Los fantasmas como metáfora política
Es improbable que una comedia sobre espíritus que embrujan una casona funcione en España, donde las guerras y los pelotazos urbanísticos han acabado con todo abolengo
Un viejo chiste inglés dice que cuando los británicos decidan conducir por la derecha harán el cambio gradualmente, no de un día para otro. Se parodia así esa templanza nacional, tan reacia a la revolución, que a punto estuvo de irse al carajo con el Brexit. No es extraño que un país que prefiere comprar la leche por galones y es capaz de tener como jefa de Estado a una líder religiosa sin comprometer por ello su laicidad sea el mayor productor y exportador mundial de fantasmas.
Los fantasmas se dan bien en castillos y mansiones viejas. Son un cultivo exigente que arraiga despacio y no da sus primeras cosechas hasta pasadas unas generaciones. Es improbable que funcione en España, donde las guerras y los pelotazos urbanísticos han acabado con todo abolengo, abono imprescindible, pero en la campiña británica se crían que da gusto, dando pie a una literatura riquísima. En Movistar + se puede ver el último cuento del género que triunfa en la BBC, Fantasmas, una comedia maravillosa que solo es posible en una nación que nunca da por muerto el pasado.
La figura del espectro atrapado para siempre en una casa me parece una metáfora política inmejorable para entender el legado y la continuidad. Nacemos en países heredados que no siempre son cómodos ni fáciles de reformar. A veces, ni siquiera nos gustan y suelen contener fantasmas que nos asustan o incordian. Hacer política es el arte de amueblar e intervenir en la casa sin tirarla abajo y de encontrar una manera cordial de convivir con esos fantasmas que no asumen que la casa ya no es suya. En España estamos muy lejos de entender la política así, quizá porque somos más de piqueta que de reforma, pero ahora que vemos tanto la BBC, a lo mejor se nos pega algo de sus cuentos.
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