Ecos de nuestros deseos
Debemos comprender que hemos desperdiciado años queriendo empezar la casa por el tejado, cuando lo primero son los cimientos
Los andaluces, al menos quien les escribe, llevamos décadas anhelando una Andalucía mejor que la que tenemos. Vemos al resto de España con distancia económica, con un cierto complejo por no ser capaces de dar a los nuestros lo que otros tienen. Somos un pueblo orgulloso y con fuerza, pero a su vez somos conscientes de lo que nos falta, de lo que carecemos, lo que nos obliga a no autocomplacernos, a luchar por algo mejor.
Es por ello que hemos dedicado muchos años a debatir sobre cómo dar ese salto cualitativo, sobre cómo dejar de ser la penúltima región en bienestar por persona o de las que más almas guardan cola en las oficinas de empleo. Tantos que cada uno de nosotros no recordamos otra cosa desde que vimos por primera vez el cielo azul de nuestra tierra. Y ahí seguimos, décadas después. Hemos logrado cosas, en términos absolutos hoy podemos decir que vivimos mejor que hace 40 años, sin duda. Pero no es suficiente.
Paradójicamente, en el momento más dramático de nuestra historia reciente, se nos abre una gran oportunidad y perderla sería imperdonable. La afluencia de fondos y proyectos llenarán la cartera de recursos y opciones para darle la vuelta a nuestra región y permitir que se convierta no solo en un ejemplo de hospitalidad y buena gente, sino también de excelencia y prosperidad. El truco está en saber tocar las notas adecuadas.
Sin embargo, la experiencia pasada no ayuda a ser optimistas. Cualquier discurso que podamos oír sobre nuestra tierra y su futuro se ha llenado de palabras de cambio, de nuevo modelo productivo y de impulsar inversiones estratégicas en sectores punteros. Pero año tras año nos despertamos del sueño comprobando que esas palabras han sido en gran parte ecos de nuestros deseos, pero no de la realidad. La distancia que nos separa del resto de nuestras naturales referencias no se ha acortado. Habremos mejorado, sí, pero no más que otros, y esto no nos debe satisfacer.
Uno de los grandes errores que hemos cometido y que explica esta falta de convergencia es que solemos confundir instrumentos con objetivos. Debemos comprender que hemos desperdiciado años queriendo empezar la casa por el tejado, sin comprender que lo primero son los cimientos. Nuestros esfuerzos deben centrarse en crear un ecosistema para el cambio, un sustrato para un crecimiento sostenido y de calidad y para ello las políticas son muy claras. Pero nos hemos empeñado en plantar sin asegurar que el ecosistema nos permita recoger los frutos de las políticas.
Es imposible crear una región de progreso cuando tenemos los mayores registros de abandono escolar del país. No podemos alcanzar ninguna cota de excelencia con la mayor mortandad de empresas antes de los cinco años. No seremos capaces de lograr nada con ratios de investigación mínimos. Simplemente no terminamos de entender que sin una base educativa, formativa e/o innovadora no llegaremos muy lejos. Y para lograr esto no lo conseguiremos financiando grandes proyectos, sino fortaleciendo a quienes lo pueden hacer posible: nosotros. Nosotros somos ese ecosistema. Nosotros daremos sentido al cambio, pero antes debemos cambiar nosotros.
Por eso, sería un error creer que centrarse solo en sectores “punteros” cambiará nuestra economía. Obviamente debemos darle cariño, y cierta preferencia. Pero lo importante es que todos los sectores andaluces con capacidad de competir apuesten por la innovación y la excelencia; punteros y de calidad. Una región con ocho millones de almas no puede emplearlas en startups o centros de investigación. Debemos entender que lo importante no es lo que se venda, sino el valor con el que se riegue nuestra tierra. Y esto se puede lograr con productos de la huerta, principios activos de fármacos, alerones de cazas o vistas al mar desde una ventana. Desde luego la composición es importante, pero la obsesión no debe estar en qué podemos producir, sino cómo y con qué. Tenemos que apostar por un modelo productivo con valor añadido, y para ello lo importante es crear esos cimientos. Enriquecer el sustrato. Lo demás vendrá después.
Siempre hemos sido una tierra de trabajadores. Emigrantes y familias sacrificadas. Jornaleros con la frente quemada al sol y obreros de manos fuertes y castigadas. Pero ahora toca ser otra cosa. Y en eso debemos apostar. Los fondos no deben discriminar de manera forzada a los sectores productivos, sino poner patas arriba todo el sistema productivo andaluz, ya sea tecnológicamente avanzado o ya sean los más tradicionales. Debemos cambiar las bases de nuestro modelo apostando por el hierro que lo sostiene: el capital humano. Solo así habrá futuro. Solo así habrá bienestar para una Andalucía de progreso.
Manuel Hidalgo es profesor de Economía Aplicada de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla y ex secretario de Economía de la Junta de Andalucía.
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