoso de almendra. En la actualidad, el que produce Turrons Vicens, la compañía que adquirió hace 20 años, se distribuye por el mundo entero y cuenta con tiendas —abiertas todo el año— en Cataluña, Madrid, Irún, Mallorca, Andalucía, Francia, México y hasta Dubái.

COVA FDEZ.

En Agramunt puede visitarse una de ellas, con el aliciente de conocer los nuevos turrones lanzados este mes de diciembre, de la mano del célebre repostero Albert Adrià: de baklava (un típico pastel turco con base de pistachos), de naranja, de tarta Sacher, de galleta; de queso, membrillo y nueces; de mazapán músico y de frutas con mazapán. Un manjar para los más golosos que se complementa con la campaña Turrón solidario, que se inició hace cinco años para colaborar con el hospital Sant Joan de Déu.

Junto a la tienda, Jaume Jovell, todo un erudito en estas lides, dirige el Museo del Turrón y del Chocolate, donde se cuenta —mediante audiovisuales, fotografías y herramientas con las que antiguamente se manipulaba la miel o las avellanas— cómo surgió la elaboración artesanal del turrón. Ocurrió, según está documentado, en 1741, y la familia Vicens empezó a prepararlo para venderlo en las ferias desde 1775.

Un lustro antes ya existía Xocolata Jolonch (compañía que compró Velasco en 2013), que fue el primer fabricante y comercializador de chocolate en Europa y el segundo en el mundo. Un producto tan asentado en la zona que el expresident Lluís Companys, natural del cercano pueblo de Tarrós, antes de ser ejecutado en el castillo de Montjuïc pidió que le trajeran pan y chocolate de Agramunt. Xocolata Jolonch cuenta en este pequeño pueblo con un edificio multidisciplinar, en cuya cafetería aún se puede ver cómo se elabora el chocolate con máquinas centenarias. Tiene también un salón para actos culturales y recuerda a figuras clave de la historia del lugar, como el pintor Josep Guinovart, que pasó su infancia allí y sobre quien se inauguró en 1994 un centro de arte contemporáneo. Y es que, no en vano, su obra gira alrededor de Agramunt, su territorio, su paisaje, su gente.

Turrones de la empresa Vicens, ubicada en Agramunt (Lleida).
Turrones de la empresa Vicens, ubicada en Agramunt (Lleida).

Todo lo relacionado con Turrons Vicens, su mezcla de tradición e innovación ejemplar, ya merecería una visita a esta localidad, la cual podría extenderse a otros rincones apetecibles de este sitio conquistado en 1070 por Ermengol IV d’Urgell. Semejante elemento histórico puede rastrearse entrando en la iglesia románica de Santa María, del siglo XII, declarada monumento nacional en 1931, y también conociendo enclaves cercanos como Penelles, pueblo ubicado a unos 15 kilómetros, ya en la cercana comarca de Noguera, que también ordenó ocupar Ermengol IV, haciendo construir un castillo junto a una balsa de agua aprovechando unas peñas (de ahí el nombre, pinnella, en latín) que hacían de muralla. Esas aguas, controladas por un canal, harían desarrollarse a la población a los pies de la sierra de Bellmunt-Almenara.

Así, perdiéndose por la naturaleza colindante, se otea, desde un cerro rocoso conocido como Rocafinestres, el Montsec y el Prepirineo, más la plana de Lleida. Por la zona está además el Castell del Remei, con restaurante, enoteca, un santuario a la Virgen del Remedio y la bodega de vinos finos de crianza más antigua de Cataluña, cuya actividad se remonta a 1780. Aunque si últimamente Penelles ha adquirido notoriedad es gracias a los murales, más de 100, que sus paredes regalan al visitante. A partir de una iniciativa del Gargar Festival, tanto artistas locales como internacionales se dan cita aquí una vez al año para pintar muros en los que aparecen retratados gentes rurales o animales.

Desde el castillo del Remei merece la pena caminar, en una ruta de unos ocho kilómetros, hasta el estanque de Ivars y Vila-sana, recuperado en 2005 después de que fuera desecado más de medio siglo antes: hoy es una laguna de agua dulce, de 126 hectáreas y 6 kilómetros de perímetro, que es posible recorrer a pie, en bicicleta o a caballo, y en los que nos tropezamos con la masía de Cal Sinén, que contiene un centro de interpretación del estanque. No en vano, las infraestructuras hidráulicas cambiaron la fisonomía del paisaje y revolucionaron la ganadería e industria locales.

Y entender tal cosa es fácil al visitar el Espacio Cultural de los Canales de Urgell, que nos traslada a 150 años atrás, cuando aquellas tierras eran áridas y la llegada del agua significó una auténtica resurrección. Ahora, en torno a este paraje y la finca del Remei se extienden viñedos, arboledas y lagos, en los que pululan los pavos reales y las aves de corral o acuáticas, los nidos de cigüeñas, de lechuzas, de cernícalos e incluso de murciélagos. Todas esas criaturas que, de repente, abandonan la tierra o el aire y pueden acabar en las páginas de un libro ilustrado que, ante la inminente Navidad, nos invitan a ser niños de nuevo.

Toni Montesinos es autor de ‘El fruto de la vida diversa' (Universidad de Valencia, 2020).

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