Cuando el fútbol es magia
La competición más popular de Senegal combina deporte, hechicería y sueños de barrio
Es casi medianoche. Tras varias horas de prolegómenos y espera, los jugadores de la Asociación Deportiva y Cultural Fann Hock saltan por fin al campo. La grada del estadio Demba Diop de Dakar estalla de júbilo. A modo de sombreros llevan calabazas sobre sus cabezas y, de esta guisa, dan la vuelta al campo. A nadie parece extrañarle el atuendo. Así es la navetane, la liga de fútbol de barrios que apasiona a Senegal más incluso que la competición profesional. En esta noche vive la final de la zona 2 de Dakar entre Fann Hock y Fann Residence, un caliente torneo en el que se mezcla el deporte con la brujería. El espectáculo es vibrante, desbordante, imprevisible. En el césped, pero sobre todo entre el público.
Desde hace días, las calles de Fann Hock están engalanadas para la ocasión. Los vecinos han pintado de azul y blanco, los colores del equipo, farolas, árboles, asfalto y paredes. En los muros se representan las camisetas de los jugadores, con su dorsal y su nombre, y hasta una especie de altar pagano, con una radio y un televisor, preside el jardín que nuclea el barrio. Imposible ignorar que han llegado a la final. Djibril Niang es el capitán, pero no podrá jugar porque se fracturó la tibia en la semifinal. Pese a todo, allí estará. “Esto es un sentimiento, apenas ganamos nada jugando la navetane. A algunos les pagan el transporte si vienen de otros barrios o un poco más si han sido fichados de otro club, pero los que somos de la zona lo hacemos por defender nuestros colores”, asegura.
Hoy es día de entrenamiento. La cita es en el pequeño campo de césped artificial de Magic Land. Nala Sall, uno de los directivos del ASC Fann Hock se encarga de coordinar el asunto. “Si ganamos el partido de mañana, jugaremos la final departamental. Tenemos un buen equipo formado por 18 jugadores de entre 19 y 28 años. Todo esto cuesta dinero, gracias a los patrocinadores particulares podemos salir adelante”, explica. La navetane nació como una competición de asociaciones deportivas de barrio para animar la época estival o de lluvias, conocida aquí como el hivernage. Sin embargo, las finales se prolongan hasta bien entrado el año.
Libas Camara es el entrenador. “Muchos son estudiantes o gente que hace pequeños trabajos. Así y todo casi siempre llegamos al menos a las semifinales. No tenemos muchos medios materiales, pero aquí hay talento. Si todo va bien en dos años nos podremos convertir en un club deportivo y jugar la liga profesional”, explica. Sólo en Dakar hay 54 zonas con una decena de equipos cada uno. Pero la competición se extiende por el país, miles de equipos que representan el orgullo de los barrios que representan compitiendo entre sí. Los jugadores que son buenos pasan de uno a otro, como un mercado de fichajes a nivel semiprofesional, pero casi todos lo hacen por el viejo sueño de mostrarse, de asomar la cabeza, de triunfar.
Moustapha Nguer tiene 23 años y es una de las estrellas del equipo, un centrocampista que lidera a sus compañeros en el terreno de juego. Vecino del barrio, combina su pasión con la venta de equipajes deportivos como forma de ganarse la vida. “Yo jugué en la competición profesional con el Niari Tally y el Port Autonome, ganaba unos 100 euros de salario, pero esto lo hago por fidelidad al lugar donde nací”. Igual que Daouda Ndiaye, delantero de 22 años y también natural del barrio que llegó a competir en la Tercera División y que sueña con emular a Benzema. “El problema de Senegal es que no hay suficiente estructura, aquí aprendemos en la arena. Si alguien se lesiona nadie se ocupa”.
Con la Copa de África Total 2017, que se disputa este mes de enero en Gabón, es inevitable hablar de las estrellas nacionales que triunfan en Europa y que juegan en la selección nacional. Entre ellas destacan el jugador del Liverpool Sadio Mané, Gana Gueye del Everton, Cheikhou Kouyaté del West Ham o Sangone Sarr, del Zürich, que salió de clubs modestos de Dakar como el HLM-Fass y el Diamono de Plateau. “Sólo quiero jugar al fútbol y triunfar”, remata Ndiaye. “Muchos observadores de clubes europeos acuden a los partidos de la navetane para ver a estos chicos, es un plus de motivación”, añade Libas Camara.
El día de la final, los chicos tienen cita a las diez de la mañana en la zona de la Universidad con un marabú, una especie de brujo que les explica los hechizos y rituales que deben hacer antes y durante el partido para asegurarse la victoria. Al igual que en la lucha senegalesa el papel de estos personajes a caballo entre la religión y la adivinación es clave: conjuros, amuletos, baños con líquidos especiales, versículos del Corán… todo es válido para ganar. Entre la directiva del ASC Fann Hock hay una persona responsable de la comisión mística que coordina este importante aspecto de la competición.
El partido tenía que comenzar a las diez de la noche, pero lo hace a las doce. Los controles a la entrada son exhaustivos, los partidos de la navetane suelen degenerar en enfrentamientos en los que se acaba con apuñalamientos y lanzamiento de piedras entre aficiones rivales. En la previa, los cadetes del barrio caen derrotados en la final a los penaltis y muchos rompen a llorar desconsolados. Sin embargo, nada va a aguar la fiesta de los seniors. En los prolegómenos, el imam de la mezquita de Fann Hock les da las bendiciones mientras el público ruge en las gradas. Sidi y Gaby, dos amigos del barrio, llevan ya tres horas esperando que comience. Huele a marihuana que tira para atrás y pese a que el alcohol está prohibido, Cheikh está como en trance y no tarda en caer. Los tambores resuenan sin parar.
En el campo suena el pitido inicial. Tras los primeros intercambios el marcador no se inmuta. De repente, un jugador de Fann Hock aprovecha un descuido de la zaga local y sale corriendo hacia la portería rival. Aunque no lleva el balón en los pies todos intentan detenerle sin éxito. Al llegar a la raya de cal arroja con todas sus fuerzas un huevo contra las redes. Otro artimaña del marabú. El portero se lamenta como si le hubieran metido un gol e increpa a sus defensas para que no vuelva a ocurrir. Se llega al descanso cero a cero. Sin embargo, en la reanudación, Fann Hock sale dispuesto a todo.
Los aficionados lanzan bolsitas de agua al césped siguiendo la consigna mágica, todo un lateral del campo se llena pronto de plástico. Y, en un segundo, estalla la locura. Gol de Fann Hock. Cantos y bailes se suceden en una grada que parece estar más pendiente de celebrar que de seguir el juego. Cae el segundo gol. El desfase es ya total. Aparecen las primeras bengalas. A Cheikh lo tienen que agarrar entre tres mientras todo el mundo se tira agua. Sidi salta y Gaby recorre los asientos de cemento como poseído, con una sonrisa de oreja a oreja. El partido acaba con un brillante cuatro a cero y la fiesta se prolonga luego en el barrio. Afortunadamente esta vez no hay que lamentar muertos ni heridos. Fann Hock pasa a la siguiente ronda.
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