Poca confianza en el nuevo ‘Govern’
Empresarios, universitarios y personal sanitario de Barcelona dudan de las capacidades del Ejecutivo catalán encabezado por Pere Aragonès
Paula Izquierdo apura tomando el sol los minutos que le quedan para iniciar su turno de trabajo. Escucha música en un banco frente al acceso principal del Hospital Clínic de Barcelona, donde trabaja como auxiliar de enfermería. Hace una mueca cuando es preguntada por lo vivido durante la pandemia del coronavirus: “Hemos visto de todo”. Tiene claro que lo que más necesita la sanidad pública es un aumento de la plantilla, pero también tiene claro que no espera nada del nuevo Gobierno de la Generalitat: “Van a llevarlo mal. Así lo hicieron en el pasado y así lo volverán a hacer ahora”.
Jóvenes profesionales, empresarios y estudiantes de la capital de Cataluña explicaron a EL PAÍS cuáles deben ser las prioridades del nuevo ejecutivo presidido por Pere Aragonès. Todas las personas dieron su opinión el pasado jueves, durante la primera jornada del pleno de investidura. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Junts revalidaron su coalición de poder tras meses de discrepancias entre ellos. “No confío en la política de este país, parece un chiste”, afirmaba Natalia Torres, alumna de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona (UB). Su comentario, en mayor o menor grado, fue común entre las quince persones cuestionadas sobre el futuro de la legislatura.
Torres y Natalia Prieto son amigas y vecinas de Sant Boi de Llobregat. Prieto tiene 21 años y estudia Historia. Su única salida profesional en España, dicen las dos, es la docencia, por eso se plantean mudarse a otros países de la Unión Europea donde, en su opinión, la cultura está más atendida y genera más puestos de trabajo. ERC y Junts se han vuelto a comprometer a elevar al 2% —lo que supondría más que duplicar el porcentaje— el gasto de los presupuestos destinado al desarrollo de la cultura. Peinado dice ser “muy de izquierdas” y afirma que no confía ni en el Gobierno de Pedro Sánchez ni ahora en el de Aragonès. Pero admite que antes era independentista y ahora ya no: “Creo que una España unida y republicana puede tener más fuerza, lo otro ha demostrado ser un desastre”. Torres añade que “para lo bueno y para lo malo, España es más plural”.
En la sede central de la UB, cinco estudiantes de primero curso de Estudios Literarios corren hacia clase para conseguir sitio. Olivia Basora y Lucía Arias señalan como aspectos urgentes para corregir el precio de la matrícula —unos 1.500 euros anuales; el Govern se ha comprometido a reducir las matrículas universitarias un 30%—, contar con prácticas remuneradas y las condiciones laborales de los profesores asociados. Estos, afirman las dos estudiantes, tienen un nivel de trabajo muy elevado, por lo que no pueden dar a los alumnos la mejor atención.
Meritxell Martínez, profesora asociada de Filología y de Comunicación en la UB, confirma que el sistema universitario depende demasiado de los asociados. Para ella, la prioridad del Ejecutivo de Aragonès tiene que ser el futuro de los jóvenes. Martínez opina que es fundamental prestigiar la investigación académica, no solo en ciencias experimentales. Sobre la coalición que dirigirá los designios de Cataluña, Martínez confía en que hayan aprendido de los errores del pasado: “Venimos de un estancamiento social y nacional, y un punto se puede mejorar”.
De nuevo en el Clínic, Pablo Sanz busca la colaboración de los transeúntes para los proyectos de investigación médica de la Fundación Josep Carreras. Sanz tiene 20 años, estudia Audiovisuales y se gana un sueldo trabajando para esta fundación. Su mayor preocupación es lo que considera una privatización de los estudios en su ámbito: del posgrado que quiere cursar, la administración solo cubre la mitad de los gastos, además de que, afirma, pese al peso que tiene la industria del cine en Cataluña, no hay suficientes escuelas públicas especializadas. Otra cuestión que reclama a la Generalitat es la transformación de los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica: “Hay que acabar con las malas praxis de la policía. Cualquier persona que haya visto las manifestaciones de los últimos tiempos sabe que es necesario”.
A María Soler, usuaria de los servicios del Clínic, le preocupa el futuro de su empresa, especializada en organización de eventos. La recuperación económica pasa, según esta empresaria, por la apertura de las fronteras para que vuelvan el turismo y los viajes de negocios, y por nuevas medidas para facilitar la contratación de empleados. Pese a reclamar que vuelvan cuanto antes los visitantes internacionales, Soler está de acuerdo con las tesis de ERC y de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau: el Aeropuerto del Prat no debe ampliarse porque hay que poner límite al turismo: que este sea de valor añadido.
En la otra punta de la ciudad, en La Barceloneta, Moisés Torres opina lo contrario: al turismo no hay que ponerle límites, hay que saber gestionarlo, y pone como ejemplo la regulación de los pisos turísticos. Para Torres, gerente de un establecimiento de material de deportes de agua, el objetivo más acuciante del president Aragonès debe ser recuperar la seguridad: “Hay que transmitir seguridad en todos los ámbitos. La inestabilidad es la tónica, y las discusiones entre los que gobiernan, la alimentan”.
Un Gobierno con una sola cosa en la cabeza
Montse Escolà regenta una conocida panadería en La Barceloneta. Es la tercera generación de la familia que se dedica a este negocio en un barrio donde el turismo ha apartado a los vecinos de toda la vida. “Nos quejamos del turismo, pero hemos visto que sin turismo es peor”. Escolà enumera cuestiones que considera urgentes, desde la pandemia, la gentrificación metropolitana a la reactivación económica, y lamenta que no parecen ser una prioridad del nuevo Ejecutivo catalán: “No puede ser que tengamos un Gobierno con una sola cosa en la cabeza, la independencia”. Del mismo parecer es Moisés Torres: “El debate en la opinión pública no va más allá de cosas que no nos afectan, como la independencia”. En la empresa de la que él es gerente trabaja Maria Giner, de 25 años y sobrina de Escolà. Para ella, la política es un engorro: “Me he desentendido del todo, quizá porque en mi familia, unos son de un lado y del otro, y cuando sale el tema [la independencia], acaba en discusiones”.
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