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INFORME DE GOBIERNO
Columna
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El país de la transformación

El último discurso de Gobierno de López Obrador fue un acto de autoglorificación y un auténtico mitin partidario, repleto de datos y cifras malabareados, rasurados y retorcidos para apuntalar el discurso oficial

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, habla durante el sexto informe de gobierno este domingo, en el Zócalo de Ciudad de México. Foto: Isaac Esquivel (EFE) | Vídeo: EPV
Antonio Ortuño

El presidente Andrés Manuel López Obrador dio su último informe de Gobierno el domingo 1 de septiembre. Dentro de un mes, traspasará la banda tricolor que porta tradicionalmente el jefe del Ejecutivo a su sucesora, Claudia Sheinbaum. No cabe duda de que el país que encontró el actual Gobierno al tomar el poder ha cambiado muchísimo con respecto al que vemos hoy. Salta a la vista.

Sin ir más lejos, los informes, en sexenios anteriores, eran actos de autoglorificación y auténticos mítines partidarios, repletos de datos y cifras malabareados, rasurados y retorcidos para apuntalar el discurso oficial. Hoy, por el contrario, vimos un informe que fue un acto de autoglorificación y un auténtico mitin partidario, repleto de datos y cifras malabareados, rasurados y retorcidos para apuntalar el discurso oficial (quizá se ha malinterpretado aquello de que ya tenemos un sistema de salud “mejor que el de Dinamarca”, y todo se trataba de un alivio cómico en medio de la alocución presidencial, aunque es cierto que debió indicarse de algún modo).

En los tres sexenios anteriores, por ejemplo, la violencia criminal aplastó la vida mexicana. En el periodo de Gobierno de Vicente Fox (2000-2006) se produjeron 53.275 homicidios; en el de Felipe Calderón (2006-2012), la cifra se disparó a 102.812; en el Gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018) pasamos a 130.626. En cambio, a un mes de que termine el actual sexenio y según los propios números de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana federal, se han producido 196.287 (y la cifra final, una vez que se incluya septiembre, rondará los 200.000). Esto, según el informe de Gobierno, representa una disminución clara.

En el terreno de la violencia, por cierto, no sirve de mucho fingir que estamos mejor que Dinamarca, pues allí jamás se ha rebasado la cifra de 59 asesinatos al año, al menos durante el más reciente decenio, lo que les da una tasa de menos un homicidio anual por cada 100.000 habitantes, mientras que la de México ha oscilado en este sexenio en torno a los 25. Es decir, 25 veces (proporcionalmente, claro) más. Pero en fin: esos son detalles.

Pasemos a otros terrenos. Los mexicanos que ahora andamos en nuestros años 40 (y aquellos que nos superan en edad, que también son varios millones) crecimos en un país con una democracia francamente curiosa, a la que se llegó a denominar “dictadura perfecta”. El presidente, entonces, era un emperador sin contrapesos, que controlaba las dos cámaras del congreso y al Poder Judicial y ejercía un estricto control sobre la información pública, que era, consecuentemente, opaca. Hoy las cosas son muy distintas, porque la presidenta entrante tendrá el control de las dos cámaras legislativas y del Poder Judicial (gracias a la reforma recién aprobada y a los enjuagues de la sobrerrepresentación) y también el de la información pública (una vez que se liquidó el mecanismo autónomo de transparencia). Se trata de un avance estructural notable, como puede verse.

Otro tema sensible. La pasada presidencia fue incapaz de aclarar el destino de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y de las otras miles y miles de personas desaparecidas en todo el territorio nacional, tanto ciudadanos como migrantes extranjeros. Esta, sin embargo, fue incapaz de aclararlo también. Otros Gobiernos no pudieron detener las amenazas y violencia en contra de la prensa, pero este tampoco. ¿Quién dice que no estamos embarcados en una transformación?

Claudia Sheinbaum ejercerá el Ejecutivo a partir del próximo 1 de octubre. Ya en serio: ojalá su presidencia no se parezca a las de sus antecesores.

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