Partidismo zen
Tenemos uno de los ambientes políticos más tóxicos de las democracias, pero, en el día a día, nuestras políticas transitan por los serenos cauces de la moderación
¿Y si, aun estando locos, los españoles somos los más cabales de Europa? En ningún otro gran país, los dos partidos fundamentales del consenso de posguerra, populares y socialistas, tienen tanta fuerza electoral. A los demás, o solo les queda una de las dos patas (como la CDU en Alemania o el PD en Italia) o ninguna (como en Francia). La extrema derecha, o izquierda, ha gobernado, gobierna, o gobernará más allá de los Pirineos.
¿Cómo es posible que España esté tan polarizada de palabra y tan centrada de obra? No hace falta recurrir a las métricas internacionales, donde destacamos como uno de los ambientes políticos más tóxicos de todas las democracias. Basta con seguir una sesión de control en el Congreso para darnos cuenta de que el fango ha inundado el debate político. En lugar de discutir sobre los mil problemas que afectan a la ciudadanía, de los precios de los alimentos a los pisos turísticos, nos pasamos el día mentando a jueces, fiscales, cloacas policiales y cavernas mediáticas. Pero, en el día a día, nuestras políticas, de la reforma laboral a la deuda pública, pasando por la energía y la imposición verde, transitan por los serenos cauces de la moderación, tanto en términos históricos como comparados con otras naciones.
La causa de esta dualidad es que PSOE y PP practican lo que podríamos llamar “partidismo zen”. A diferencia de sus compañeros en sus respectivos grupos del Parlamento Europeo, PSOE y PP se atacan de manera despiadada. Dialécticamente, se lanzan a la yugular del otro, tratando de desacreditarlo como opción de gobierno. Gobiernas de forma ilegítima, no has ganado las elecciones, eres corrupto, quieres asaltar el poder judicial, dicen unos. Sois ultraderecha, tenéis la sede pagada con dinero de la corrupción, y difamáis a través de terminales mediáticas, responden los otros.
Estos discursos hiperventilados explican, y también reflejan, la fuerte polarización afectiva que existe en España. Nuestros socialistas sienten mucha antipatía por los populares y viceversa. Pero, en la mayoría de cuestiones centrales (de la UE a la inmigración, pasando por la propiedad privada y la sanidad pública), la distancia entre una persona del PSOE y otra del PP es pequeña.
Y eso se traduce en que, cuando hay cambio de gobierno, no hay un terremoto en las políticas. PP y PSOE son centrípetos en política, aunque sean centrífugos en retórica. Es verdad: pagamos un precio alto —el griterío constante— por tener políticas sensatas. Pero, a diferencia de otros, las tenemos.
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