En campaña
PP y PSOE ofrecen distintas salidas a la crisis, a pesar del poco margen de maniobra existente
Pocas veces unas elecciones generales han parecido tan sentenciadas como las del próximo 20 de noviembre. A pocas horas del inicio oficial de la campaña se confirmó que el número de desempleados en España era el mayor del periodo democrático; y también, que el macrosondeo realizado por el CIS ampliaba hasta 17 puntos la distancia entre los dos principales partidos, PP y PSOE. Las expectativas que los dirigentes socialistas depositaron en su candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, ya decrecientes desde el inicio de una precampaña que comenzó en julio, recibieron un duro golpe en el momento mismo en que debían poner en marcha la maquinaria electoral.
Desde el lado de los populares, esas mismas noticias han servido para orientar el tono de la campaña, al menos durante las primeras horas. El temor a una movilización del electorado socialista ante la contundencia de los sondeos ha hecho que Mariano Rajoy proclame con insistencia la voluntad de gobernar para todos, y que se haya esforzado en evitar la tentación del triunfalismo.
Sobre el papel, socialistas y populares se presentan como dos salidas diferentes para la crisis económica. Estos últimos proponen un regreso a las recetas de 1996, olvidando deliberadamente que la recuperación de la economía española había comenzado antes de que llegaran al poder y que la difícil situación actual empezó a fraguarse con las decisiones y políticas de entonces. Los socialistas, por su parte, tratan de compensar las políticas de austeridad y los recortes del gasto público que han realizado desde el Gobierno, poniendo un mayor acento en las subidas de impuestos y en los estímulos públicos para reactivar la economía. Lo que revelan los sondeos es que estas propuestas no calan en el electorado, seguramente porque la pérdida de credibilidad del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero se ha trasladado de forma íntegra al candidato Rubalcaba. Pero tampoco es seguro que el apoyo al Partido Popular responda a la confianza en su programa, del que se conocen más los silencios que las propuestas. El cambio político que vaticinan los sondeos parece referirse más a siglas y personas que a programas, quizá por la extendida conciencia de que el margen de maniobra para los países de la zona euro es escaso, casi inexistente.
El previsible Gobierno del Partido Popular tendrá inicialmente a su favor el hecho de que las políticas de austeridad y los recortes no están en contradicción con su filosofía, aunque sí con su más reciente discurso electoral. Confiar en que el respaldo ciudadano, por masivo que resulte, le concederá manos libres para hacer lo contrario de lo prometido en campaña es una apuesta arriesgada. La crisis actual nada tiene que ver con la de principios de los años noventa, cuando abandonar el estribillo de "paro, corrupción y despilfarro" en favor de la letanía de "España va bien" bastó para que el Partido Popular apuntara en su haber una recuperación a la que se subió en marcha. Ahora no son estribillos ni letanías los que permitirán crear empleo y reactivar la economía, sino decisiones. Después de adoptar unas desde el Gobierno, el Partido Socialista propone las contrarias en su programa. Pero el Partido Popular se limita a hacer historia interesada de su paso por La Moncloa, como si sus dirigentes no acabaran de advertir la profundidad de la crisis con la que previsiblemente tendrán que lidiar.
Un único debate televisado entre los candidatos de los dos principales partidos no parece suficiente para decidir el voto en condiciones normales, mucho menos en las de hoy. Pero podría servir, al menos, para que los ciudadanos tuvieran una idea más precisa de la situación en la que se encuentra el país y de lo que de verdad les aguarda al día siguiente de depositar su voto en la urna.
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