Obama y Cuba, Trump y Corea del Norte
Un halcón beligerante convertido en pacifista en Singapur
Fue el 17 de diciembre de 2014. En simultáneo, Raúl Castro desde La Habana y Obama desde Washington aparecieron en la pantalla de televisión para informar sobre el histórico evento. Agradecieron al Papa por sus buenos oficios y no ahorraron elogios mutuos. Un Castro diciendo que el presidente de Estados Unidos merece el reconocimiento y el respeto del pueblo cubano ya era hacer historia de por sí.
Así comenzó el deshielo. El acuerdo incluyó la liberalización de las remesas, los viajes y las transferencias bancarias, y el gobierno cubano permitiría mayor acceso a Internet. Nunca se especificó si habría derechos civiles y políticos o si el régimen de partido único continuaría indefinidamente, ahora con una cierta anuencia del Gobierno de Estados Unidos.
Obama fue a La Habana y dio una clase magistral de constitucionalismo ante un parlamento con representación monopólica del Partido Comunista. Pero no fue más que una clase. Desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, los cubanos no gozan de más libertades. La Cuba del deshielo se ha abierto al mundo para transformarse en destino obligado de las celebridades internacionales, no para abrir su sistema político.
Y ese fue el "bad deal" de Obama que Trump reprobó constantemente; haber concedido mucho a cambio de nada. De ahí que él mismo haya alterado algunos términos de dicho acuerdo. Cuba debe liberar a los presos políticos, respetar la libertad de expresión y de reunión, legalizar todos los partidos y llevar a cabo elecciones libres con observación internacional, advirtió el presidente de manera perentoria en junio de 2017.
Resulta paradójico que la misma crítica se le haga hoy al propio Trump en relación a similar régimen totalitario y de partido único en Corea del Norte. Esta historia comenzó con los ensayos nucleares de un lado y las temerarias amenazas del otro. En agosto pasado Trump prometió "fuego y furia" y luego en su discurso en Naciones Unidos amenazó con "la destrucción total" del país. Fue allí cuando se refirió a Kim Jong-un como "rocket man".
Según algunos, la amenaza de Trump fue tan creíble que obligó al líder norcoreano a sentarse a la mesa de negociaciones en Singapur. Y a partir de allí se sabe poco sobre los detalles de lo acordado, especialmente acerca de la "completa, irreversible y verificable desnuclearización", según reza la fórmula en cuestión. Por ello existe un cierto consenso en señalar que Trump concedió mucho a cambio de poco, tal como se le criticaba a Obama.
De ahí que la prensa internacional haya declarado a Kim el gran vencedor al obtener la legitimación del propio presidente de Estados Unidos. Ello bajo un aluvión de elogios, el congelamiento de los ejercicios militares estadounidenses, la probable eliminación de las sanciones y la intención declarada del presidente de remover las tropas de Corea del Sur.
Y además ni una palabra sobre las violaciones de derechos humanos que son rutina bajo el Estado policial norcoreano. El Secretario de Estado Pompeo viajó de inmediato a Tokio y Seúl para tranquilizar a los aliados, asegurándoles que toda decisión estratégica en la península coreana será conversada con ellos.
La gran victoria de Trump ha sido el efecto disuasivo del encuentro, la suspensión de los tests misilísticos y las pruebas nucleares, y la voluntad de Pyongyang de desnuclearizar, aunque sin detalles específicos. En definitiva, Trump ha logrado una significativa reducción de las percepciones negativas, factor de crucial importancia en cualquier escenario de conflicto.
Curiosamente, el beligerante halcón Trump se convirtió en pacifista en Singapur. Tal vez haya concedido mucho a cambio de poco, pero ello jamás podría ser poco. No es un juego de palabras. Más allá de las semejanzas, Corea del Norte no es Cuba: sus misiles llegan al territorio continental de Estados Unidos.
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