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Reportaje:

Osetia del Sur comienza a andar

El Estado nacido a la sombra de Rusia intenta enterrar cualquier vestigio que le recuerde que hasta agosto pasado era parte del territorio de Georgia

Pilar Bonet

Con ayuda de Rusia, Osetia del Sur se prepara para el crudo invierno del Cáucaso. Centenares de obreros levantan muros, cubren tejados y recogen los escombros dejados por la expedición militar que Georgia emprendió contra el territorio independentista en la noche del 7 al 8 de agosto. Los trabajadores llegados de la Federación Rusa dan un aire febril a la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, que no ha superado aún la pesadilla.

A las 8.30, Guenna, de seis años, entra en su clase de preescolar. A esa hora, los obreros, entre ellos brigadas de chechenos que participaron en la reconstrucción de Grozni, están ya en las obras y junto a la sede del Gobierno una camioneta transmite por altavoces música y noticias insustanciales. A mediodía, el servicio de correos ruso reparte gratis prensa progubernamental y en una de las escasas cantinas de la ciudad, grupos de militares se zampan generosas raciones de jinkali (raviolis georgianos).

La falta de agua corriente y de gas son dos de los grandes problemas
Georgianos con buenos contactos en Tsjinvali temen por su seguridad

La falta de agua corriente y de gas son dos de los principales problemas del alcalde de Tsjinvali, Robert Gulíev. Un gaseoducto directo desde Rusia sustituirá al que antes abastecía Osetia del Sur vía Georgia. Como más pronto estará listo en otoño de 2009. Mientras, se recurrirá a la leña y a las bombonas de propano, a rellenar en cinco puntos instalados por Gazprom, el monopolio del gas ruso. A costa de los pueblos destruidos, la ciudad supera hoy los 35.000 habitantes, más que antes del conflicto de agosto.

Los cortes de electricidad son frecuentes. Cada vez que se va la luz, Guenna se agarra a su abuela Zveta. Son las secuelas de las tres noches que el niño pasó refugiado en un sótano. Con su hermano menor y sus padres, Guenna tuvo que abandonar su vivienda, en peligro de derrumbarse. Hoy vive en la casa de sus abuelos que, con varias puertas y ventanas arrancadas de cuajo, ha salido bien parada, pese a su proximidad al cuartel de los pacificadores rusos.

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A Venera, la vecina de Zveta, le ha ido peor y un gigantesco boquete transforma en escaparate lo que fuera su sala de estar. La casa contigua es una ruina total. Los vecinos esperan su turno de recibir los materiales de construcción para reparar ellos mismos sus viviendas. El Ministerio de Finanzas de Rusia ha prometido 12.800 millones de rublos (más de 350 millones de euros) a Osetia del Sur.

El 17 de septiembre en el Kremlin se firmó el tratado de amistad entre Rusia y Osetia del Sur. Esa noche, Iosep Kobzón, un dinosaurio de la escena soviética, cantó en el centro de Tsjinvali. Pese al numeroso público, el ambiente no era alegre. La víspera, la ciudad había conmemorado el plazo de 40 días de luto por sus muertos. Uno de ellos había sido enterrado en el cementerio contiguo a la escuela número cinco, donde en 1991 y 1992, durante los tiroteos desde las montañas vecinas, fueron sepultados los cadáveres que por razones de seguridad no podían ser trasladados al cementerio municipal. Por su estado, la escuela número cinco recuerda la escuela número uno de Beslán (Osetia del Norte) tras la toma de rehenes de 2004. Sus 500 escolares han sido distribuidos entre otros dos centros, explica Aza Bestáyeva, la directora, que cuenta que una profesora y 14 de sus ex alumnos murieron víctimas del ataque de agosto.

En el futuro, Tsjinvali incrementará su población hasta 50.000, ampliará sus fronteras administrativas y se dotará de un aeropuerto, afirma su alcalde. Incierto es el futuro de la planicie al norte de la ciudad, donde hubo cuatro pueblos georgianos (Tamarasheni, Achabeti, Kurta y Kejvi) que controlaban la principal vía de comunicación con Rusia. Los osetios temían ser tiroteados y la evitaban a favor de otra ruta más larga, pero más segura.

En agosto, tras recuperar el control, no dejaron ni una sola casa en pie. "A ver si desaparecen pronto estas ruinas y podemos olvidar que aquí vivieron georgianos", exclama Alán, mientras conduce entre los edificios carbonizados. En una excursión por la zona vimos a personas que recogían hortalizas de los huertos y piezas útiles de edificios ya saqueados. Nadie lo impedía.

En Eregvi, al sur de Tsjinvali, Iliá Kazradze, de 71 años, y su esposa cuidan su huerto durante el día, pero pernoctan en Gori (Georgia). Sobre la mesa del comedor han amontonado las fotos de la familia, entre ellas imágenes de fin de curso en la escuela georgiana de Tsjinvali (destruida en la guerra de 1991-1992). Iliá opina que "los rusos se están aprovechando de los osetios".

Los georgianos abastecían Tsjinvali de frutas y verduras, y su ausencia ha empobrecido el surtido y ha encarecido los comestibles, que ahora llegan de Rusia. En la ciudad aparecieron vendedores de hortalizas azerbaiyanos, que afirmaban haber cruzado la frontera desde Georgia con su mercancía al hombro. Los habitantes de Tsjinvali protestaron por miedo a que estos azerbaiyanos puedan ser "utilizados por los georgianos para espiar o para cometer actos de sabotaje", dice Irina Glagóieva, responsable de información de Osetia del Sur. "Hay que establecer una frontera clara con Georgia y unas reglas iguales para todos", afirma.

En privado, georgianos de Tsjinvali, leales y con buenos contactos en el Gobierno osetio, dicen temer por su seguridad y sus propiedades. Su porvenir dependerá de si la Administración osetia forja una comunidad étnica o una sociedad civil plurinacional. Tras la guerra de 1991-1992, Osetia del Sur se ha reorientado paulatinamente hacia Rusia. "En los noventa, los norosetios recibían como extraños a los refugiados de Osetia del Sur, pero hoy los acogen como hermanos", dice Larisa Sotiéieva, una activista de derechos humanos.

En conversaciones con esta corresponsal, interlocutores osetios fluctuaban entre la animadversión ante lo "georgiano" en general y sus buenas relaciones con georgianos concretos, como el médico de Tbilisi que, en pleno conflicto, llamó por el móvil a un paciente osetio para recomendarle que no se excitara y recetarle medicación. El paciente, operado en Tbilisi en 2006, sigue su tratamiento en Vladikavkaz, en Osetia del Norte.

Formalmente, los osetios cierran filas en torno a su líder, Eduard Kokoiti, pero personas que no quieren ser nombradas acusan al Gobierno de pasividad e incompetencia y reprochan a Kokoiti y a otros jerarcas su ausencia durante el ataque.

"Los principales defensores de la ciudad fueron los jefes militares que durante años nos protegieron de las agresiones georgianas", dice Glagóieva, que sitúa a estos "comandantes austeros y poco dados a la publicidad" en la tradición de los abreki del Cáucaso, especie de Robin Hood que se enfrentaron al zarismo.

En Tsjinvali, la organización era precaria. En el centro internacional de prensa, Internet no funcionaba, lo que unos atribuían al impago de las facturas al proveedor y otros, a la acción de Tbilisi. También resultaba complicado cruzar la frontera entre Rusia y Osetia del Sur, por donde, según la legislación rusa, sólo pueden pasar los ciudadanos de países de la comunidad de Estados pos-soviéticos. El resto dependemos de la buena voluntad de los funcionarios rusos.

Una mujer camina por una calle de Tsjinvali con sus pertenencias en una caja durante la guerra de agosto.
Una mujer camina por una calle de Tsjinvali con sus pertenencias en una caja durante la guerra de agosto.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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