La Tourette, dormir en una obra de luz de Le Corbusier
Un convento dominico perdido en la campiña francesa, a 28 kilómetros de Lyon, convertido en un hotel austero con habitaciones individuales donde pernoctar es una experiencia casi mística
El silencio es un bien muy preciado y, según los expertos, tiene diferentes tonalidades. No suena igual en cualquier sitio. El viajero motivado que quiera disfrutar de una experiencia pura con el silencio y guste de dormir en lugares contracorriente encontrará en el convento de Sainte-Marie de La Tourette, en Éveux (Francia), un hotel diferente, más ligado al misticismo que al turismo de masas.
Es complicado hallar un sitio más tranquilo que este rincón de la campiña francesa al que ni siquiera es fácil llegar. Recóndito, alejado (como se suele decir) del mundanal ruido y con unas vistas muy generosas, La Tourette se encuentra a 28 kilómetros al oeste de Lyon, en un terreno de 16.000 hectáreas en medio de un pequeño valle que se abre hacia el bosque. Es una de las obras maestras de Le Corbusier y un edificio religioso crucial en el siglo XX. Con razón es la obra que le hubiera gustado firmar a Emilio Tuñón, como afirmó en Babelia el reciente Premio Nacional de Arquitectura, pues condensa todo el pensamiento de Le Corbusier, que estuvo tres veces aquí: una antes de empezar a proyectar para reconocer el terreno, otra durante las obras y otra en la inauguración. Y una más, la definitiva, pues aquí velaron su cuerpo un día antes de enterrarlo, por expreso deseo de él (quería volver a La Tourette) y del padre dominico Couturier, su gran amigo, a quien conoció durante la construcción de la capilla de Ronchamp y por quien Le Corbusier aceptó el proyecto.
William J. Curtis, en La arquitectura moderna desde 1900, decía sobre La Tourette: “Posee una severa belleza moral que surge de la austera interrelación entre hormigón, color y luz”. El viajero, que debe con antelación (no es un hotel al que se llame el mismo día), puede dormir en las celdas de los dominicos. Son muy austeras, amuebladas con un armario, una cama, un escritorio y una pequeña terraza. La atmósfera generada por la luz natural es más de sacristía que de suite. Como solo el silencio permite contemplar al otro, sepa que el otro que le acompañe dormirá en la celda de al lado.
Un poco de historia
La Tourette es una excepción, ya que normalmente los dominicos vivían en el corazón de las ciudades, donde se concentran los poderes y donde solían estar las bibliotecas y las universidades. La segunda excepción es la colaboración de Le Corbusier, que aceptó realizar un edificio donde vivirían 100 dominicos cuyas principales funciones eran el estudio de teología y filosofía, rezar y llevar vida de convento. Era un centro de formación. Eligió la mejor ubicación en función de la luz del sol, paralela al camino, y de la caída del terreno al que se adaptó el edificio. Desde lejos, transmite la sensación de ver una máquina gris de hormigón sobre una colina.
Todo se organiza en función de la luz: las habitaciones están arriba (para la vida individual); las salas de estudio y de vida intelectual se hallan en el intermedio, y abajo, la vida comunitaria con el refectorio. La iglesia se colocó al norte para privilegiar la luz natural en las habitaciones y en los espacios recreativos. La Tourette es una obra de luz.
En 1953 se empezó a trabajar en los planos. Entre 1956 y 1959 se define y empieza a funcionar como convento durante 10 años. El gran cambio cultural y social de finales de los sesenta repercutió en el monasterio, que paulatinamente fue perdiendo la función como lugar de formación. Es entonces cuando se abre al exterior, al turismo (escaso, obvio), pero conservando la idea de vivir en comunidad. Pernoctar en La Tourette supone, pues, una inmersión en la vida de retiro y en la arquitectura de Le Corbusier. Aquí se concentran claves en su imaginario, como el uso de formas geométricas puras, materiales básicos como el hormigón y colores primarios como el rojo, el verde, el amarillo y el azul. Por lo tanto, quien busque un hotel pretencioso, barroco o con exceso ornamental se sentirá como un elefante en una cacharrería.
De entre toda la austeridad emociona la del comedor, por el diálogo con el paisaje que generan las amplias ventanas, el mobiliario creado ex profeso por el gran diseñador británico Jasper Morrison o por otros muebles de la genial pareja Ray y Charles Eames, la alegría hecha diseño. La iglesia es un mundo aparte. Vale la pena dedicarle tiempo y, si es posible, una misa. A las doce de la mañana, cuando las tonalidades de la luz encienden un espacio único, se entiende la humanidad del arquitecto que sabía que la luminosidad simbolizaba la fe, pero que también puede hacerse funcional. Su interior, una caja de hormigón que gracias a los cañones de luz transmite una esencia espiritual inconfundible, se revela como el espacio más poderoso.
Al despertar, en la terraza de la celda, o al desayunar, divisando el horizonte a través de los ventanales del comedor, uno se pregunta cómo se pudo crear de la nada un lugar tan espiritual y perfecto, tan acorde al paisaje, tan sideral.
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