¡Dame un beso, Parrondo!
El jueves que viene regresarán los muerdos a la puerta de Casa Parrondo. Allí estaremos, puntuales, como esta pasada semana. Después de que el dueño de la sidrería echara a patadas a dos mujeres por besarse en la boca, habrá que presentarse por el local a escanciar unos buenos rechupetones en los morros.
El hombre, animalito, las puso en la calle al lindo y civilizado grito de: ¡Guarras! ¡Putas! ¡Este lugar no es para vosotras y lo que os pasa es que no habéis conocido nunca una buena polla..! Hay que decirlo todo seguido porque si no no te sale humo de la cabeza ni se te inyecta pura sangre española en los ojos.
Yo me plantaría todos los jueves delante del local hasta que el hombre saliera y nos diera un beso a todos y a todas las miembras y los miembros de la protesta. Un buen pico que le hiciera entrar en dimensiones desconocidas, un señor morreo con lengua que acabe con sonoros besazos de ventosa por toda la cara mientras cantamos All you need is love y Asturias patria querida.
No deberíamos admitir ni un solo ataque más contra nuestras libertades conquistadas
Pero antes habría que enseñarle. El pobre Nicolás Parrondo sufre sin duda serios problemas de afecto. Deberíamos hacer un esfuerzo por comprender estas cosas. Si no, fíjense en los detalles que esgrime en su defensa. Dice que las dos buenas mujeres se sacaron una teta y que consumieron drogas. Imaginen el sainete.
Lo primero, no creo que le asuste tanto. Salvo que viera en el gesto de los pezones al aire su ración de impertinente indirecta: la sugerencia de mejorar los ingredientes nocivos que le debe echar al arroz con leche. De lo segundo, que no se haga el estrecho porque entiende. ¿Hay mayor estupefaciente en este mundo que una fabada como Dios y la Santina mandan o un buen Cabrales?
Pero yo le pediría al amigo Nicolás Parrondo, antes de que desinfectara el local de grasaza y limpiara el suelo de serrín, palillos y cáscaras de mejillones, que arrojara las telarañas por un desfiladero. Es difícil. Hay que hacerse cargo. Más en un país en el que los popes del pensamiento Cromagnon confunden los términos.
Cuando un elemento como el berraco de las ondas episcopales suelta delante de un juez que calificativos como zote, zafio, sicario, zoquete, melón, hortera, calvorota, abyecto, falsario, necio, traidor, detritus... -todo seguido, ya saben, hasta que noten que se les desencajan las venas del cuello- no son insultos sino "sátira", es que vamos mal. Prueben a convencer si no de lo contrario al señor Zarzalejos, ex director de Abc, objeto de sus lindezas.
Los guardianes de las esencias deben ir comprendiendo que mientras uno no haga daño a nadie, aquí cabemos todos. Eso tan sencillo que algunos no quieren aprender de los manuales de Educación para la Ciudadanía, resulta muy necesario, por lo que se ve.
En la desconcertante confusión de principios que les atenaza deben hacer un esfuerzo por entender lo siguiente: es mucho más obscena la extensa ristra de insultos, amenazas y amagos de violencia física de Parrondo que un simple, dulce y recomendable beso. ¿Qué habita en la cabeza de un ser capaz de rebotarse de esa manera y arriesgarse a poner en ruina su negocio por no admitir una muestra de cariño en su restaurante?
Es una reacción tan extraña que nos resulta a la vez ridícula y escalofriante. Menos mal que los tiempos, por fin, han cambiado. Que en muchas cosas ha quedado enterrado el gerundio del título que Bob Dylan le puso a su canción The times they are a changing. Bien es cierto que de algunas barbaridades no nos libra ni Batman.
Pero altercados como el de Casa Parrondo empiezan a ser sólo anécdotas en este maravilloso Madrid, una ciudad que, por mucho que algunos se empeñen en cerrar como coto ultramontano, se abre cada día más, vive a fondo una sana libertad. Hace poco tiempo, Parrondo no hubiese tenido que soportar el presunto insulto de un beso entre las cuatro paredes grasientas y cutres de su cantinorra. Dos mujeres no se habrían morreado en público. Hoy, el prototabernero se ve obligado a aguantar que le digan basta a las puertas de su casa.
Vamos por buen camino. No deberíamos admitir ni un solo ataque más contra nuestras libertades conquistadas. No hay que ceder ni un milímetro, ni un gramo en los derechos que nos hacen más iguales y más felices. Hasta que cada sujeto por civilizar consienta en la calle sencillas muestras de amor, mucho más saludables y edificantes que sus vicios y su querencia por la zopenca intolerancia. Así que, anda, bobo, no seas tímido, déjate llevar, no te me amargues y... ¡Dame un beso, Parrondo!
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