¿‘Guirifobia’? Eso no existe en el Sónar
Las tensiones por la turistificación de Barcelona no se perciben en el inicio del macrofestival que en 2023 tuvo un 32% de asistentes extranjeros desde 101 países
Si algo se entiende al pasear por la plaza del pueblo del Sónar, el Village del festival de día, es que aquí nadie grita “¡Basta!” frente a la presencia de turistas. Al menos, en el primer día de convivencia. El jueves, en el arranque de esta macrojuerga urbana ni se invoca ni se menciona ese grito de guerra, el lema elegido por 80 entidades para liderar la que se espera que sea la primera gran manifestación de protesta por la turistificación de Barcelona el próximo sábado 6 de julio. La tensión por la presencia de extranjeros, ya sean de paso, expats o nómadas instalados en la ciudad, es inexistente.
“Me encantan los guiris, ¡que vengan todo lo que quieran!”, enuncia a duras penas por el estruendo de del bombo y con una afonía incipiente, Elías, de 43 años, residente en la ciudad y veterano del Sónar (lleva 15 ediciones sin fallar). “Depende del festival al que vayas, ahí pueden incordiar más o menos, pero aquí nunca he sentido mal rollo alguno”, aclara.
Su percepción está en sintonía con su grupo de amigas, compañeras de la oficina en la que se dedican a organizar eventos en Barcelona. Tanto Natalia (45 años, diez años acudiendo al festival); Carmen (43 años, siete ediciones de Sónar como público) y Marta, (42 años, que se estrena por primera vez) no sienten desdén alguno por la presencia de público foráneo. “Hay guiris porque hay guiris en la ciudad todo el rato, pero a mí ni me molestan aquí dentro ni fuera, la verdad”, dice Marta, que ignora que una semana atrás 2.000 jóvenes protestasen contra el turismo masivo por el centro de la ciudad, que se haya convocado una gran marcha en pocas semanas por la misma sensación de hartazgo o que se acabe de firmar un manifiesto de 200 personalidades de la cultura, la academia y el activismo contra la “sobrexplotación de Barcelona”.
Tras la aparición de pintadas con “Tourist Go Home” en las fachadas de los edificios de Gràcia durante las fiestas populares del agosto pasado y los “Be Cool Go Home” vistos en pancartas en las protestas contra el turismo en los accesos del Park Güell, la fatiga turística que apunta a la presencia de extranjeros también ha llegado a los macrofestivales, eventos que concentran a más de 10.000 asistentes en una jornada. En el Primavera Sound, el primer gran festival de la temporada, el binomio “locales VS guiris” fue una tónica constante de la conversación irónica sobre el festival. Su variante más cómica estaba en los tuits sobre la actuación del grupo Stella Maris y la incredulidad que la performance del grupo creado en serie de los Javis podía generar en los turistas. Las cotas más altas de tensión se leyeron en un hilo de conversación en Reddit en el que un expat y varios visitantes foráneos se quejaban (en inglés) del trato de recibido durante el evento en su última edición.
“Vivo aquí y, desafortunadamente, ya estoy acostumbrado a la discriminación de bajo nivel por la que nos encierran en una categoría (nos llaman ‘guiris’)”, contaba un usuario. “Pienso igual, estoy cansado de ese insulto condescendiente”, decía otro. Un tercero los apoyaba y decía que “está claro que los locales son muy molestos: solo vienen a ponerse ciegos y ser ruidosos”, para añadir que “parece que la basura española no puede aguantar cinco minutos sin fumarse un cigarro”. El festival cerró la edición de 2024 con 268.000 asistentes. El porcentaje de público internacional, ya estable según los datos que facilita la organización, se sitúa en un 59%, con incremento de asistencia norteamericana, inglesa e italiana.
“Supongo que la irritación no tiene tanto que ver con lo que pasa dentro de los festivales, sino con lo que pasa fuera. Me importa más que las vecinas estén hartas que si el festival de turno está perjudicado por una supuesta fobia al de fuera”, dice Carol, de 23 años, más politizada con la problemática turística que los veteranos, pero sin preocuparse por ella dentro del recinto. Es su segunda vez en el Sónar y su tercer festival en 2024, tras pasar por el Embassa’t y el Primavera Sound. “Yo sobre todo he venido a ver a la escena local, que está muy presente en el cartel, y paso bastante del mainstream, que posiblemente es lo que más concentre a la gente de fuera”, asegura.
Todavía sin porcentajes de asistencia de esta edición, el Sónar cerró 2023 con 121.000 asistentes, de los que un 32% eran visitantes extranjeros llegados desde 101 países. La cifra era casi la mitad del 60% de público internacional que tuvo en 2012 y por debajo del 45-50% de las ediciones anteriores a la pandemia y el Brexit. “El espacio que ha dejado el público británico lo han recuperado los catalanes y españoles”, dijo el codirector del festival, Ricard Robles, al presentar el balance de 2023.
Entrada la tarde del jueves, y mientras el Village empieza a calentarse de cara a la puesta de sol, los extranjeros bailan ajenos a la polémica. Elsa, una parisina de 34 años que lleva cinco trabajando en Barcelona, acudía acompañada de su amiga Lea, de visita para acudir al festival. “En el tiempo que llevo aquí, no he notado ninguna fricción, y eso que salgo mucho con mis compañeros de oficina”, cuenta. A pocos metros, Clara, una italiana de Bolonia que lleva doce años viniendo al Sónar, baila con su bebé de siete meses, Aurora, y su pareja, Christian, también italiano, que lleva 19 ediciones a sus espaldas. “Este año se estrena nuestra hija, venimos a ver a Laurent Garnier”, cuenta. Ni rastro de tensión en sus palabras. “Pero cómo nos van a tratar mal, ¡si aquí todo es perfecto!”. Todavía quedaban tres días de fiesta en comunidad.
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