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Reportaje:

Con el agua al pecho

Los vecinos de Nules trabajan en la limpieza del pueblo mientras algunas casas de la playa continúan inundadas

Ignacio Zafra

El camino del Canal de la playa de Nules parecía ayer un río. En el límite con el torrente los vecinos miraban sus casas, comentaban cómo habrían quedado después de tanta lluvia, y cuánto les cubriría el seguro. Algunos dudaban y unos pocos se arremangaban los pantalones antes de sumergirse en el agua que en algunos lugares alcanzaba el pecho, avanzaban un poco, daban media vuelta y volvían a intentarlo.

Antes de emprender la marcha, José Heredia decía: "Mi poni estará muerto, seguro que está muerto". Heredia, de unos 60 años, abandonó su chalet el martes, "en cuanto empezó la tronada", dejando allí gallinas y conejos, a sus gatos y a un poni. Hubo otros más temerarios que optaron por aguantar toda la noche en sus viviendas, que muchos vecinos de Nules utilizan como residencia entre mayo y octubre.

Fue el caso de los hermanos José Manuel y Joaquín Lázaro. A mediodía del martes había en su casa siete personas. Ante el recrudecimiento de la lluvia, cuando ya todo estaba anegado, decidieron llamar a los bomberos para que sacaran de allí "por lo menos a los niños". Ellos dos y la mujer de José Manuel se quedaron en el piso de arriba, viendo cómo el nivel del agua crecía hasta inundar por completo la planta baja. "Pero es que fue en un momento. Cosa de dos o tres minutos. Estábamos poniendo en alto algunas cosas para que no se mojaran, con la puerta abierta porque se había ido la luz, y de golpe entró una tromba de agua y lo inundó todo. Tan rápido que no me dio tiempo ni a mover el coche", contó José Manuel.

El inventario de objetos que José Manuel daba por perdidos incluía una nevera, un frigorífico, y muebles, ropa y pequeños electrodomésticos que quedaron "nadando". Pero si a José Heredia le preocupaba su poni, en lo que José Manuel Lázaro no podía dejar de pensar era en su BMW, "comprado hace dos meses, con todo automático".

Los dos hermanos y la mujer de José Manuel aguantaron toda la noche, y por la mañana, cuando comprobaron que el agua tardaría "más de un día en bajar" llamaron a Emergencias para que fueran a rescatarlos. A las tres de la tarde de ayer decidieron volver moviéndose despacio por un agua que tenía el color del fango.

Un vecino utilizó una canoa para llegar a su casa y recoger a sus perros, otros fueron rescatados en lanchas de la Cruz Roja o en camiones de bomberos. Y Enrique Sales y María Luisa Cascales se mojaron hasta las ingles para sacar algo de ropa porque se fueron "con lo puesto", y sus hijos necesitaban los libros para ir a la escuela. Todos ellos propietarios de inmuebles de la parte más alejada del mar de la playa de Nules, que un residente aseguraba que en un tiempo fue un humedal y que por eso tiende a inundarse cuando llueve.

En el pueblo de Nules no quedaban ayer zonas anegadas, pero era raro encontrar una calle que no estuviera llena de barro. Multitud de vecinos empezaron de buena mañana una batalla para eliminarlo en la que usaban palas, mangueras, carretillas, tractores y al menos una excavadora. La población estaba cubierta de polvo seco y a la entrada podían verse imágenes insólitas, como varios contenedores volcados en los campos de naranjos.

Junto a un taller cercano a la avenida de Valencia había una fila de coches esperando ser reparados, aunque más de uno parecía carne de desgüace. Y a las puertas de muchas casas había muebles y colchones todavía empapados.

A Vicente Lucas, de 64 años, que consideraba que la culpa del desastre la había tenido la acumulación de residuos en el barranco, se le habían estropeado cuatro motores de su granja, y calculaba que su reparación rondaría las "200.000 pesetas". Y Rosa Castella lamentaba "la ruina que le ha caído al pueblo" y decía que ella, en 70 años nunca había visto nada igual. "Aquí llover ha llovido muchas veces, y algo de agua sí que ha entrado, pero es que esto era todo fango", decía y señalaba la marca que el barro había dejado en el garaje de su casa, mientras su marido, subido al tejado, lavaba la fachada principal con una manguera.

La inundación de Nules no hizo distinciones, y Salva Miralles, de 23 años, llevaba todo el día limpiando la cochera de su casa y también la oficina de la constructora en la que trabaja, donde todo, desde el ordenador a los muebles había quedado cubierto de tierra. "Todavía no hemos tenido tiempo de calcular los daños."

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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