El destierro de Morad: el rapero y la policía echan un pulso por el control del barrio de La Florida
Los Mossos acusan al rapero de construir un “espacio de impunidad” en las calles de L’Hospitalet, donde también se aprecia su labor social con menores
“Mira, ya están aquí los de la secreta”. Juli, una chica de 18 años muy bajita y “con muy mal genio”, se aparta a regañadientes unos metros para dejar que el Seat gris plateado baje la pendiente hacia la plaza de los Bloques de La Florida. No hay duda de que los tres hombres fornidos que viajan en su interior son mossos de paisano. Es viernes, primer día de destierro para Morad, que tiene prohibida la entrada a la zona por haber alentado, presuntamente, graves disturbios hace una semana. Los agentes tienen la instrucción de vigilarlo: si el rapero, con una legión de jovencísimos seguidores en toda Europa, aparece por este barrio de la periferia de L’Hospitalet (Barcelona), será detenido. Morad El Khattouti y la policía mantienen desde hace años un pulso soterrado por el control y la autoridad en el barrio. Los Mossos sostienen que el cantante quiere expulsarlos de allí para “conseguir la delimitación de un espacio de impunidad”, según la causa judicial a la que ha accedido EL PAÍS.
No parece que Morad vaya a desafiar la orden judicial, pero a Juli le enfurece que su amigo haya tenido que irse de un barrio “por el que lo ha dado todo”. Cree que es un chivo expiatorio. “Lo culpan a él de todos los problemas, pero la verdad es que este barrio siempre ha sido una mierda”. Juli y el grupo de mujeres con las que pasea por esta plaza de asfalto duro, entre las paredes deslucidas de los edificios, están a muerte con él. Para ellas es un ángel benefactor. El cantante emplea una parte de su creciente patrimonio —llena estadios y es uno de los artistas de música urbana con más pegada— en ayudar a sus vecinos allí donde la Administración no alcanza. Los niños son su debilidad. “Alquila furgonetas y se lleva a 30 o 40 chavales a sus conciertos, les hace regalos por sus cumpleaños, les paga el fútbol para que hagan algo con su vida…”, glosa Juli. Asiente, a su lado, Yesenia: “Mi hijo y mi hija juegan gratis en el club de La Florida, que cuesta 200 euros al año, gracias a él”.
Para Chouba, el exilio forzado del rapero es “una vergüenza” y “una injusticia”. Tiene 18 años y la misma figura espigada de Morad, al que admira y copia hasta en la forma de vestir: chándal, bolso cruzado sobre el hombro, una gorra con las letras mayúsculas de Gucci. Presume de que las familias de ambos proceden de Larache (Marruecos) y se siente, también, un “niño de la calle” que ha vivido experiencias duras, de las que marcan para siempre: Morad ha convertido ese lema, mec de la rue (MDLR), en una marca comercial de éxito.
Mientras Chouba fotografía a un amigo frente a un mural contra los fondos buitre, José Gómez cruza la plaza con su señora. Vuelven de un entierro. Señala los bancos de cemento donde Morad y un número variable de amigos suyos se sientan para “armar jaleo”. A José le parece una gran noticia que no vaya a pisar el barrio hasta que la causa judicial se resuelva. “Parece que esto sea suyo. En verano es insoportable, están aquí todo el día con música”, dice sobre la convivencia, a veces frágil, en los Bloques de la Florida, escenario habitual de los videoclips de Morad y, también, epicentro de los episodios de incivismo y violencia que estallan cada cierto tiempo.
El destierro de Morad es la consecuencia del último de esos incidentes, el 20 de octubre. Vecinos que, como José, no se sienten en absoluto beneficiados por las ayudas económicas y los favores del cantante, llamaron a la Policía Local poco antes de medianoche. Una veintena de chavales estaba grabando un videoclip: altavoces de grandes dimensiones, cámaras con trípodes, música a todo trapo.
Los agentes mediaron con los chicos, que parecía que se dispersaban. Pero cuando uno de ellos llamó la atención a un conductor que había aparcado sobre un paso de peatones, Morad intervino. Los insultó y amenazó con utilizar a su gente, a los chicos que lo siguen de forma incondicional y que beben de su generosidad, para hacerlo saltar todo por los aires: “Voy a hacer que arda La Florida. Les voy a pagar 1.000 euros para que apedreen cada coche de policía que se acerque a Los Bloques”.
“Vamos a tener que quemar el barrio”
Esa es la versión de la policía, que Morad niega. Minutos después, varios jóvenes lanzaron piedras contra la policía y quemaron contenedores. No hubo detenidos porque escaparon, corriendo o en patinete eléctrico, a través del laberinto de callejuelas de este rincón del extrarradio. Los Mossos d’Esquadra armaron su investigación, reunieron pruebas (vídeos, declaraciones de los vecinos) y, seis días después, detuvieron al cantante en un bar de la ciudad. Pese a que estaba acompañado de los suyos, no opuso resistencia. Sacó dos fajos de billetes —que le dio a un amigo— y entregó una defensa metálica extensible que llevaba consigo. Pidió a su gente que se marchara. “Basta ya, se acabó”. En comisaría, repitió las amenazas, según consta en la causa judicial a la que ha accedido EL PAÍS: “Vamos a tener que quemar el barrio otra vez”.
El cantante quiere lejos de su zona a los Mossos, que son objeto de escarnio en sus canciones. En julio, cuando los agentes dieron el alto por consumo de drogas a un vehículo en el que viajaba, el cantante les avisó: “Os pensáis que ganáis algo parando al Morad, ahora sí que la habéis cagado. Os van a apedrear los coches, no sabéis con quién os habéis metido”, según el informe de antecedentes que ha servido a los Mossos para solicitar la medida de prohibición de entrada en el barrio. Aquel día, Morad ordenó presuntamente “tirar huevos” a los agentes y advirtió que, si seguían actuando de ese modo, podía pasar algo grave: “Aquí un día morirá un policía”.
El abogado del cantante es Fernando Martínez, un penalista veterano que ha conseguido ya la absolución de su cliente en dos juicios por intento de robo antes de que comenzara su carrera musical y en unos altercados en Cornellà. Cree que ocurrirá lo mismo con este último caso. Martínez critica que el destierro es un castigo excesivo que tiene por objeto que Morad “cometa un error”, regresando al barrio cuando no puede, y acabe en prisión. “Le he aconsejado que no lo haga. Es un chico rebelde e idealista, que podría estar viviendo con grandes comodidades fuera, pero que se siente protector de la gente con menos recursos de su barrio. Los problemas de La Florida son de más calado, y no por prohibir a Morad se van a solucionar”, añade el letrado, que ha recurrido la decisión judicial.
A Morad, el destierro le parece un “abuso”. En un comunicado publicado en su cuenta de Instagram (tiene 2,2 millones de seguidores) afirma que está dolido (”espero volver pronto, pero me han destrozado”) y defiende sus esfuerzos por mejorar la vida de la gente en una zona con muchos problemas. Como más tarde dirá Juli, no ve sentido en pretender “culpar a un joven de 23 años de que un barrio esté mal”.
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