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Menegilda de la derecha

En la noche del viernes 22 de julio de 1994 -una fecha para la historia-, Julio Anguita fue a cenar a casa de Pedro J. Ramírez, a la que también había sido invitado José María Aznar. Fue para él, según cuenta la autorizada cronista del feliz encuentro, una noche "importante", pues allí quedó acordada una política que tenía el "objetivo común" de derribar desde orillas opuestas a Felipe González y al Gobilerno socialista. El miedo a aparecer como protagonistas de una versión española de la pinza griega, que tan desastrosos resultados acarreó a aquellos pinzantes, exigió a los reunidos afinar el alcance de su histórico acuerdo: no se trataba de firmar un pacto de legislatura, sino de atacar al partido socialista para luego, una vez Aznar en el Gobierno, prestar el apoyo de Izquierda Unida a todas las medidas "regeneracionistas" que le fueran requeridas por el Partido Popular.Desde aquella cena entrañable, los resultados cosechados por la derecha con su política de alianza vergonzante con el PCE han sido muy alentadores, no ya porque González saliera, efectivamente, de La Moncloa, sino porque Aznar se puede mantener en ella gracias a un diseño de ingeniería política que consiste en disponer de mayorías alternativas con el voto fijo del PNV. Si los proyectos de ley enojan a los nacionalistas catalanes, allá están los Frutos, Alcaraz y Aguilar levantando la mano para ayudar a la derecha a salir del paso; si, por el contrario, el proyecto de ley tropieza con el rechazo de los comunistas, siempre se pueden poner las cosas de manera que se ofrezca algo atractivo a los nacionalistas catalanes. De esta forma, el PP aparece como eje de una coalición que va desde IU hasta CiU y que le permite gobernar sin miedo a perder nunca la mayoría ni ser acusado de prisionero de los nacionalistas o rehén de los comunistas. Como técnica para conservar el poder, estos aventajados políticos nada tienen que aprender de Maquiavelo.

Para los comunistas, sin embargo, los primeros resultados de su política a la griega fueron mucho más frustrantes. Ante todo, quedaron lejos de sobrepasar a los socialistas y sufrieron una espectacular derrota en aquel banco de prueba de la virtualidad de su pinza que fueron las elecciones andaluzas. No les importó demasiado. Apostando por el futuro, el PCE mantuvo sin pestañear la misma dirección: si el primer objetivo de echar a González de La Moncloa se había conseguido de inmediato, el segundo, arrinconar al PSOE en una esquina del cuadrilátero, tenía que estar al caer. No había más que seguir golpeando donde más dolía para que el PSOE, además de salir del Gobierno, fuera expulsado de la política.

Todo indica que la obcecación en esa política puede llevar a las dos formaciones que lideran Julio Anguita y la guardia pretoriana del PCE a la fragmentación y al colapso. Al revés sufrido por IU en Andalucía ha seguido en el plazo de un año una escisión de hecho de Iniciativa per Catalunya; una rebelión en toda regla de Esquerda Unida en Galicia, y el comienzo de lo que promete ser expulsión de Nueva Izquierda. En todos los casos, la razón de la ruptura es la radical divergencia en política de alianzas. Los escindidos y amonestados optan, para no actuar en solitario, por políticas de acercamiento al PSOE. A Julio Anguita, sin embargo, le importa -como dijo en cierta ocasión- una higa quedarse solo. En realidad, desde la cena con Ramírez y Aznar, nunca lo ha estado. En el relato de lo allí tratado quedó claro que "el camino de entendimiento entre PP e IU no tenía marcha atrás". Ahora se comprueba que la cronista disponía de información privilegiada: el PCE ha optado por una alianza especial con el PP. Es pronto para aventurar los resultados que esta audaz política cosechará en el futuro. Pero si el final es incierto, a medio plazo ha conseguido lo nunca visto: romper Izquierda Unida y convertir al partido comunista en la menegilda de una derecha autoritaria y populista.

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