Sin contemplaciones
Los Gobiernos deben poner todo de su parte para evitar un bucle diabólico como en 2012
La falta de correspondencia entre la severidad de la crisis económica y la eficacia de las respuestas de política económica es un riesgo en sí mismo. Está siendo la principal fuente de alimentación de esa neurótica volatilidad de los mercados financieros. Los mercados nos están diciendo que la gravedad de la crisis es mucho mayor que la que asumen las instituciones que han de adoptar decisiones para neutralizarla. Los inversores tienen hoy menos prejuicios que los ministros de Hacienda. Cotizan la decepción.
La simultaneidad de las dislocaciones en la oferta, por la propia cuarentena de las empresas, el desplome de la demanda en numerosos sectores y las igualmente singulares perdidas de riqueza financiera conforman una amenaza sin precedentes sobre el bienestar de la gente, que se une a la extensión del propio virus. No hay lugar para contemplaciones. Los bancos centrales tratan de reaccionar en la medida de sus posibilidades, que son pocas. Desde luego las del BCE. Por eso, desde mucho antes de la emergencia de la epidemia se reclamaron acciones que desbloquearan la inhibición de la inversión en el continente. Se sugirió con razón que esas dos transiciones definidas por la propia Comisión, la energética y la digital, las acometieran bajo el liderazgo de instituciones como el BEI que, movilizando recursos financieros a coste razonable, dinamizaran proyectos públicos y privados de inversión.
Siendo eso necesario, ahora son más prioritarias decisiones que impidan que la recesión prevista por Bruselas se acompañe de dificultades financieras de las pymes, con el correspondiente impacto sobre el desempleo y la salud de la banca. En nuestro país, donde la población de pequeñas empresas es excesiva y su estructura financiera vulnerable, neutralizar esas consecuencias debería ser prioritaria, una vez atendidas las necesidades sanitarias.
La ausencia de restricciones al gasto sanitario y a la financiación de las empresas son los dos pilares del plan anunciado el viernes por el Gobierno alemán, del que Sánchez habrá tomado nota. No tiene ahora sentido hablar de la desigual situación de las finanzas públicas en ambos países. Bruselas hará bien en apoyar esa mayor tolerancia con los déficits que no impida en países como el nuestro evitar males mayores. Lo primero es antes. Poner a funcionar los mecanismos de garantía pública a la financiación, en conexión con el sistema bancario, es una de las condiciones necesarias. Lo es para que la actividad empresarial no se bloquee, para facilitar la flexibilidad de los expedientes temporales de ajuste de empleo, pero también para que en la banca no se acumulen los impagados hasta niveles inquietantes. La banca española está hoy mejor capitalizada que en los peores momentos de la crisis, pero al igual que el resto del sistema financiero europeo sería muy sensible a otra recesión.
La situación es tan grave que hasta los tradicionalmente más partidarios de la inhibición de los Gobiernos reclaman ahora que no es el momento de preocuparse de la deuda pública. El repunte en las primas de riesgo no es precisamente la consecuencia de decisiones expansivas de los Gobiernos, sino de la eventual incapacidad de estos para evitar un bucle diabólico como el de julio de 2012. Ojo con ponerse la venda antes de la herida.
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