El incordio de no enterarse de nada
Los alumnos españoles han retrocedido tres puntos, según el informe PISA, en comprensión lectora, el pilar sobre el que se construye el entendimiento del mundo y de la vida
Todavía se lee mucho en el metro y en los trenes. Los vagones van de una estación a otra, y los que se han sumergido en un libro o, ahora con más frecuencia, en el móvil, realizan al mismo tiempo otro trayecto. El mundo ha quedado suspendido ahí afuera, no hay manera de seguir interviniendo en lo que toca (el trabajo, llevar a tus hijos al colegio, hacer la compra, ir al médico), así que hay un paréntesis, vas solo, te enganchas a las palabras. En una exposición que se pudo ver hace unos meses en Madrid en la Fundación Mapfre había un montón de fotografías de Louis Stettner de gente que viajaba en el metro o en el tren en los años cincuenta, y en alguna de ellas muchos leían. Tenían delante esos antiguos y enormes periódicos que obligaban a hacer una verdadera pirueta para pasar de una página a otra sin descomponer el artefacto, y estaban totalmente absortos. Vaya usted a saber lo que había llamado tanto su atención: una guerra, la crónica de un crimen, el resultado de un partido de béisbol, los anuncios de pisos vacíos. Iban de camino para hacer una gestión trivial o quizá se dirigían a una cita más importante: repartirse una herencia, conseguir un empleo, hacer el amor. Y, mientras tanto, abrieron el periódico, y desconectaron.
Tratamos con la realidad de esa manera. A veces resulta que hay que implicarse y otras, simplemente dejar que pase el tiempo. La lectura está con frecuencia en ese terreno de nadie. Muchas veces no es una obligación, pero tampoco necesariamente un placer (por lo menos, en ese momento). Digamos que te pones a leer porque no hay más remedio: vas en el metro, quedan unas cuantas paradas. Sería francamente un incordio que no comprendieras, pongamos por caso, lo que cuenta esa noticia sobre el resultado de la negociación de los sindicatos con una poderosa multinacional que va a dejar a algunos miles de empleados en la calle. Pues en esas andamos: los resultados del informe PISA no han dejado bien a España, hemos bajado de nota en comprensión lectora (va a resultar más cómodo quedarse como un pasmarote que entretenerse con la lectura).
No es una buena noticia, porque seguramente lo más importante de una buena formación es que te enseñe a leer y que te entrene a hacerlo. Y a hacerlo bien, comprendiendo lo que las palabras dicen y, de paso, la realidad a la que hacen referencia. Lo que cuenta es que al final leer te resulte casi tan fácil como respirar, que en ningún caso vayas a atorarte al hacerlo, que fluyan las letras y que fluya tu entendimiento de las cosas. Al cabo, gracias a la lectura se echan raíces en la tierra, pero incluso te ayuda a tratar con tus propios demonios, a mirar las estrellas o a abrirte a otros mundos.
En los cincuenta se leían esos periódicos inmensos y hoy ya casi solo se utilizan los teléfonos móviles. Levantas la vista en el metro y todo el mundo está absorto en sus pantallas. Muchos leen, e inician así otro tipo de trayecto que los lleva a un sitio distinto de aquel al que los está conduciendo el tren en el que se desplazan. Otros caminos, otras realidades, otras ventanas desde las que mirar lo que está pasando. Y por eso es un desastre que las cosas vayan mal en comprensión lectora. La vida se nos escapa.
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