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Columna
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Ritual

De los sucesos de Francia he leído y oído tan diversas y sustanciadas explicaciones que he llegado a la conclusión de que nadie entiende lo que pasa, y en especial los que andan incendiando el país y los que tratan de reconducir las aguas a su cauce. Las comparaciones no sirven: cada revuelta es como es y sus causas y detonantes ni quiera a posteriori se llegan a determinar de un modo claro. Lo único que tenemos es lo que hay: el afán pertinaz y sin objeto por quemar coches. Un fenómeno generalizado digno de estudio. Me refiero a los coches.

Por supuesto, hay razones de orden práctico. Los coches están por todas partes, arden con cierta facilidad, y son el único objeto de propiedad privada que se deja en la calle sin más protección que algún sistema inoperante y una especie de pacto social que ahora se ha roto. Además, el coche es un artículo que no se niega a nadie. A diferencia del empleo, la educación, la vivienda e incluso la dignidad, no se sabe de nadie que haya sido discriminado a la hora de comprar un coche. Para mucha gente el coche es actualmente lo que para Robinson Crusoe era el loro: su única compañía. Si un cúmulo de contrariedades hubiera empujado a Robinson al desaliento, tal vez le habría pegado fuego al loro. Por otra parte, los franceses tienen una relación difícil con el coche. Siempre quieren diseñar un modelo que supere al resto de la producción mundial y nunca lo consiguen plenamente. Quizá por esto conducen de una manera incívica. Los que circulamos en verano por las carreteras del Mediterráneo lo podemos atestiguar. Pero esto no basta para hacer del coche chivo expiatorio de la ira popular. Otras razones simbólicas habrá.

Algunos antropólogos sostienen que los grandes mitos sobre los que se fundan las religiones son relatos inventados a posteriori para explicar unos ritos cuyo significado había caído en el olvido. Como si el Evangelio hubiera sido escrito para dar sentido a una partitura misteriosa compuesta por un tal Bach.

He aquí una teoría atractiva que no servirá de nada a monsieur Villepin: la de que hoy se queman coches para que andando el tiempo alguien invente un dios terrible y despiadado que devoraba a sus hijos, hasta que un día, sin ton ni son, se invirtieron los papeles.

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